Desde enero de 2025, cualquier paquete proveniente de países sin tratado comercial con México, como China, está sujeto a impuestos del 19%, sin importar su valor. Sin embargo, la eliminación de la exención de minimis para productos importados desde China ha encendido todas las alertas, ya que esta exención, que permitía la entrada libre de impuestos a importaciones de bajo valor (menores a 50 dólares), había sido clave para reducir costos a pymes y consumidores.
Esta eliminación, además, ha transformado una ventaja fiscal clave en una carga que amenaza con asfixiar a las pymes tecnológicas. Hasta hace poco, miles de éstas se apoyaban en importaciones directas de bajo valor desde China para adquirir microchips, sensores, módulos de conectividad y otros insumos vitales para sus productos y servicios. La exención de minimis permitía que esos paquetes entraran al país sin gravamen, reduciendo costos y facilitando un flujo constante de inventario. Su desaparición marca un antes y un después: ahora, cada componente cuesta casi un 20 % más solo en impuestos, sin contar demoras logísticas y burocráticas que complican la operación cotidiana.
Las repercusiones económicas han sido inmediatas. Las pymes con modelos de negocio basados en inventarios ligeros y compras frecuentes ven ahora sus costos dispararse y sus márgenes deteriorarse. El impacto es particularmente fuerte en sectores como la fabricación de dispositivos IoT, sistemas de automatización o soluciones inteligentes como: asistentes virtuales, videovigilancia e iluminación, donde el alza de precios puede superar el 25%.
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Algunas startups tecnológicas en ciudades como Guadalajara, dedicadas al desarrollo de sistemas de control inteligente para hogares, han reportado incrementos cercanos al 18 % en sus costos operativos en solo tres meses. Para muchas, el dilema es claro: si no ajustan precios, podrían cerrar el año con pérdidas significativas. La situación es especialmente delicada para empresas que ofrecen productos de bajo costo, ya que enfrentan la difícil decisión entre trasladar el aumento al consumidor, con el riesgo de perder mercado, o absorberlo, comprometiendo su rentabilidad.
En el terreno político, la medida busca cerrar brechas fiscales y proteger a la industria nacional frente a una competencia percibida como desleal. Sin embargo, en el sector tecnológico esto produce un efecto contradictorio. México importa alrededor del 80% de los insumos electrónicos que utiliza, y la mayoría provienen de China, el principal exportador global de tecnología. Esto significa que las pymes no pueden sustituir fácilmente a sus proveedores. Y aunque el objetivo es fortalecer la industria local, lo cierto es que esta no está preparada para producir insumos equivalentes ni en volumen ni en variedad.
Aumento de precios y brecha digital
En lo social, el impacto se traduce en un alza generalizada de precios para el consumidor final. En México, ya se observan aumentos de entre 15% y 25% en productos electrónicos de consumo, y plataformas como Shein o Temu comienzan a trasladar esos costos al comprador. Esto afecta especialmente a los sectores más vulnerables, que ahora deben pagar más por el mismo acceso a tecnología, ampliando la brecha digital.
La tendencia apunta a un progresivo encarecimiento del ecosistema tecnológico. Si la dependencia de insumos chinos no se reduce, las pymes seguirán operando con márgenes disminuidos, mientras los consumidores enfrentarán precios cada vez menos accesibles. Si, además, se concretan nuevos aranceles sobre semiconductores o productos electrónicos, el problema podría escalar a una crisis estructural. Esto sería grave en un país donde el 99.8% de las empresas son pymes, y muchas de las más innovadoras dependen de esta lógica de importación directa.
A esto se suma el efecto que traerá el auge del mercado gris y negro. Con miles de contenedores chinos detenidos en el Atlántico para evitar el pago de aranceles en Estados Unidos y otros países, existe el riesgo latente de que estos productos ingresen de forma irregular a mercados más permisivos como el mexicano. Esto podría alimentar el comercio informal, inundar las calles con productos “pirata” y vulnerar tanto la propiedad intelectual como la seguridad del consumidor. De continuar con esta tendencia, este contrabando tecnológico podría desplazar a los fabricantes formales y agravar la informalidad en el sector.
Oportunidades en nearshoring
Esta guerra geopolítica y arancelaria, paradójicamente, podría abrir una ventana de oportunidad para México. En medio de la relocalización de cadenas productivas (nearshoring), el país podría posicionarse como un hub regional para la manufactura de tecnología intermedia, ensamblaje de componentes y distribución hacia Norteamérica y Latinoamérica. La llegada de firmas como Foxconn, Bosch y los proyectos binacionales con EE. UU. en semiconductores son muy buenas noticias. Si México fortalece su infraestructura logística, talento especializado y condiciones regulatorias, podría captar inversiones clave y romper su dependencia crónica de insumos importados.
Para ello, se requiere de una acción coordinada y estratégica:
Primero, urge una estrategia de diversificación de proveedores. México debe explorar opciones en países con tratados vigentes, como Vietnam, Malasia o Corea del Sur.
Segundo, es necesario fomentar la inversión en producción local. No se trata de competir con chips avanzados, pero sí de desarrollar módulos, tarjetas y componentes secundarios que actualmente se importan.
Tercero, el gobierno debe ofrecer incentivos fiscales y logísticos para las pymes tecnológicas: devoluciones rápidas de IVA, ventanillas especiales de despacho y capacitación en cumplimiento aduanal son solo algunas medidas clave.
Finalmente, es urgente impulsar una política industrial centrada en la tecnología. Esto incluye la creación de clústeres regionales, el fortalecimiento de vínculos entre academia y empresa, y apoyos específicos a startups de hardware.
México está ante una disyuntiva que definirá el futuro de su ecosistema tecnológico. Hoy está en juego la capacidad del país para sostener su crecimiento económico con base en la innovación. Esta nueva etapa en la relación comercial con China representa tanto un riesgo como una oportunidad. La decisión dependerá de la velocidad y la eficiencia que tenga México para adaptarse en este nuevo entorno geopolítico y macroeconómico.