Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.
Hoja de ruta
Si más electricidad en los hogares, edificios de oficinas y las fábricas proviene de fuentes como el viento y el sol, si los aparatos electrodomésticos utilizan menos electricidad, si más coches son eléctricos, si… una larga lista de tecnologías verdes fuera adoptada, podríamos ingresar en un mundo más próspero, de aire más limpio, sin cambiar nuestro estilo de vida de manera drástica.
Si más electricidad en los hogares, edificios de oficinas y las fábricas proviene de fuentes como el viento y el sol, si los aparatos electrodomésticos utilizan menos electricidad, si más coches son eléctricos, si… una larga lista de tecnologías verdes fuera adoptada, podríamos ingresar en un mundo más próspero, de aire más limpio, sin cambiar nuestro estilo de vida de manera drástica.
La Agencia Internacional de Energía (AIE) publicó la semana pasada una importante e indispensable hoja de ruta para que el sector energético mundial llegue a 2050 con cero emisiones netas de carbono, un objetivo crucial para evitar el calentamiento global. Es una referencia obligada para quienes se interesan en el futuro de la transición energética.
A lo largo de sus 223 páginas de textos, gráficas, cuadros estadísticos, recuadros y apéndices, la AIE propone una ambiciosa estrategia de adopción de tecnologías y políticas públicas y revisa las condiciones necesarias para ejecutarla.
Es probable que el desafío más grande entre todos los que esta hoja de ruta identifica sea político más que tecnológico.
La estrategia consiste en dos etapas. La primera corre de 2021 a 2030 y propone el despliegue a gran escala de las tecnologías hoy disponibles para ampliar la generación eléctrica con energías renovables, utilizar más vehículos eléctricos y elevar la eficiencia energética.
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La segunda etapa va de 2031 a 2050 y es más difícil. Requiere de avances tecnológicos adicionales, como mejorar las baterías, la captura y secuestro de carbono o el uso del hidrógeno en el transporte, entre otros.
El documento sugiere que con cambios como estos se podrá producir más contaminando menos. Si más electricidad en los hogares, edificios de oficinas y las fábricas proviene de fuentes como el viento y el sol, si los aparatos electrodomésticos utilizan menos electricidad, si más coches son eléctricos, si el carbono es capturado y almacenado en el subsuelo, si… una larga lista de tecnologías verdes fuera adoptada, podríamos ingresar en un mundo más próspero, de aire más limpio, sin cambiar nuestro estilo de vida de manera drástica.
Para 2030, la producción mundial sería 40% mayor pero el consumo energético 7% menor al actual.
Algo así no ha ocurrido en la historia de la humanidad: producir más ha requerido más energía. Si nos fijamos tan solo en los últimos 70 años, las pocas veces que el consumo energético ha disminuido corresponden a recesiones económicas, cuando se trabaja y produce menos.
Lograr lo que la hoja de ruta plantea exige la pronta instrumentación de políticas públicas coherentes, claras y decididas. El documento señala que los gobiernos deberán poner en marcha y sostener a lo largo del tiempo acciones como las siguientes:
- Adoptar mandatos y estándares para elevar la eficiencia en el uso de la energía en hogares y negocios.
- Fijar objetivos y subastas competitivas para acelerar la penetración de la energía solar y eólica.
- Desincentivar el uso de combustibles y tecnologías contaminantes, como las plantas eléctricas a base de carbón o la máquina de combustión interna.
- Planear e incentivar inversiones masivas en infraestructura para operar el nuevo sistema energético, como las redes inteligentes.
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Pensemos en el proceso de cambiar leyes, reglamentos y rutinas institucionales para que estas acciones se lleven a cabo. En ausencia de una crisis profunda o un cambio de liderazgo, los sistemas políticos tienden a ofrecer continuidad, especialmente donde hay intereses creados.
La pugna entre grupos beneficiados y dañados por un nuevo marco de política energética –por ejemplo, entre los generadores de electricidad a base de carbón y los que la aportan con el viento, o entre las empresas energéticas y las comunidades que reciben su inversión– puede ser tan intensa que termine demorando leyes y proyectos para promover la energía limpia. Este tipo de disputas están ocurriendo en prácticamente todo el mundo y no parece que se resuelvan pronto.
Supongamos que, a pesar de las resistencias, los gobiernos logran poner en marcha las políticas para el cambio. Es difícil encontrar ejemplos donde éstas hayan logrado sus objetivos en menos de cinco años o una década.
Aún bajo un escenario que permita a un gobierno lanzar una política verde, no está claro que gobiernos sucesivos mantengan las mismas reglas. El presidente Joe Biden lanzó una iniciativa para promover la energía renovable en Estados Unidos que contrasta con la estrategia de su antecesor, pero no sabemos si su sucesor tendrá la misma preferencia o podrá mantener el mismo conjunto de incentivos.
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A todo esto, hay que agregar la dificultad para lograr acuerdos internacionales que efectivamente obliguen a los países a cambiar de modelo energético. Muchos líderes no parecen todavía convencidos de pagar el costo económico y político de instrumentar una agenda cuyos beneficios aparecerán en el largo plazo.
Se dice que las bibliotecas son una medida de todo lo que no se ha leído o escrito. Miden la ignorancia más que el conocimiento. La hoja de ruta de la AIE es esa gran biblioteca que nos indica hacia dónde marchar para llegar a un mundo con energía limpia y prosperidad, pero es un recordatorio de que aún nos falta una hoja de ruta política para cruzar el puente entre el presente y el futuro.