La prosperidad bajo un régimen de partido dominante
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

La prosperidad bajo un régimen de partido dominante La prosperidad bajo un régimen de partido dominante
Foto: Foto de aboodi vesakaran / Pexels

Singapur vive bajo un régimen político de partido dominante, también clasificado como autoritario o como democracia iliberal, pero su éxito económico se cuece aparte. 

¿Por qué Singapur tiene un ingreso comparable o superior al de las democracias de Europa o Norteamérica, pero no así otros países iliberales o autoritarios, como Egipto o Venezuela? Tomando en cuenta que Singapur es una ciudad-estado donde la manufactura para la exportación fue clave para construir una prosperidad que ahora abarca la logística, los astilleros, la petroquímica, el turismo y las finanzas, entre otros sectores, ¿por qué hay ciudades con modelos parecidos que alcanzan el éxito y otras no? ¿Por qué el ingreso per capita de Tijuana no es como el de Singapur?

En la literatura académica sobre Singapur, aparecen recurrentemente varios factores para explicar su éxito económico: la consistencia en la aplicación de reglas amigables a la inversión extranjera, un marco macroeconómico estable, libre comercio, un férreo combate a la corrupción, un cuerpo de funcionarios públicos seleccionados meritocráticamente y bien remunerados, empresas públicas eficientes, infraestructura de calidad, educación y capacitación para los trabajadores, un equilibrio constructivo en las relaciones gobierno-empresas-sindicatos. Además, un mercado laboral flexible, obtenido al comienzo de la independencia mediante la represión de los sindicatos, que permite contrataciones y despidos con relativa facilidad. A cambio, los trabajadores obtienen la seguridad de una vivienda, salud, educación y pensiones. 

Sería extraño no encontrar factores como estos en cualquier lista convencional sobre los requerimientos para el desarrollo, salvo por la represión sindical. Sin embargo, queda la incógnita: ¿cómo fue que la inversión extranjera fluyó con notable consistencia hacia Singapur a pesar del indisputado poder político del Partido de Acción Popular (PAP) para fijar o cambiar las reglas económicas a modo? ¿Por qué no espanta a la inversión extranjera un país que carece de un banco central autónomo y otras instituciones independientes de gobernanza económica? 

Si tan solo se mira el funcionamiento político de Singapur, las bases para suponer la estabilidad de las reglas de inversión parecen endebles. El PAP, cuyo dominio electoral ha sido apabullante desde 1965, controla los poderes ejecutivo y legislativo, y por extensión la designación de jueces. La separación de poderes está en la Constitución, pero en los hechos la línea divisoria es tenue. Aun así, Singapur obtiene altos grados en la calidad y credibilidad de su sistema legal y ha podido persuadir una y otra vez a las compañías multinacionales que sus inversiones en su país están protegidas tanto en el corto como el largo plazo. 

Dado el predominio del PAP, las señales apuntan a que Singapur tuvo la buena suerte (para efectos de crecimiento económico, si bien la distribución del ingreso podría mejorar) de que Lee Kuan Yew liderara su versión particular de autoritarismo. Sus preferencias sobre política económica, que impuso con toda la fuerza de su poder político y de su partido, intimidando a la disidencia y obstaculizando la libertad de asamblea, pero sin recurrir a los tanques en las calles ni otro tipo de excesos de dictaduras afines a la represión extrema, coincidieron con las recomendaciones generalmente aceptadas para crear un ecosistema para el florecimiento de la inversión. 

Se antoja difícil imaginar a Nicolás Maduro, el actual dirigente de Venezuela, obteniendo resultados similares si, en un salto de la imaginación, hubiera sido su propia versión de autoritarismo la que condujera el destino de Singapur a partir de 1965. Con el control de los tres poderes, Maduro ha deteriorado las oportunidades económicas de Venezuela. Lee Kuan Yew, en marcado contraste, pasó a la historia como uno de los grandes promotores de la prosperidad.

A veces es más evidente cuándo una constelación de factores estructurales, como la geografía y la mano de obra barata, se conjunta con cierto tipo de líder para cambiar el rumbo de un país. Esto da fuerza a la teoría de la historia a partir de un “Gran Hombre” (o “Gran Mujer” o “Gran Persona”), por lo menos para Singapur.

Son contados los líderes de regímenes de partido dominante, autoritarios o iliberales que han podido lograr algo parecido. Los dirigentes de países aliados de Estados Unidos en Asia como Taiwán y Corea del Sur, Chiang Kai-shek y Park Chung Hee, son quizá los ejemplos más cercanos. La China de Deng Xiaoping y sus sucesores en el Partido Comunista es otro ejemplo probable, aunque en un entorno de todavía menores libertades políticas. 

Pululan, en cambio, los líderes autoritarios torpes, incapaces de generar credibilidad para la inversión y la prosperidad, pero hábiles para restringir libertades y asaltar los derechos humanos. ¿Alguien quiere imitar el “éxito” de Pol Pot en Camboya o de Daniel Ortega en Nicaragua? ¿Es preferible imitar el modelo autoritario de Cuba o el de Singapur?

La lección proveniente de Singapur es sobre todo económica. Aunque su experiencia sugiere para muchos que es posible, si no necesario, descansar en un partido dominante o una “gran persona” para cambiar el rumbo económico de un país, se trata de solo un par de datos en un mar de evidencia que apuntan en dirección contraria. Si contamos por número de países, son más los que alcanzaron la prosperidad con libertades políticas mayores. La democracia y la prosperidad suelen ir acompañadas. Un análisis bien fundamentado para 175 países entre 1960 y 2010 encontró que, en promedio, el PIB aumenta cuando menos 20% en un lapso de 25 años para aquellos países que se democratizaron. Esto aplica a cualquier nivel de ingreso: la democracia no es un obstáculo para adoptar reglas amigables a la inversión y el empleo cuando un país empieza desde abajo.

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