La derecha dura y la catástrofe climática están íntimamente ligadas. He aquí cómo

Es columnista de The Guardian.

La derecha dura y la catástrofe climática están íntimamente ligadas. He aquí cómo
Ilustración: Danielle Rhoda/The Guardian

El ciclo sigue su curso. Mientras millones de personas son expulsadas de sus hogares a causa de los desastres climáticos, la extrema derecha explota su miseria para extender su alcance. A medida que la extrema derecha adquiere poder, se cierran los programas relacionados con el clima, se acelera el calentamiento y más personas son expulsadas de sus hogares. Si no rompemos pronto este ciclo, se convertirá en la historia dominante de nuestra época.

Un artículo publicado recientemente en la revista científica Nature define el “nicho climático humano“: el rango de temperaturas y precipitaciones en el que prosperan las sociedades humanas. Nos hemos agrupado en las zonas del mundo que tienen un clima que favorece nuestro crecimiento, sin embargo, en muchos de estos lugares el nicho se está reduciendo. En la actualidad, alrededor de 600 millones de personas han quedado atrapadas en condiciones inhóspitas debido al calentamiento global. Es probable que las actuales políticas mundiales provoquen un calentamiento de aproximadamente 2.7ºC para el año 2100. Si se mantiene esta trayectoria, unos 2 mil millones de personas podrían quedar fuera del nicho antes de 2030, y 3.7 millones antes de 2090. Si los gobiernos limitaran el calentamiento a su objetivo acordado de 1.5°C, el número de personas expuestas al calor extremo disminuiría cinco veces. Pero si renuncian a sus políticas climáticas, esto conduciría a un calentamiento de aproximadamente 4.4°C. En este caso, a finales de siglo alrededor de 5.3 millones de personas se enfrentarían a condiciones que variarán de peligrosas a imposibles.

Estas condiciones incluyen alteraciones extremas, morbilidad y muerte por golpes de calor, estrés hídrico, pérdida de cosechas y propagación de enfermedades infecciosas. Estas cifras no toman en consideración el efecto del aumento del nivel del mar, que podría desplazar a cientos de millones de personas más.

Actualmente, las estaciones meteorológicas ubicadas en el Golfo Pérsico ya han registrado mediciones de temperatura de bulbo húmedo –una combinación de calor y humedad– superiores al punto (35ºC con un 100% de humedad) en el que la mayoría de los seres humanos pueden sobrevivir. En otras estaciones, ubicadas a orillas del Mar Rojo, el Golfo de Omán, el Golfo de México, el mar de Cortés y la parte occidental del sur de Asia, las mediciones han alcanzado niveles cercanos. En muchas zonas de África casi no se registran casos de calor extremo. Es probable que ya hayan muerto muchas personas por golpes de calor, pero no se ha registrado la causa de su muerte.

India, Nigeria, Indonesia, Filipinas, Pakistán, Afganistán, Papúa Nueva Guinea, Sudán, Níger, Burkina Faso, Malí y Centroamérica se enfrentan a riesgos extremos. Fenómenos meteorológicos como inundaciones masivas y la intensificación de ciclones y huracanes seguirán azotando a países como Mozambique, Zimbabue, Haití y Myanmar. Muchas personas tendrán que desplazarse o morir.

En los países desarrollados todavía tenemos alternativas: podemos limitar en gran medida los daños causados por el colapso del medio ambiente, del que nuestros países y ciudadanos son los principales responsables. No obstante, estas alternativas se ven anuladas de forma deliberada y sistemática. Los empresarios de la guerra cultural, muchas veces financiados por multimillonarios y empresas comerciales, califican incluso los intentos más inocentes de reducir nuestro impacto como una conspiración destinada a restringir nuestras libertades. Todo se cuestiona: los vecindarios con poco tránsito, las ciudades de 15 minutos, las bombas de calor, incluso las parrillas de inducción. No se puede proponer ni el más leve cambio sin que un centenar de personas influyentes profesionalmente indignadas empiecen a anunciar: “Van por tu…” Cada vez es más difícil, deliberadamente, debatir de manera serena y racional cuestiones cruciales como los vehículos todoterreno, el consumo de carne o la aviación.

La negación de la climatología, que prácticamente desapareció hace unos años, acaba de regresar con fuerza. Los científicos y activistas ecologistas son bombardeados con afirmaciones de que son títeres, cómplices, comunistas, asesinos y pedófilos.

A medida que los efectos de nuestro consumo se vuelven evidentes a miles de kilómetros de distancia, y las personas llegan a nuestras fronteras desesperadas en busca de refugio debido a una crisis en cuya causa prácticamente no han tenido nada que ver –una crisis que podría implicar inundaciones y sequías reales–, las mismas fuerzas políticas anuncian, sin ningún rastro de ironía, que nos están “inundando” o “drenando” los refugiados, y millones de personas se unen a su petición de cerrar nuestras fronteras. A veces parece que los fascistas no pueden perder.

A medida que los gobiernos se vuelven derechistas, anulan las políticas diseñadas para limitar el colapso climático. No existe ningún misterio sobre el motivo: las políticas de derecha dura y extrema derecha son el muro defensivo que erigen los oligarcas para proteger sus intereses económicos. En nombre de sus financiadores, los legisladores de Texas libran una guerra contra las energías renovables, mientras que una propuesta de ley en Ohio cataloga las políticas climáticas como “creencia o política controvertida” en la que se prohíbe que las universidades “inculquen” esto a sus estudiantes.

En algunos casos, el ciclo se desarrolla en un solo lugar. Florida, por ejemplo, es uno de los estados de Estados Unidos más propensos a sufrir catástrofes climáticas, en especial el aumento del nivel del mar y los huracanes. No obstante, su gobernador, Ron DeSantis, sustenta su candidatura a la presidencia en el negacionismo climático. En la cadena Fox News, denunció la climatología como una “politización del clima”. En su estado, promulgó una ley que obliga a las ciudades a seguir utilizando combustibles fósiles. Recortó radicalmente los impuestos, incluido el impuesto sobre las ventas para la preparación ante catástrofes, debilitando así la capacidad de Florida para hacer frente a las crisis medioambientales. No obstante, la derecha dura se alimenta de las catástrofes, y una vez más se tiene la impresión de que difícilmente puede perder.

Si quieren saber qué aspecto tiene uno de los futuros posibles –un futuro en el que se permita que se acelere este ciclo–, piensen en el trato que se da actualmente a los refugiados, multiplicado por varias decenas. Actualmente, en las fronteras de Europa, las personas desplazadas son devueltas al mar. La extrema derecha los encarcela, los agrede y los utiliza como chivos expiatorios, lo cual amplía el atractivo de la misma al culparlos de los males que, en realidad, son causados por la austeridad, la desigualdad y el creciente poder del dinero en la política. Las naciones europeas pagan a gobiernos que se encuentran más allá de sus fronteras para que detengan a los refugiados que podrían dirigirse hacia ellas. En Libia, Turquía, Sudán y otros lugares, las personas desplazadas son secuestradas, esclavizadas, torturadas, violadas y asesinadas. Se levantan muros y se repele a la gente desesperada con una violencia y una impunidad cada vez mayores.

En la actualidad, el odio fabricado contra los refugiados ha ayudado a la extrema derecha a ganar o compartir el poder en Italia, Suecia y Hungría, y ha mejorado enormemente sus posibilidades en España, Austria, Francia e incluso Alemania. En todos los casos, podemos esperar que el éxito de esta facción esté acompañado del recorte de las políticas climáticas, cuyo resultado será que un mayor número de personas no tendrá más remedio que buscar refugio en las cada vez más reducidas zonas en las que el nicho climático humano siga abierto: muchas veces, los mismos países cuyas políticas los han expulsado de sus hogares.

Es fácil suscitar el fascismo. Es la consecuencia por defecto de la ignorancia política y de su explotación. Es mucho más difícil contenerlo, y no tiene fin. Las dos tareas –evitar el colapso de los sistemas de la Tierra e impedir el ascenso de la extrema derecha– no son divisibles. No tenemos más opción que luchar contra ambas fuerzas al mismo tiempo.

George Monbiot es columnista de The Guardian.

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