Reivindiquemos el sexting como un ejercicio libre de la sexualidad
Entre nodos

Periodista especializado en Tecnología con especial interés en la privacidad, el espionaje, la ciberseguridad y los derechos en la esfera digital. Observador de realidades, a veces provocador y defensor de la igualdad, la inclusión y el libre albedrío.
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En México, 3 de cada 4 personas tiene un celular inteligente, mientras que 75% utilizaron Internet en los últimos 3 meses. Foto: Robin Worrall / Unsplash.

Antes de comenzar con una reflexión sobre sexo, millennials y tecnología (¿ya tengo tu atención?), pondré sobre la mesa tres puntos:

  1. Somos libres de decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad.
  2. Tenemos derecho a decidir con quién o con quiénes nos relacionamos afectiva, erótica y sexualmente (consenso).
  3. Se debe respetar nuestra privacidad e intimidad.

Estas premisas las extraigo de la Cartilla de Derechos Sexuales de Adolescentes y Jóvenes de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, y las debemos tener presentes a lo largo de este texto. Empecemos…

El sexting es parte de cómo vivo mi sexualidad, por ejemplo, no uso ropa provocativa, ni me desnudo en público, pero mi herramienta más fuerte para ligar es enseñar mi cuerpo con mi teléfono”, dice Mario, un joven de 33 años que desde los 18 practica el sexting, es decir, envía y recibe mensajes y fotografías con contenido sexual con quienes quiere ligar, usualmente en aplicaciones móviles, pero no lo hace con todas las personas.

Siempre les pregunto si quieren que les mande nudes. Si no quieren, pues no. Y al revés, cuando no quiero que me manden se los digo; si no respetan, bloqueo”.

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Reconocer que el sexting es parte de un ejercicio libre de la sexualidad es clave para entender una práctica que, queramos o no, ya se instauró entre millennials y centennials, y para quienes el mundo digital y las relaciones que ahí se configuran tienen incluso un mayor valor que las de carne y hueso.

Hasta ahora, el sexting ha tenido una connotación negativa en el ámbito público. Por un lado, las autoridades de protección de datos (el Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos Personales y los institutos locales) y, por el otro, las instancias de seguridad lo equiparan con “incidentes” como el acoso, la extorsión, el bullying e incluso la pornografía infantil y pedofilia.

¿Y si cambiamos el paradigma? Al ver el sexting como una práctica sexual involucraría, por lo menos, las tres premisas que mencioné al principio: sería una práctica libre, consensuada y con el respeto a la privacidad y la intimidad. Es decir, ejercer los derechos sexuales en el ambiente digital.

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Esto me recuerda al debate de hace varios años sobre si se debería reclasificar los derechos y delitos en la esfera digital. El bando que mejores argumentos ofrecía explicaba que los derechos humanos deben ejercerse y garantizarse sin importar si son ambientes digitales o análogos (la libertad de expresión, un ejemplo). ¿Por qué no hacerlo así con la sexualidad?

“Es una nueva realidad, una nueva forma de buscar atención por parte del otro. No es una moda porque ya existía desde hace muchos años, ha retomado auge porque estamos inmersos en un mundo más tecnológico”, opina Karla, una profesionista de 37 años, y para quien el sexting también forma parte del ejercicio de su sexualidad.

Cambiar el paradigma no significa ignorar las prácticas lesivas, pero hay que diferenciarlas.  Si le enviamos una nude a alguien sin que la pida, eso es acoso; si difundimos fotos o videos que alguien nos mandó de manera privada, esto es pornovenganza; o si pedimos algo a cambio de no difundir imágenes de alguien más, esto es extorsión. Estas conductas son formas de violencia ejercida en el ámbito digital y la Ley Olimpia las castiga a nivel federal.

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Muy bien. Ya tenemos claro que el sexting es parte del ejercicio de nuestra sexualidad. ¿Y ahora qué? Uno de los retos más importantes, sin duda, es el de la educación, abarcando desde la sexual hasta la alfabetización digital para tener una práctica segura del sexting (sí, incluyendo medidas de seguridad informática).

En este nuevo paradigma, el educar sobre el uso del condón sería tan importante como el tener un antivirus actualizado; el respeto a la privacidad y la intimidad sería tan importante como el evitar sextear utilizando redes públicas inseguras; o que el consenso es fundamental en todas las formas de ejercer la sexualidad.

Karla tiene una hija adolescente y confiesa que, como parte de la educación sexual, ha abordado la práctica del sexting, algo que consideró necesario a partir del confinamiento al que el mundo se sometió por la pandemia de Covid-19 y que trajo la vida digital a un primerísimo plano.

“(El sexting) es un tema que entre los adolescentes está creciendo; el confinamiento y las redes sociales llevó a los jóvenes a interactuar con mayor frecuencia, y por querer encajar en la sociedad, esta práctica puede llevarlos a meterse en serios problemas. Todo lo que envías o subes a las red, jamás se borra”, explica.

Al comentar el tema, la recomendación es que no enseñe la cara, que no esté completamente desnuda, y que sea por aplicaciones que tengan mensajería secreta, no Instagram, no Facebook, y borrar de su celular esas fotos”, agrega Karla, quien tiene un enfoque más permisivo en la educación sobre sexting.

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De hecho, las recomendaciones que Karla le da a su hija son similares a las que organizaciones que defienden los derechos en ambientes digitales como SocialTIC brindan para realizar un sexting seguro: anonimizar las fotos; borrar los metadatos de las imágenes, utilizar mensajerías como Telegram, Signal o Jitsi que son encriptadas y permiten crear mensajes autodestruibles; borrar los mensajes e imágenes de la memoria del celular; y no aceptar solicitudes ni practicarlo con personas desconocidas.

En el otro lado está Marylú, experta en imagen personal de 34 años y quien también es madre de un hijo adolescente. Al preguntarle sobre si aborda el tema del sexting con su hijo, su enfoque es un tanto más prohibitivo: “lo típico de que debes de respetar a las personas, que no mandes absolutamente nada porque todo se queda”.

Pero, dice, no es una prohibición gratuita dado que su preocupación proviene más de la huella digital: “Porque veo que es información que no se puede controlar, las aplicaciones pueden ser vulnerables, todo puede ser usado en tu contra. Un día lo ves bien y al otro, se puede ver mal”.

Mario no tiene hijos, pero sí sobrinos que, asegura, los quiere como propios. Y su posición sobre el sexting en la educación sexual podría no ser prohibitiva, pero sí les diría a sus sobrinos que se esperen hasta la mayoría de edad.

“No por un tema moral, sino más bien legal: cumple la mayoría de edad y no dañes a otros ni permitas que te dañen. Lo abordaría así como ‘te va a dar por tomarte fotos desnudo porque te vas a sentir sexy y es válido, solo no compartas ese material hasta que tengas tu mayoría de edad’”, explica.

La educación, queda claro, parte de los valores, los principios y las vivencias de cada persona y la forma en que quiere transmitirlos a las nuevas generaciones. Y algo es indudable: la revolución sexual 2.0 nos tocó a las y los millennials, pero las nuevas generaciones la vivirán con mayor intensidad, si no es que ya lo están haciendo. Por eso, más que criminalizar esta práctica, tenemos que educarnos para ejercerla con responsabilidad y con seguridad.

Epílogo

Si quieres conocer más de las buenas prácticas para ejercer el sexting seguro, puedes consultar las siguientes guías:

@yak3001

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