Mientras las noticias mundiales se enfocan en las atrocidades que suceden en Ucrania y en Medio Oriente -Ucrania y la franja de Gaza-, nadie voltea a ver a África, particularmente la República Democrática del Congo, una nación que no olvida ni supera el genocidio en Ruanda y que lleva décadas en una guerra de guerrillas.
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De la misma manera que los otros dos conflictos armados que se llevan a cabo en la actualidad, la situación bélica de la República del Congo no se gestó ayer, ha sido presa de su corrupción interna; de la ambición -de propios y extraños- por extraer sus minerales preciosos como oro, diamantes y cobalto; y de la inestabilidad política y social desde el estallamiento de las llamadas “Guerras Mundiales de África” en 1990.
Además del caldo de cultivo “clásico”, la República del Congo -igual que la mayoría de naciones africanas- está compuesta por cientos de etnias que, fieles a sus usos y costumbres- no reconocen a un gobierno central, ni fronteras nacionales, solo sus autogobiernos milenarios.
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De este punto emana la formación del grupo guerrillero M23 (que toma su nombre de los acuerdos de paz -no implementados- el 23 de marzo de 2009), formado por tutsis étnicos quienes tomaron las armas para defender su territorio y, una vez defendido, decidieron expandirse y tomar ciudades como Goma, en Kivu del Norte, desplazando y asesinando a las y los pobladores. El M23 ha retomado fuerza y, presuntamente, es financiado por otro grupo étnico en la frontera con Ruanda, alimentando su poder y el terror en toda la nación congoleña.
Así, vemos que como en cualquier otro conflicto bélico, el vivido en la República Democrática del Congo, es gracias a la búsqueda de poder, dinero y territorio, sin importar las personas, sus derechos humanos ni sus vidas.
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