‘2.4°C es una sentencia de muerte’: La lucha de Vanessa Nakate por los países olvidados de la crisis climática
'Es mucho más difícil construir un movimiento social en internet en África'… Vanessa Nakate. Foto: Esther Ruth Mbabazi/The Guardian

En febrero de 2020, en el Foro Económico Mundial de Davos, a Vanessa Nakate se le demostró su punto de vista de la forma más vívida y “frustrante y desgarradora”. La activista ugandesa de la crisis climática, que cumplió 25 años el mes pasado, fue a Suiza para aportar cierta perspectiva a su acogedor consenso. “Una de las cosas que quería destacar era la importancia de escuchar a los activistas y a la gente de las zonas más afectadas”, dice. “¿Cómo podemos tener justicia climática si no escuchamos a las personas que están sufriendo los peores efectos de la crisis climática, si no se les proporciona una plataforma, si no se les amplifica y se les deja excluidos de la conversación? No es posible”.

Con este propósito, se presentó en una conferencia de prensa junto con Greta Thunberg y otras tres jóvenes blancas europeas activistas climáticos. Cuando Associated Press publicó una foto de la reunión, cortó a Nakate. Fue, dijo en ese momento, su primer encuentro con el racismo directo y descarado, y no hizo más que reforzar su argumento y hacer más urgente su campaña. AP expresó posteriormente su “arrepentimiento” por su “error de juicio”.

Si aquellos que debaten sobre la cuestión climática ni siquiera pueden reconocer a los activistas africanos, y mucho menos fijarse en ellos, entonces sus soluciones serán incompletas y faltas de perspectiva. Más importante, únicamente agravarán las injusticias que ya forman parte de la crisis. “África es responsable de solo el 3% de las emisiones mundiales“, dice Nakate, hablando conmigo por videollamada desde Kampala, la capital de Uganda. “Es importante reconocer que la crisis climática fue causada por el norte global y que el sur global es el que está sufriendo. Esto crea una enorme responsabilidad que recae en el norte global para emprender acciones, para hacer justicia climática, especialmente para las comunidades en primera línea. Pero esta conversación es un tema polémico para mucha gente”.

“Tema polémico” es una frase que utiliza varias veces. Transmite algo entre “extrema medida” e “idea difícil y desafiante”. Esta expresión es típica de su forma de hablar: inquebrantable, incisiva y persuasiva

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Nakate, Luisa Neubauer, Greta Thunberg, Isabelle Axelsson y Loukina Tille en Davos. Cuando publicó la foto por primera vez, AP cortó a Nakate. Foto: Markus Schreiber/AP


Iniciar una ardua conversación sobre las reparaciones climáticas y el imperialismo medioambiental en un escenario global no es el punto al que Nakate pensaba dirigirse hace tres años. A principios de 2019, estaba a punto de graduarse de la Facultad de Negocios de la Universidad de Makerere, que forma parte de la universidad más antigua de Uganda. “Toda mi vida supe lo que iba a hacer. Iré a la preparatoria, después iré a la preparatoria superior; iré a la universidad, después posiblemente haré una maestría o un curso profesional, conseguiré un trabajo, me casaré y viviré feliz para siempre“. Su licenciatura era Administración de Empresas y Mercadotecnia y estaba interesada en hacer un postgrado en mercadotecnia. “Todo consistía en tener una mayor ventaja en el mercado laboral, vivir, poder sobrevivir y cubrir las necesidades básicas de la vida”.

No es que viniera de una familia apolítica; su padre, un empresario, participaba en la política local con una orientación ecológica y progresista, mientras que su madre, que la cuidaba a ella y a sus hermanos de tiempo completo, simpatizaba con esas opiniones. Sin embargo, Nakate nunca se imaginó que formaría parte de un movimiento de protesta: “Conocí la palabra ‘activismo’ cuando comencé a hacer activismo. No recuerdo que formara parte de mi vocabulario, ni siquiera de mi imaginación”.

La costumbre consistía en que los estudiantes tuvieran unos meses libres antes de graduarse, para realizar trabajos voluntarios en sus comunidades. Cuando Nakate comenzó a investigar los retos a los que se enfrentaba la gente en su vida diaria, empezó a “entender lo que significa el calentamiento global, el impacto que está provocando“. En la escuela hablaron sobre el clima, aunque en términos abstractos de grados de calentamiento y a qué se podía atribuir; para ella, la experiencia vivida de la crisis era nueva. Muchos de los daños industriales y agrícolas activos, “las industrias de carbón y petróleo, el impacto y los alimentos que comemos, todo esto lo he ido aprendiendo de compañeros activistas, de comunidades que viven en primera línea”.

A medida que el año 2019 avanzó, pasó de un fenómeno meteorológico extremo a otro. En marzo y abril, los ciclones Idai y Kenneth azotaron el sureste de África y dejaron a 2.2 millones de personas con necesidad de ayuda por inundaciones, esto ocurrió en Mozambique, donde casi 1 millón de personas ya se habían visto desplazadas por las inundaciones. Durante el verano, las inundaciones en Níger amenazaron a 200 mil personas; en noviembre, Djibouti registró el valor de dos años de lluvia en un solo día. Cuando Nakate comenzó a investigar el impacto de la crisis climática en su localidad, se vio arrastrada al vórtice de los medios de vida devastados en todo el continente.

Las organizaciones que fundó, Youth for Future Africa, Rise Up y Green Schools Project, entran y salen de los ámbitos micro y macro. Visita las escuelas para movilizar a la próxima generación y para ayudar a instalar paneles solares y estufas ecológicas.

Acaba de publicar A Bigger Picture, que en parte es una autobiografía, pero sobre todo un llamado a la acción. Habló en la COP25 y en la COP26, y junto a Ban Ki-moon, exsecretario general de la ONU, en el Foro de Alpbach, que reúne a las principales figuras políticas y pensadores. Y todo esto comenzó el primer domingo de 2019, con aquello que menos quería hacer: una protesta en la calle.

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Nakate y compañeros activistas organizan una protesta en un suburbio de Kampala en septiembre de 2020. Foto: Abubaker Lubowa/Reuters/Alamy

“Me daba mucho miedo salir a la calle y simplemente sostener un cartel. Tenía miedo de que la gente me mirara, miedo de lo que pensarían mis amigos de la escuela. Salir a la calle es lo que muchos estudiantes llamarían un camino de la vergüenza. ¿Quién haría eso?”, explica. “Y no me equivoqué respecto a mis miedos. Mis compañeros de escuela me decían lo que pensaban de mis actividades; se reían, se burlaban. Tuve razón al pensar que sería vergonzoso”.

En aquella época, existía un movimiento de protesta contra el cobro de las colegiaturas, pero era considerado como algo marginal y Nakate no se consideraba contracultural. Las huelgas estudiantiles se enfrentan a más obstáculos en Uganda que en Europa y Estados Unidos. Es necesario superar obstáculos burocráticos; los manifestantes necesitan permisos para reunirse junto a los edificios públicos. Aunque Nakate nunca ha sido detenida, algunos de sus amigos sí. Se sentía intimidada por la cantidad de recursos que necesitaba un movimiento solo para organizar un punto de reunión con micrófonos.

“El otro aspecto es la educación”, comenta. “Es muy valorada en nuestras familias, en nuestro país. No todos los niños pueden ir a la escuela, no todos los niños pueden terminar la escuela, y uno crece con esta sensación de que la educación es la clave del éxito. [En Uganda son gratuitos trece años de educación, de los cuales los primeros siete son obligatorios, pero los índices de abandono escolar son elevados]. Respetamos la educación, entendemos lo mucho que trabajaron nuestros padres por ella. Por eso, a los estudiantes les resulta muy difícil faltar a la escuela, ya sabes, y realizar una huelga climática. Podrían ser expulsados”.

Los internados son más comunes (y asequibles) en Uganda que en el Reino Unido, sin embargo, los estudiantes pueden pasar un trimestre completo sin acceder a internet y, por tanto, sin siquiera saber que se inició un movimiento climático juvenil. “Es mucho más difícil construir un movimiento social en internet en África”, comenta. “En Europa y Estados Unidos, los estudiantes pueden tener celulares a edades muy tempranas. En mi país no ocurre lo mismo. Si tienes mucha suerte, puedes conseguir un teléfono a los 16 años. Lo más probable es que lo consigas a los 18″.

Al principio, las protestas incluían a Nakate sola o con algún hermano (tiene dos hermanos y dos hermanas, además de “muchos” primos). No obstante, con el paso del tiempo, sus amigos dejaron de burlarse de ella y se unieron. Eran mayores que los estudiantes en huelga de toda Europa, alrededor de los 20 años, uno de los motivos por los que fundó Youth For Future Africa, ya que las “huelgas estudiantiles” no describían del todo el creciente movimiento.

La inspiraron las huelgas estudiantiles que se realizaban los viernes en otras partes del mundo. Nakate dice que la hicieron sentir “tan asustada. Comprendí que no podía dejar pasar otra semana sin hablar. Pero en realidad era sábado y me di cuenta de que ya había pasado el viernes. Me dio esa sensación de urgencia, esa sensación de que debería haber comenzado antes. No era el cambio climático, era una crisis climática”.

Así que comenzó su huelga de los viernes al día siguiente. El movimiento se extendió tanto en las redes sociales como en las calles, frente a gasolineras y centros comerciales, y se convirtió en el punto de encuentro de varias cuestiones cada vez más urgentes, como la devastación de la selva del Congo. A finales de 2019, fue una de las muy pocas activistas juveniles invitadas a la COP25, que se llevó a cabo en Madrid.

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Nakate y Thunberg con la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, en la COP26 en Glasgow. Foto: Getty Images


Los viajes a las cumbres, la participación cercana a los discursos de los líderes mundiales, con frecuencia la dejan desilusionada, “con la sensación de que las cosas se están acelerando hacia la dirección equivocada”. Los movimientos de base son los que le devuelven el optimismo. “Elijo creer que un mundo diferente no solo es necesario, sino que también es posible“, dice. “Tengo esa esperanza gracias a la gente que se organiza en distintas partes del mundo. Si alguna vez dejara de tener esperanza, no tendría la fuerza para luchar”.

Una de las cuestiones que ha intentado añadir a la agenda mundial es la de las pérdidas y los daños, es decir, realizar una evaluación adecuada de los costos que representan las emisiones de los países desarrollados para los países en desarrollo, en términos de fenómenos meteorológicos extremos y de destrucción de hábitats y sustentos de vida. Los países desarrollados se comprometen periódicamente a destinar fondos para la descarbonización y la construcción de infraestructuras renovables, pero su materialización suele ser muy lenta.

Nakate comenta: “Necesitamos un fondo independiente para pérdidas y daños. Porque las comunidades no se pueden adaptar a la pérdida de sus culturas o sus tradiciones, no se pueden adaptar a la pérdida de vidas, o a la hambruna. Tenemos que iniciar esta conversación sobre la crisis climática; ¿quién es responsable y quién tiene que pagar?”. Es importante entender que este dinero no es una ayuda, sino una reparación, dice. En un nivel práctico, el dinero debe venir en forma de subvenciones, no de préstamos: “No queremos que el movimiento climático aumente la deuda existente del sur global”.

La comunidad internacional se siente cómoda dialogando sobre la financiación para la adaptación, pero huye de la idea de las reparaciones, cuyo costo los investigadores solo están comenzando a calcular. Sin embargo, dice Nakate, un debate que “no escucha ni reconoce a las personas que se han visto perjudicadas o afectadas en el pasado no puede reconocer ni respetar los conocimientos, la sabiduría y las decisiones de las personas que se encuentran en primera línea. Existen muchas soluciones que ya se encuentran funcionando en los países vulnerables. Cada activista tiene una historia que contar, y cada historia tiene una solución, y cada solución tiene una vida que cambiar, pero este cambio solo ocurrirá si se escucha a cada activista”.

En sus momentos más generativos, las cumbres climáticas arrojan soluciones que parecen ser el futuro, pero que en realidad agravan los problemas del presente. “Escuchamos a los gobiernos hablar sobre campañas de reforestación, las cuales suelen significar que las comunidades indígenas perderán sus tierras. Así no es como se verá la justicia climática”.

“Si los gobiernos hablan sobre la transición hacia los vehículos eléctricos, eso no puede implicar tirar a la basura todos los vehículos con motor de gasolina y diésel que no se utilizan en países ya vulnerables. Eso no es justicia climática. Algunos de los materiales que se utilizan en la producción de vehículos eléctricos implican la explotación de personas, mujeres, niños y niñas, en el proceso. Si el precio de tener vehículos eléctricos significa la explotación de personas en determinadas partes del mundo, eso no es justicia climática”.

En el momento en que ocurrió el retraso de la COP26 por el Covid-19, el desinterés del norte global hacia el sur, y lo absurdo de intentar llegar a acuerdos internacionales sin contemplarlo, tuvo un nuevo ejemplo: la inequidad de las vacunas. “Muchos activistas del sur global tienen dificultades para llegar a la COP, como la autorización o la financiación, pero ahora el reto fue la inmunización. Esto imposibilitó en gran medida que los activistas viajaran y hablaran sobre sus experiencias. Una vez que percibes la conexión, la forma en que la iniquidad de las vacunas impide centrar y dar un escenario a las voces de las comunidades más afectadas, entonces percibes la conexión entre la distribución de las vacunas y la justicia climática”.

Al término de esa conferencia, en la que se produjeron numerosos avances supuestamente fructíferos y compromisos de última hora dignos de una telenovela, “el rastreador climático mostró que nos encontrábamos en una trayectoria hacia los 2.4°C”, comenta Nakate, con seriedad. “Esto es una sentencia de muerte para muchos. Simplemente hizo que me diera cuenta de que los compromisos no detendrán el sufrimiento de las personas en diferentes partes del mundo. Las promesas no impedirán que nuestro planeta se caliente. Las promesas no detendrán el impacto de la crisis. Solo la acción real conseguirá la justicia”.

A Bigger Picture, de Vanessa Nakate, ya está a la venta (Pan Macmillan, 20 libras). Para apoyar a The Guardian y The Observer, compre su ejemplar en guardianbookshop.com. Se pueden aplicar gastos de envío.

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