La difícil vida de los sumos en Japón
Los luchadores de sumo tienen arduos entrenamientos antes de gozar de fama en este deporte. Foto: AFP / Mathias Cena

Orientar la vida laboral después de una carrera deportiva en el sumo a menudo no resulta sencillo en Japón, ya que ese medio se halla muy alejado de la sociedad, con sus propios códigos y una marcada jerarquía basada en la meritocracia. Estas son algunas claves para entenderlo.

Para entrar en el mundo del sumo es necesario ser varón, de entre 15 y 23 años, y haber finalizado la educación básica, medir al menos 1.67 metros y pesar al menos 67 kilos, y ser aceptado por un ‘heya’, el lugar de hospedaje y entrenamiento de los luchadores (rikishi).

El límite de edad fue extendido a los 25 años para aquellos que ya han hecho carrera en el sumo amateur. Los criterios de talla y de peso fueron suavizados en 2013 para hacer frente al creciente desinterés de las jóvenes generaciones por este tipo de vida exigente y cada vez más alejada de los modos de vida actuales.

Los luchadores de sumo viven en comunidad, como una gran familia, con su oyakata (maestro) y su esposa, en un ‘heya’ en el que duermen en una gran pieza conjunta, hasta que hayan alcanzado la segunda división de la clasificación.

Su día a día está marcado por un largo y extenuante entrenamiento, en ayunas, que comienza al alba y dura varias horas. Los luchadores ingieren después un copioso menú de mediodía seguido de una siesta, que facilita la ganancia de peso, antes de dedicar las últimas horas del día a sus ocupaciones personales.

La clasificación de luchadores de sumo profesional está estratificada en seis categorías. Sólo los integrantes de las dos primeras tienen derecho a percibir un salario, un total de 70 luchadores.

En cada torneo, el número de victorias y de derrotas determina los ascensos y descensos. Los luchadores de las cuatro divisiones inferiores tienen solucionada la manutención y el alojamiento, pero no perciben dinero de forma regular más allá de unas dietas o premios en cada torneo.

Referencia ineludible para los luchadores, la clasificación (‘banzuke’) se publica cada dos meses antes de cada torneo. Todos entrenan duro para ascender a las dos divisiones superiores, un escalafón que puede transformar sus vidas.

Porque además de percibir un salario, disponen así de su propia habitación, tendrán derecho a lucir hermosos vestidos y un ‘mawashi’ (cinturón de combate) de colores en los torneos.

Estas celebridades del sumo que llegan a la cumbre, llamados ‘sekitori’, son también servidos por otros luchadores peor clasificados que les asisten en el entrenamiento y en los aseos, les ayudan a vestirse, les sirven la comida, lavan y planchan sus ropas, les hacen recados, llevan el material…

La retirada deportiva de un rikishi está marcada simbólicamente por el corte de su coleta durante una ceremonia. La edad del final de la carrera oscila según las circunstancias y las lesiones, pero se sitúa generalmente entre los 30 y 35 años, aunque no son pocos los que pelean hasta bien entrada la cuarentena.

Hecho inhabitual, el luchador Hanakaze, retirado en enero, aguantó compitiendo hasta los 51 años, tras más de 35 años sobre la arena.

Los luchadores que más éxitos han logrado a lo largo de su carrera pueden optar por permanecer en el medio y convertirse en ‘oyakata’, pero este camino está reservado a una élite: sólo 7 ‘rikishi’ de los 89 que pusieron fin a su carrera deportiva en 2021 lo lograron.

Para ello, deben haber peleado durante al menos 30 torneos en las dos primeras divisiones (o haber alcanzado un cierto rango) y comprar a otro ‘oyakata’ uno de los 105 títulos acreditativos en circulación, con unos precios que pueden equivaler a varios millones de euros. Un puesto de ‘oyakata’ asegura un salario hasta la edad de jubilación, fijada en 65 años.

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