En el lado equivocado de la historia
Zinemátika

Escribió por una década la columna Las 10 Básicas en el periódico Reforma, fue crítico de cine en el diario Mural por cinco años y también colaboró en Reflector, la publicación oficial del Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Twitter: @zinematika

En el lado equivocado de la historia
Foto: Gaceta 22 / Canal 22

¿Es posible separar a la persona del artista y a éste de su obra? Es una pregunta interesante y pertinente cuando se habla de Leni Riefenstahl, una de las figuras más polémicas del cine, cuya obra Olympia cobra relevancia a la luz de una nueva edición de los Juegos Olímpicos.

La actriz, bailarina, fotógrafa y cineasta Leni Riefenstahl nació en Berlín en 1902. Luego de probar suerte durante un tiempo en los escenarios, se retiró a temprana edad por una lesión. Se dice que su salto al cine se dio tras observar el Acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein, considerado una obra cumbre del montaje ideológico soviético.

Lo cierto es que su carrera como actriz le abrió las puertas del Séptimo Arte, un coto cerrado en la década de los 30 para las mujeres cineastas. Tras un par de cintas de corte propagandista, le fue encomendado un proyecto verdaderamente monumental: crear un documental sobre los Juegos Olímpicos de 1936, que se desarrollaron en Berlín.

Esta misión le fue concedida a Riefestahl por el Comité Olímpico Internacional, organismo que encargó una película que celebrara la alegría de los Juegos, aunque se sabe que el gobierno alemán de aquel entonces contribuyó con fuertes cantidades de dinero. Eso le permitió a la cineasta tener el equipo más avanzado de aquella época y aplicar innovaciones que siguen empleándose hasta nuestros días.

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Si bien es imposible separar la carga ideológica del documento fílmico, lo cierto es que el clasicismo de las imágenes, inspiradas en las esculturas griegas y romanas que luego se tornaban en atletas en movimiento, no solo aportó belleza a la cinta, sino que impuso al deportista como estereotipo de belleza: los músculos, las expresiones de fuerza y de cansancio y, al final, los rostros del triunfo, hablan de una felicidad que no entiende de épocas ni idiomas.

Como lo decía anteriormente, Olympia también sirvió como un gran laboratorio fílmico. Para registrar los ágiles movimientos de los atletas se desarrollaron nuevos ingenios, como una cámara capaz de grabar bajo el agua, un riel en el que transportaban a Riefenstahl para no perder detalle del movimiento de los atletas –técnica que se conoce actualmente como travelling–, o la creación de fosos para ver cómo se elevaban los participantes en las carreras con vallas.

Numerosos estudiosos del cine, como el francés Georges Sadoul, señalan que la cinta también sirvió como una especie de compendio de los avances del Séptimo Arte hasta esa fecha. Allí estaban las composiciones monumentales, heredadas en general del realismo soviético, y ciertos close ups y secuencias, como la de la competencia ciclista, que habían sido abiertamente copiadas al Acorazado Potemkin de Sergei Eisenstein.

“Si se ha afirmado que Olympia constituye un hermoso canto al cuerpo humano, hay que añadir que lo que verdaderamente interesaba a Leni Riefenstahl era la belleza, la eficiencia y la productividad de la máquina corporal humana en acción”, señala el experto Román Gubern en su libro La Imagen Pornográfica y Otras Perversiones Ópticas.

Numerosos críticos exaltan que, pese al contexto político en que fue rodado, el documental mostró profusamente los cuatro triunfos que el corredor afrodescendiente Jesse Owen se llevó de Berlín, para disgusto de Adolf Hitler. De hecho, la bandera de las Barras y las Estrellas es una de las que más destaca en el documental lejos, claro está, de la iconografía nazi.

A lo largo de los años, el filme ha recibido numerosos premios; en 1955, fue elegida como una de las 10 mejores cintas de la historia, y en 1982 el Comité Olímpico Internacional le ofreció un reconocimiento especial a su creadora, quien vivió rodeada de la polémica que salpicó siempre sus afinidades políticas, ideológicas y personales.

¿Puede juzgarse una obra de arte de forma separada del artista? La respuesta lógica es no, pero, como dijera Román Gubern, “nadie puede ser justo con las cosas del pasado”.

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Durante las semanas en las que se desarrollarán los Juegos Olímpicos de Tokio, compartiré en Instagram (instagram.com/zinematika) una serie de recomendaciones fílmicas inspiradas por las competencias deportivas que se realizan en la capital japonesa. No se las pierdan.

José Arrieta colaboró durante 10 años con la columna “Las 10 Básicas”, en el periódico Reforma, fue crítico de cine en Mural por 5 años y, durante ese tiempo, escribió en “Reflector”, la publicación oficial del Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Encuéntralo en Instagram, Facebook y Twitter: @zinematika

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