Sí pero no
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Sí pero no
12 de noviembre, Reino Unido. Activistas climáticos con máscaras del presidente estadounidense Joe Biden y del primer ministro británico Boris Johnson, durante una protesta frente a la sede de la COP26, Glasgow, Reino Unido. Las negociaciones de la cumbre del clima de la ONU para frenar el calentamiento global, que oficialmente debían de terminar este viernes, continuarán mañana. Foto: Robert Perry / EFE / EPA

Hay palabras que son más elocuentes que mil imágenes. Las enunciadas por el ministro de Medio Ambiente de la India rumbo al cierre de las negociaciones de la COP26 superan a las fotografías provenientes del salón de reuniones de Glasgow y dicen bastante sobre las dificultades para llegar a un acuerdo que efectivamente desacelere la emisión de gases de efecto invernadero:

“¿Cómo puede alguien esperar que los países en desarrollo hagan promesas sobre la eliminación gradual de los subsidios al carbón y los combustibles fósiles? Los subsidios brindan la seguridad social y el apoyo muy necesarios.”

Dejando de lado los méritos de su argumentación (los economistas propondrían apoyos directos a familias de bajo ingreso en lugar de subsidios universales otorgados a través del precio de los combustibles), la observación es en realidad aplicable a todos los países. El mundo no está ni política ni económicamente listo para reducir emisiones al ritmo sugerido por expertos, activistas y algunos países pequeños de Europa cuya matriz energética ha ido virando desde hace cuatro décadas hacia una menor dependencia de los combustibles importados. Frente a la disyuntiva entre crecimiento económico y reducción de emisiones, los líderes resuelven consistentemente a lo largo y ancho del planeta a favor del crecimiento, de donde provienen los empleos, los recursos para brindar apoyos sociales…y los votos.

Si fuera al revés, los líderes y delegados reunidos en Glasgow habrían mostrado gran júbilo y, quién sabe, hasta organizado una magna celebración por el aumento en el precio de los hidrocarburos registrado en los últimos meses. Ese aumento es una pequeña probada -otra más- de lo que significaría vivir sin subsidios, una de las medidas calificadas como “urgentes” en más de un discurso para evitar un aumento mayor a 1.5 grados centígrados en la temperatura mundial. En ningún continente ha causado alegría el mayor costo de la gasolina, el diésel, la turbosina, el gas LP, el gas natural o el carbón. Cuando mucho, en Glasgow se vio como un gran avance incluir en el texto final una mención a los combustibles fósiles, algo ya común en las reuniones anuales del G20 desde la década pasada.

En teoría, los precios más altos de los combustibles fósiles incentivan el desarrollo tecnológico para encontrar sustitutos. En la práctica, el tiempo de gestación de una nueva tecnología se extiende más allá del mandato de un líder y puede abarcar vidas enteras. Fue al final de los años 70 que los países de la OCDE comenzaron a dedicar recursos e incentivos para fuentes alternativas de energía disponibles en cualquier parte, como la solar y la eólica entre otras. Los frutos de ese esfuerzo apenas se empiezan a notar cincuenta años después, con la caída de 80% en el costo de generación con energía solar y 70% con la eólica. Al transitar rumbo a este punto, el mundo debió consumir más derivados de petróleo, gas natural y carbón para seguir creciendo y sacar de la pobreza a la mayor cantidad de seres humanos jamás vista en la historia, cortesía de China, la India y sin duda sus clientes en occidente.

Las transiciones energéticas son confusas tanto en los hechos como en los discursos. El presidente Joe Biden de los Estados Unidos ha encontrado consistente llamar a los países de la OPEP y Rusia a aumentar la producción de petróleo y al mismo tiempo desincentivar su uso y promover las renovables. En los años 70s, cuando la transición significaba sobre todo la diversificación para utilizar menos petróleo importado, el presidente Jimmy Carter promovió al mismo tiempo la energía solar y al carbón. Este año, Texas y Reino Unido demostraron durante el invierno y el verano respectivamente que la danza entre el gas natural y el viento es todavía proclive a tropezones mayúsculos y puede conducir a precios de electricidad exorbitantes, que tampoco festeja ningún entusiasta de la eficiencia energética.

México tiene su propia y espasmódica versión del avance hacia la energía limpia. Cada paso hacia adelante en la penetración de renovables genera un calambre a alguien que vive de los hidrocarburos o de modelos de negocio poco competitivos. Esto provoca una nueva ronda de pugnas por el sistema energético, atascando el proceso de cambio. Y hasta los gobiernos que más han promovido las renovables han subsidiado decididamente a los combustibles fósiles. Es más fácil hablar que actuar.

Al enviado especial del presidente de los Estados Unidos para el clima, John Kerry, le preguntaron en una conferencia de prensa en Glasgow si no era inconsistente que el presidente Biden pidiera al mismo tiempo mayor producción y menor uso de hidrocarburos. Su respuesta fue que el presidente Biden “pide que aumenten la producción en el momento inmediato…A medida que se produzca la transición, no habrá esa necesidad mientras se despliegan los paneles solares, mientras se despliegan las líneas de transmisión, mientras se construye la red”. ¿Será?

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