La obsesión presidencial por el control de los periodistas
El presidente Andrés Manuel López Obrador. Foto: Gobierno de México.

La información lo es todo, en la guerra como en la paz… El poder no se funda en el terror, sino en la información.Fouché, el genio tenebroso de Stefan Zweig.

Hasta antes de que el presidente Andrés Manuel López Obrador hiciera públicos los supuestos ingresos del periodista Carlos Loret de Mola, había dos modelos básicos de cómo el poder político usaba, de manera ilegal, la información sobre periodistas, adversarios y críticos al poder en turno.

El primero es el modelo “elegante” de Fernando Gutiérrez Barrios, político veracruzano que fue titular de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la agencia del espionaje mexicano creada en 1947 y disuelta en 1985. También fue secretario de Gobernación y perseguidor de guerrilleros mexicanos y adversarios al PRI, pero un héroe para Fidel Castro y Ernesto “El Ché” Guevara, a quienes no solamente les perdonó la vida, sino además apoyó para que hicieran su Revolución cubana.

Detalles del modelo. Se cuenta que cuando el capitán Gutiérrez Barrios pretendía intimidar o advertir a algún enemigo del sistema político mexicano que estaba rebasando los limites impuestos por el poder, lo invitaba a su oficina de la Secretaría de Gobernación y siempre, siempre, tenía un sobre amarillo cerrado encima del escritorio. La conversación, por lo común, era acerca de temas casuales “¿cómo está la familia? ¿los hijos…?”; pero, entre la plática, de manera insistente tomaba en sus manos el sobre. Ese era el mensaje cifrado de que poseía la información suficiente de todos los ángulos de la vida de su interlocutor como para hacerlo pedazos cuando así lo deseara.

Si el invitado interpretaba las señales como el capitán quería que las entendiera, podía asegurar su estatus social, político e incluso la vida de él y la de sus familiares. Pero en caso de que no interpretara adecuadamente el mensaje, Gutiérrez Barrios tenía, por supuesto, a sus muchachos de la DFS para hacer efectivas las lecciones del poder. Lo importante era dejar claro quién poseía el poder de la información.

El segundo es el modelo “violento”, que es de quien sería el consentido, el heredero natural de Gutiérrez Barrios, Miguel Nazar Haro. Para él no había citas, mensajes codificados o sobres amarillos en el escritorio. No había advertencias de por medio. Para los subversivos, enemigos, adversarios del gobierno solo había tres opciones: encierro, destierro o entierro.

Esos modelos resistieron décadas. Hasta este viernes 11 de febrero cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió romper el molde y establecer uno donde ya no hay intermediarios.

Esta vez fue el mismo presidente quien, siguiendo las formas de lo que hacían antes los aparatos del espionaje, mostró públicamente uno de los poderes que posee: el de la información sobre sus críticos y adversarios, como él mismo ha definido públicamente a periodistas, analistas y organizaciones civiles que no son aliados e incondicionales a su gobierno.

¿Por qué los gobiernos espían periodistas?

Porque espiar periodistas forma parte del ABC de los manuales del espionaje. 

Porque pocos grupos sociales les atraen tanto a los aparatos del espionaje y al poder político como los periodistas. Otros son los intelectuales y todo el mundo de la cultura. 

Sobra literatura que lo demuestra, pero traeré en este momento a dos autores que se han ocupado de documentarlo: Robert Darnton, en su libro Censores trabajando, y Vitali Shentalinski y sus tres tomos sobre los archivos de la KGB (aparato de espionaje soviético). 

En el caso mexicano, el porcentaje de información que aparatos del espionaje, como la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales y la DFS, acumularon sobre periodistas de los años 60, 70 y 80 del siglo pasado son el mejor ejemplo de la importancia que tienen para la construcción de sus reportes.

Porque a través de los periodistas se enteran de lo que piensan o dicen sus funcionarios, pues una de las debilidades de las personas en el pode es la necesidad de ser “famosos”, que quede un registro de ellos en la historia y el periodismo les da esa posibilidad. Las pasiones humanas elementales. Por esa condición y necesidad, las y los políticos suelen contar a los periodistas asuntos que no comparten fácilmente en su círculo cercano.

La intervención de las llamadas telefónicas fue uno de los métodos más comunes. Cajas completas de ellas están en el Archivo General de la Nación, inaccesibles para los investigadores en los tiempos del actual gobierno. Más para los periodistas.

Otra de las razones es por todo lo que los periodistas publican y difunden. En mi libro La otra guerra secreta hay un documento donde se establecen los criterios de importancia para los gobernantes dependiendo del medio y el formato. Hasta hace poco aparecieron el internet y las redes sociales, pero para el gobierno mexicano actual, hay momentos en que pareciera que el presidente sigue en los años 70 enfocando sus preocupaciones en lo que publican o difunden los llamados medios tradicionales: impresos, radio y televisión

¿A qué tipo de periodistas espía el poder?

La cantidad y la calidad de la información del espionaje sobre periodistas depende de qué tan aliados o críticos del gobierno en turno son. Por ejemplo, los expedientes sobre periodistas críticos al PRI fueron abundantes, pero si algunos de ellos se volvieron aliados del gobierno de López Obrador, sus expedientes deben ser suaves en el actual Centro Nacional de Inteligencia (CNI). 

A falta de una estrategia de Estado de seguridad nacional, el CNI sigue funcionando como lo hizo la DFS, la DISEN y el CISEN: seguir una agenda de gobierno, el que está en turno. Dos ejemplos pueden respaldarlo.

En esos expedientes del espionaje a periodistas está un ejemplo de cómo cuando un presidente sentía herido su honor, despostillado su poder o le provocaban ira podía destruir un medio sin ninguna contemplación.

Uno de esos casos donde la ira del presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) sería implacable fue con el Diario de México. Para su desdicha, su historia quedó reducida a la triste referencia de un par de fotos mal puestas en su página 3 del 23 de julio de 1966.

Dos fotos en pleno centro. En una, la convención de gasolineros con un inmenso retrato de Díaz Ordaz al fondo (como era regla y tradición); la otra, un par de mandriles. Todo estaba bien salvo los pies de foto. Éstos se habían publicado al revés.

El de la convención de gasolineros con todo y foto de Díaz Ordaz en el fondo decía: “Se enriquece el zoológico. En la presente gráfica aparecen algunos de los nuevos ejemplares adquiridos por las autoridades para divertimento de los capitalinos. El objetivo que se persigue es lograr que el zoológico de la Ciudad de México sea uno de los más completos y que los ejemplares que en el mismo se exhiban sean variados y representantes de toda la fauna, en sus más variadas expresiones.

“Incluso, como en el presente caso, se busca que de la unión de ellos pueda surgir un mayor enriquecimiento en el número de ejemplares que se exhiben. Estos monos fueron colocados ayer en sus respectivas jaulas…”

El pie de foto de los mandriles daba cuenta de la reunión de gasolineros: “Al iniciarse ayer la IV Convención Nacional Ordinaria de la Unión de Expendedores…”

Y por más que el director Federico Bracamontes rogó e imploró para demostrar que había sido un error humano, nada. Habían hecho enojar al presidente y los presidentes en México no saben perdonar. “El que la hace, la paga”, es una de sus máximas del poder presidencial en México. 

Caso dos. Manuel Marcué Pardiñas fue uno de esos periodistas que gustaba de la vida de lujos, ostentosos autos, buenas comidas en lujosos restaurantes y en general una vida periodística sin muchas ataduras éticas. 

Eso no incómoda al gobierno, hasta alimentaba esos placeres básicos. El problema es que recibir beneficios del gobierno y querer ser crítico del mismo no es una fórmula que le guste mucho a los presidentes mexicanos.

Los presidentes en México buscan aliados, periodistas y medios a los que, como dijo José López Portillo, no les paguen para que les peguen. Y a Marcué le atraían ambas cosas. Le dejaron hacer y deshacer en tanto no pasara los límites. Pero ese espíritu periodístico que no cedía ante los placeres terrenales terminó metiéndolo en laberintos de los que el poder tenía los hilos para salvarlo o arruinarlo. Hizo lo segundo. 

Para cuando Marcué quiso regresar al mundo de los críticos, ya era demasiado tarde. En los cajones de las secretarías de Estado, como Hacienda, había abundante información de sus problemas con el pago de impuestos y si eso no funcionaba, estaban los informes de la vida íntima y privada: el otro nivel del espionaje

Y ni se diga del caso Excélsior. Si bien es cierto que por años Julio Scherer mantuvo una relativa relación y comunicación privilegiada con los presidentes de la República, el que no fuera del todo sumiso a su poder tuvo como respuesta la dureza del presidente Luis Echeverría. A Scherer, a Manuel Buendía, a todos los que asomaban un poco de crítica, les terminaron aplicando todo el programa del espionaje. 

¿Qué espían de los periodistas?

El primer nivel siempre suelen ser las finanzas personales. Una de las debilidades más evidentes de los periodistas, como las de cualquier ser humano, suele ser el dinero. Algunos por exceso, otros por sus carencias.

En una llamada interceptada alguna vez por los espías de gobernación grabaron la conversación entre el entonces dirigente del PRI, Alfonso Corona del Rosal conocido como “Flor” y el jefe de prensa de Gustavo Díaz Ordaz, Francisco Galindo Ochoa, donde intercambian qué tipo de obsequios para qué tipo de periodistas.

F: ¿Pancho?

O: ¿Cómo le fue mi Flor…?

F: Oiga, Pancho, ¿qué le mandaremos a Denegri…? (Carlos Denigri)

O: ¿A Denegri…?

F: ¿Qué me sugiere…?

O: Pues hombre, mi Flor…, lo que más le gustaría… 

F: Sí…

O: Mándele “lana”, mi Flor…

F: ¿Sí…? 

O: Si…

F: ¿Cuánto le mandamos…?

O: Pues… ¿cuánto tenía usted pensando para el regalo?

F: Pues… unos 3 mil… algo así…

O: Pues mándele.

F: Cinco.

O: ¿Si puede…?

F: Sí… como no.

O: Sí… porque ahorita anda ladrando aquel.

F: Entonces.

O: Tuvo que correr ahí a un gerente y tuvo que darle 50 mil pesos… 

F: Mañana se los damos…

Los préstamos, los favores económicos es y ha sido uno de los mecanismos más elementales por donde el poder, cuando quiere, atrapa a los periodistas. Los gobiernos suelen guardar todas las pruebas de eso, para cuando sea necesario hacer uso e intercambiarlo por otros favores. O para castigarlos si le son incómodos.

Parafraseando a Milton Friedman: “En los favores del poder a periodistas, no hay desayuno gratis“.

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Describí al comienzo los métodos que usaban Fernando Gutiérrez Barrios y Nazar Haro, los maestros del espionaje en México en el uso ilegal de la información que posee el gobierno sobre los ciudadanos. En cualquiera de los casos había un común denominador: persuadir, cooptar, presionar a través del miedo que implicaba que tuvieran control de la información personal. 

Lo que vimos el viernes 11 durante la conferencia matutina del presidente fue un cambio de forma, pero en el fondo con el mismo propósito: el uso ilegal de la información para persuadir, cooptar, presionar a través del miedo. Para muchos, el presidente cruzó la línea de la legalidad, el respeto y el cuidado de la información confidencial de una persona en manos del Estado. 

¿De qué tamaño puede ser el enojo del presidente como para ordenar abrir las cajas de los archivos que guarda la administración pública para que comiencen a filtrar a diestra y siniestra la información privada de los que en su imaginación son sus enemigos y adversarios?

Y no se trata de eludir la responsabilidad que los periodistas tenemos con nuestros trabajos, con los yerros que cometemos, con los excesos que a veces tenemos en el ejercicio de nuestro oficio. Eso lo debemos seguir debatiendo los periodistas para hacer de este una herramienta de contrapesos a los poderes, sean cuales sean y no dependiendo de las filias o las fobias a los gobiernos en turno y, en todo caso, a quienes debemos rendirles cuentas es a la sociedad, no a los poderes. 

Pero tampoco podemos negar que la información que exhibió el presidente tiene el sello del uso ilegal que también se hacía antes. Y habrá quienes hoy, por afinidades ideológicas, se sientan complacidos por lo que hizo el mandatario con alguien que no es de sus afectos, pero eso mismo mañana, con otro partido en el poder, se puede revertir. 

Esto podría ser solamente el principio de lo que suele hacer el poder con quienes les son incómodos, molestos. Si el patrón se sigue cumpliendo, lo que sigue será nuevamente el uso de todo el poder del Estado para perseguir a los disidentes a su gobierno. Tal como lo hacía el PRI en sus años gloriosos. 

CNI, la regeneración del espionaje

Si nos atenemos a que la inteligencia del CNI no ha servido para prever problemas como la inseguridad, o incluso que no le advirtieron al presidente de los excesos y lujos de su hijo o de los contratos de la empresa presuntamente vinculada con Pemex, como él mismo lo aceptó: “yo no sabía de los contratos”. 

Si es cierto que no lo sabía, tarea que debieron cumplir los aparatos de inteligencia cuando estos hacen inteligencia, entonces lo que se confirma es que la tarea del CNI sigue siendo la de sus predecesores: espiar ciudadanos, empresarios, periodistas, intelectuales, “enemigos” del gobierno en turno. El modelo de siempre. Un aparato de gobierno y no de Estado.

Cuando el presidente amenaza

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Andrés Manuel López Obrador, durante una conferencia de prensa en Palacio Nacional. Foto: EFE/Sáshenka Gutiérrez.

Estos han sido quizá los días más molestos e incómodos desde que asumió la presidencia Andrés Manuel López Obrador. Todo comenzó el jueves 27 de enero.

Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad en alianza con Latinus (del que Carlos Loret de Mola es conductor) publicaron un trabajo periodístico que revelaba que el hijo mayor del presidente, José Ramón, y su esposa, Carolyn Adams, habían habitado una residencia en Houston, Estados Unidos, de la que era dueño un alto directivo de la empresa Baker Hughes, contratista de Petróleos Mexicanos. 

El trabajo periodístico tocó en el centro de los discursos del presidente: la austeridad y la lucha contra la corrupción.

El viernes 11 de febrero –16 días después–, el tema se volvía a meter en la agenda de la conferencia matutina. Aprovechando una pregunta de Vicente Serrano, del sitio Sin Censura y uno de los comunicadores que el mismo presidente considera como aliado, volvió al tejido fino de su discurso sobre el papel de los intelectuales, de los escritores y de los periodistas. De la corrupción que imperaba en el viejo régimen.

“Se acuerdan que le estoy pidiendo a Loret de Mola, que lo considero un mercenario, corrupto… en el sentido estricto ni siquiera periodista, que nos diga cuánto gana… Ayer respondió por fin, diciendo que primero diga mi hijo cuánto gana. José Ramón tiene 40 años y no tiene que ver con el gobierno… Espero que José Ramón conteste, ya es grande”.

Y así, casual, de la nada: “Ya me llegó información de lo que gana Loret”.

Y de un salto se puso a hablar del Estado Mayor Presidencial, que ya había desaparecido (sabemos que legalmente no) al igual que el CISEN que hacía espionaje. Y pasó a las revelaciones: “desde hace tiempo a nosotros nos apoya el pueblo y nos envía información”.

“Hace rato le pregunté a Audomaro (Martínez Zapata, general de división encargado del CNI) que cuántos agentes tenemos de inteligencia, que no de espionaje, y me dijo que como mil… Uyy le dije, ya te gané, yo tengo como 50 millones, que me informan”.

Y, según el presidente, uno de esos 50 millones de informantes le entregó un documento. “Voy a pedir a los del INAI que soliciten al SAT, que en Hacienda que me certifiquen los datos”. Acto seguido, ordena: “no sé, tienes una hojita que te mandé hoy, de lo que gana Loret”. Y ahí estaba en la pantalla esa hojita que aseguró le hicieron llegar con los supuestos ingresos del periodista, con todo y faltas de ortografía para hacerla verosímil.

Y vienen las pausas dramáticas del presidente para dejar que las audiencias procesen lo que significa ganar tanto dinero. Una pausa para que la gente imagine los millones de pesos que gana Loret de Molaa. Y el presidente que dice saberlo todo juega a desconocer las empresas que ahí se mencionan como pagadoras de Loret de Mola.

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Pausa para comparar… “gana 35 millones. Pero para que la gente tenga una idea, porque hasta me da pena, si lo comparamos, gana más que yo. Miren lo que gano yo: 2 millones 11 mil. Y él gana 35 millones, él gana como 15 veces más que yo…” 

Pausa para que deje caer las últimas palabras, la advertencia: “Voy a pedir que me den la información de esto, sin meterme en otros bienes, por el momento”.

Pausa para caminar 10 pasos de regreso al atril y dejar sembradas cinco palabras: “Por lo pronto… por ahora”.

Una pausa para que imaginen, los que no son sus aliados o incondicionales, lo que les puede pasar si no entienden el mensaje. Si los periodistas siguen cuestionando su ejercicio del poder. 

Mientras miro caminar al presidente, cansino, casi arrastrando los pies por el estrado, imagino a Fernando Gutiérrez Barrios levantando, moviendo el sobre amarillo, la advertencia velada que el poder controla lo más importante que se puede poseer: información. 

¿Qué sigue? ¿Qué significa ese “por lo pronto… por ahora”?

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