Abusar del poder con las palabras
Ciudadano Político

Provocador de ciudadanos, creador de espacios de encuentro y conocimiento. Exservidor público con ganas de regresar un día más preparado. Abogado y politólogo con aspiraciones de chef. Crítico de los malos gobiernos y buscador de alternativas democráticas. Twitter: @MaxKaiser75

Abusar del poder con las palabras
Foto: Alexa Herrera/La-Lista

“Sicario”, “mercenario”, “golpista”, “mafioso” y “corrupto” son algunos de los términos que, en las semanas recientes, han utilizado el señor López, miembros de su gabinete, legisladores de Morena y porristas en medios de comunicación y redes sociales que reciben dinero público. Han utilizado estos términos para referirse a Carlos Loret, a su equipo, a la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, a reporteros, a comunicadores y a quienes hemos difundido y analizado la investigación en torno los conflictos de interés provocados por su hijo José Ramón López Beltrán.

Para muchas personas se trata simplemente de la grandilocuencia y la exageración que provoca el debate público y la polarización política que vivimos. Sin embargo, cuando se utilizan desde el poder palabras como “sicario”, que significa asesino a sueldo; “mercenario”, que significa persona que se renta para ejercer la violencia; “golpista”, que significa persona que pretende derrocar a un gobierno democrático, es mucho más que simple licencia discursiva.

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Cuando se ejerce un cargo público, todas las acciones, dichos u omisiones que surgen están reguladas por la Constitución y las leyes. Y así, un presidente no puede decirle asesino a sueldo a un reportero incómodo. No puede decirle soldado a sueldo a una persona que investiga el ejercicio del poder desde una organización de la sociedad civil. No puede decirle golpista a una persona que analiza la política y no pretende derrocar a un gobierno democrático. No puede decirle corrupto a un reportero que descubrió un bochornoso escándalo de corrupción que involucra a su familia, sin que haya habido antes un juicio justo en el que se respeten todas las garantías del inculpado y en el que se pruebe fehacientemente que cometió un acto de corrupción (artículo 14 de la Constitución). Los servidores públicos no son simples ciudadanos con “derecho a defenderse”, son titulares de facultades, funciones y obligaciones que generan responsabilidades.

Así, cuando el presidente, miembros de su gabinete y legisladores de su partido señalan a ciudadanos y se refieren a ellos como asesinos, golpistas, mercenarios, miembros de una mafia o corruptos abusan de su poder (lo cual es un delito) e incurren en graves responsabilidades administrativas y civiles.

Pero, además, generan un ambiente de polarización absurda que hace imposible cualquier tipo de discusión democrática. ¿Por qué habría de sentarme a la mesa con un asesino golpista? ¿Por qué discutiría sobre la salud pública o la inseguridad con un mercenario corrupto?

En las democracias son naturales y hasta deseables las diferencias. Es en el choque de posiciones diversas y encontradas en donde se construyen políticas, proyectos e instituciones que incluyen a todos. Es en el debate de visiones contrapuestas en el que se encuentran carencias propias y posibilidades de mejorar la agenda pública. La diversidad en la democracia no solo es normal, es absolutamente necesaria. El debate puede y debe ser duro y honesto. Se vale decirles a las cosas por su nombre, aunque duela e incomode. Se debe exponer el abuso del poder, aunque genere enojo y frustración.

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Pero es imposible tender puentes en un país en el que los bandos están separados por los absurdos superlativos que utilizan los políticos desesperados. Es imposible ser escuchado por una persona que me considera golpista de un gobierno por el que él votó. No hay manera de tender puentes con una persona que cree que yo recibo dinero de intereses oscuros que pretenden “asesinar” políticamente a su presidente. No hay forma de elevar el debate si un lado ha sido convencido por sus líderes políticos de que el otro bando solo pretende matar el proyecto que ellos apoyan.

Con preocupación veo lejos la posibilidad de que el presidente y su grupo político se moderen. Al contrario, creo que el abuso del poder a través del lenguaje solo aumentará de su parte.

Los ciudadanos tenemos así dos opciones. Nos podemos poner a su nivel y contestar un absurdo con otro, o podemos aprender a señalar el abuso, la corrupción y el fracaso con el lenguaje adecuado, con las pruebas en la mano y con la seriedad y la objetividad que requiere el momento. Yo opto por la segunda, y trataré de hacerlo todos los días (aunque a veces cueste mucho trabajo).

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