Lo impensable
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Lo impensable
Foto: Anatolii Stepanov / AFP

En los últimos 400 años, ningún orden internacional ha surgido pacíficamente. Los acuerdos de paz de Westphalia (1648), Utrecth (1713-15), Viena y París (1814-15), Versalles (1919), París y San Francisco (1945-47) emergieron al término de guerras cruentas. Cada uno pretendió resolver de una vez por todas los motivos que dieron origen al conflicto y prevenir conflictos futuros. Todos significaron un nuevo entendimiento del derecho internacional, de lo aceptable y lo permisible en las relaciones entre las naciones. Todos fueron eventualmente superados por la evolución de los acontecimientos. Sus premisas simplemente dejaron de empatar con la nueva realidad. Algún líder percibió el arreglo como ilegítimo, injusto o inadaptable al cambio en sus necesidades y se embarcó en una campaña bélica para destruirlo.

Se suponía que una guerra de expansión territorial en Europa era innecesaria o cuando menos muy costosa bajo el arreglo de seguridad surgido al término de la Guerra Fría. Atrás quedarían acciones como las ocupaciones del ejército soviético en Varsovia y Praga, la división y bloqueo de Berlín, la cortina de hierro que dividía las áreas de influencia de los orbes socialista y capitalista.

Se esperaba que la amenaza de una conflagración nuclear de la que nadie saldría victorioso, sumada al paraguas protector de la OTAN y en particular el compromiso de defensa estadounidense, disuadiría a los estados europeos de perseguir bélicamente un nuevo trazo de las fronteras políticas regionales. Alemania se reunificó sin necesidad de un solo disparo. Las campañas de reivindicación nacional al interior de las fronteras de un país –el referéndum escocés, la autonomía catalana– se llevaron a cabo pacíficamente, dentro del marco democrático.

Se creía que la integración económica y el avance de la democracia habían multiplicado las oportunidades para la prosperidad. La Unión Europea ofrecía un espacio amplio para el intercambio comercial, los flujos financieros y la migración laboral. Desde Portugal hasta Rumania, la otrora periferia europea se constituía plenamente como beneficiaria de este ambicioso proyecto al igual que los países centrales dominantes, notoriamente Francia y Alemania. Las oportunidades económicas estaban disponibles a Rusia.

Y sin embargo los tanques rusos penetraron las fronteras ucranianas por segunda vez en menos de una década. Ni las oportunidades económicas ni los acuerdos de seguridad europeas bastaron para atraer a Rusia o fijar un límite a su comportamiento.

Los conocedores de la historia lo advirtieron desde la disolución de la Unión Soviética: la relación entre Rusia y Ucrania era tan profunda como compleja; las premisas del emergente arreglo no la estructuraban de manera que ambas partes quedaran satisfechas. Tarde o temprano llegaría el conflicto.

La primera fricción ocurrió en 2005, un año después de que la “revolución naranja” reorientara el curso de Ucrania hacia la democracia y la búsqueda de membresía en la Unión Europea y la OTAN, en lugar de la integración en el espacio económico que Rusia proponía –esperaba– para el conjunto de exrepúblicas soviéticas.

Rusia expresaría su desaprobación demandando a Ucrania el pago de sus deudas por el consumo de gas natural. La disputa resultó en una reducción en las entregas de gas a Ucrania, que respondió interrumpiendo el flujo de gas a Europa. Una muy incómoda renegociación de la deuda puso fin al episodio.

El guion se repitió en 2009 y luego en 2014, salvo que para 2014 Rusia agregaba a sus motivos de malestar el supuesto maltrato a la población de origen ruso que habitaba al este de Ucrania. Las tropas rusas marcharon sobre la península de Crimea, que terminó anexada a Rusia. Alemania y Francia colaboraron a su vez con Rusia para tender el Nordstream I, un ducto marino que conectara directamente a los campos gasíferos rusos con los centros de consumo alemanes.

El conflicto actual es una continuación de los anteriores y revela que ningún arreglo desde la caída del Muro de Berlín, ninguna negociación que involucre al eje Rusia-Ucrania-Europa, ha sentado las bases para una paz duradera.

Es prácticamente un hecho que la invasión de Rusia a Ucrania derive en un replanteamiento de la estructura de seguridad atlántica. Europa, de la mano de Estados Unidos y la mayoría de los países occidentales, ha encontrado nuevos bríos para fortalecer su coalición de democracias capitalistas. La tarea no se limitará a elevar los presupuestos militares; se extenderá al ámbito económico, como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial.

En el campo energético, pueden esperarse innovaciones de política con el fin de reducir la dependencia de Rusia. Basta con mirar al precedente histórico. Hace 50 años, los países árabes impusieron un embargo petrolero en represalia por el apoyo a Israel de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Países Bajos y Japón (más tarde extendido a Portugal, Rodesia y Sudáfrica). Los países de la OCDE respondieron creando Agencia Internacional de la Energía para constituir y coordinar la liberación de reservas estratégicas de petróleo. Poco después pusieron en marcha políticas de promoción de energías alternativas, incluidas la nuclear, solar y eólica, entre otras.

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En 1990, la incursión de tropas de Irak sobre Kuwait estimularía otra innovación institucional, con la creación del Foro Internacional de la Energía como un espacio para el diálogo entre los grandes países productores y consumidores del mundo. Las invasiones que involucran a petro-estados son prolíficas para la diplomacia energética.

Las placas tectónicas de la geopolítica han entrado en colisión. Seremos testigos del nacimiento de un nuevo orden internacional y de una transformación de las estrategias energéticas internacionales, si bien su forma definitiva aguardará al desenlace de la confrontación fría o caliente entre Estados Unidos y China. Lo impensable ha dejado de serlo.

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