Nicaragua, una de las venas abiertas de América Latina
Perístasis

Jefe de la División de Educación Continua de la Facultad de Derecho de la UNAM, socio de la firma Zeind & Zeind y miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

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Nicaragua, una de las venas abiertas de América Latina
Daniel Ortega, presidente de Nicaragua. Foto Archivo: EFE/ Jorge Torres

Una de las grandes características que lamentablemente ha tenido América Latina a lo largo de su historia es lo fértil que ha sido para producir dictadores. 

La disputa entre el capitalismo fomentado por Estados Unidos y el comunismo impulsado por la Unión Soviética durante el siglo pasado fue sembrando por esta región las semillas que, convertidas en los dictadores, con el tiempo y normalmente en nombre del pueblo han escrito de manera indeleble en su paso por la historia algunas de las páginas más vergonzantes y crueles suscitadas en las sociedades latinoamericanas. 

Ejemplos como el de Augusto Pinochet, Jorge Rafael Videla, Hugo Banzer, Rafael Trujillo, Alfredo Stroessner, François Duvalier, Fulgencio Batista para pasar al de los Castro, o el de los Somoza para pasar al de los Ortega, han dejado patente que aquella lucha entre el capitalismo y el comunismo, así como lo que parece ser una proclividad natural de buena parte de los líderes políticos latinoamericanos hacia la concentración del poder con el consecuente debilitamiento del principio de división de poderes, hacia el ataque a los opositores, hacia el ataque sistemático a las instituciones democráticas, hacia la manipulación de los congresos y hacia la pretensión de convertirse en intérpretes de la voluntad popular, ha sido por muchos años uno de los signos particulares de muchos de los regímenes de la región.

No solamente se puede encontrar esta propensión en los líderes políticos, sino también en sectores importantes de las sociedades que de manera insistente han intentado romantizar los actos inconfesables realizados por estos personajes, aún en el siglo XXI. Más allá, y en una clara muestra de que las “prácticas dictatoriales” se convirtieron en diversos momentos en vasos comunicantes entre dictadores, pudo notarse que sin importar la supuesta ideología a la que estuvieran adscritos en diversos momentos lograron entenderse y respaldarse frente a sociedades que exigieron cada vez más un lugar claro en la toma de decisiones de cada uno de sus países, aunque en algunos con mayor éxito que en otros.

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Sorprendentemente, en la actualidad sobreviven en América Latina diversos regímenes que cumplen con las características propias de las dictaduras, siendo el de Daniel Ortega y de su familia uno de los que en los últimos días ha dado muestras sin pudor alguno de su desprecio por los derechos humanos y por la democracia.

Luego que desde 2018 se ha acentuado la crisis política, social y económica promovida desde el poder por los Ortega, en los últimos días fueron deportados 222 opositores de aquel país y enviados inmediatamente a Estados Unidos, siendo simultáneamente acusados de traición a la patria y despojados de su nacionalidad a través de la aplicación de la recién aprobada reforma al artículo 21 de la Constitución Política de Nicaragua y la expedición de la Ley especial que regula la pérdida de la nacionalidad nicaragüense, misma que reglamenta lo señalado por la ley fundamental. Todo lo anterior pudo suceder en muy pocos días gracias al control absoluto que el presidente Ortega tiene de los poderes legislativo y judicial.

En un país en el que lo público es gestionado como si fuera propio del grupo en el poder, Daniel Ortega y su esposa la vicepresidenta Rosario Murillo –junto con sus familiares y amigos– han logrado monopolizar la toma de decisiones y eliminar cualquier rastro de oposición existente, desde luego con la omisión de buena parte de la comunidad internacional que se ha abstenido de reprobar los profundamente reprochables actos llevados a cabo por este tirano.

Dado que la creatividad de los dictadores no tiene límites al momento de interpretar lo que es bueno para el pueblo, apenas hace unos días Daniel Ortega “ordenó” al titular de la Asamblea Nacional llevar a cabo una nueva reforma constitucional para establecer que su esposa y actual vicepresidenta se convierta en copresidenta y que un poder históricamente unipersonal en cualquier parte del mundo sea compartido por dos personas que serán paralelamente jefas de Estado, jefas de gobierno y jefas supremas del Ejército de Nicaragua, de acuerdo con el artículo 144 de la Constitución de aquel país. Inaudito.

Resulta revelador que un presidente que accedió al poder luego de ser protagonista de una revolución que logró derrocar a otro haya sido convertido en lo mismo luego de haber ejercido el poder, aquel mismo que ha hecho que, como Galeano lo señalaba, América Latina sea una América de segunda clase, la región de las venas abiertas.

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