“¡Ah, cómo eres indio!”
Archipiélago Reportera cultural egresada de la ENEP Aragón. Colaboradora en Canal Once desde 2001, así como de Horizonte 107.9, revista Mujeres/Publimetro, México.com, Ibero 90.9 y Cinegarage, entre otros. Durante este tiempo se ha dedicado a contar esas historias que encuentra a su andar. X: @campechita
“¡Ah, cómo eres indio!”
Filogonio Naxín y su obra "La Muerte de mi Lengua-Tibeya Léna". Foto: Cristal Mora, tomada de @FilogonioNaxin

“El prejuicio es hijo de la ignorancia”,  William Hazlitt

La terrible sentencia que da título a este #Archipiélago, es una de esas tantas frases que a lo largo de la historia hemos usado sin reflexionar en su carga racista o sí, como fue el caso de los policías que vejaron al artista mazateco Filogonio Naxín el pasado 12 de marzo, les cuento.

Empezaré por hablarles de Filo, como muchos cariñosamente le llamamos. Es un artista originario de Mazatlán Villa de Flores, en la sierra mazateca de Oaxaca, quien al ingresar a la escuela sufrió los primeros embates de la discriminación porque él tiene como lengua madre el mazateco. Sin embargo, las clases eran en español y nadie se tomaba el tiempo de explicarle, fue que se refugió en el dibujo y comenzó a crear su propio universo, consciente de que el mundo actual no era para los hablantes de los pueblos originarios aprendió español y llegó a la Universidad, se licenció en Artes plásticas, se mudo a la Ciudad de México y entre chambitas varias comenzó a echar la semilla de su motivo de vida, ser artista.

Poco a poco y codo a codo de Cristal, su pareja, empezó a figurar en muestras colectivas, bazares, encuentros de arte indígena y su imaginario desbordado lo posicionó en el ámbito cultural de México hasta ser casi omnipresente, ya que lo mismo hace acto de presencia en un evento en el Museo de las Culturas del Mundo, sube fotos comiendo un guisado en su tierra natal o bien, comparte avances en sus redes sociales de la mezcla de colores para su trabajo en el Museo Nacional de Antropología, bueno, hasta en una de esas te lo encuentras en una reunión compartiendo su visión del mundo.

Fue justo de una reunión en Coyoacán donde se originó su calvario. Resulta que en esa alcaldía Filo, junto con otros soñadores, acondiciona un espacio independiente de difusión y apoyo a los artistas que como él llegan a la Ciudad de México sin conocer bien a bien la movida. La noche del 12 de marzo estaban reunidos con sus familias y al salir, Filogonio tuvo un percance automovilístico que provocó la ponchadura de un neumático. Los amigos llegaron a auxiliarlo, mientras su pareja e hijos esperaban, entonces un grupo de policías se acercó y tras echar un ojo decidieron que su proveedor de “mordida” había caído, como pudieron sacarle un peso, lo maltrataron y se llevaron a Filo al Ministerio Público, hicieron oídos sordos a los argumentos de Filogonio, Cristal y amigos. Es más, le respondieron con el lamentable: “Qué vas a saber tú de derechos, ¡pinche indio!”. Una odisea que le significó multas, amenaza de arresto, golpes en el cuerpo y en el alma por un suceso que a todas luces es un acto de racismo.

Han sido días de incertidumbre, de dar vueltas, escribir cartas de denuncia, publicar en redes sociales, acciones que tuvieron un efecto y por lo menos inhabilitaron las dos multas que le habían encandilado por daño a un semáforo y otra por no asistir al MP al siguiente día, lo cual no podía hacer por la golpiza que recibió. 

Afortunadamente, desde que llegó Filo a la Ciudad de México hace una década ha sembrado flores con sus pinceles y en momentos como estos la solidaridad no podía faltar, pero como él mismo dice: qué pasa con aquellos que todos los días viven situaciones injustas como la que él vivió y no cuentan con las herramientas para denunciar.

Escribo esto y recuerdo a un amigo de mi hija que trabajaba con ella en una librería, venía de Guerrero y los amigos de la librería le rentaban un espacio en la Roma, gesto que más que un aliviane era un suplicio para alguien que huyó de la violencia del narco en su pueblo, ya que cada tanto al llegar a su casa en la Roma no faltaban los policías que lo interceptaban y amedrentaban con la pregunta de “¿qué hacía un prieto como él ahí?”. Lo bolseaban y algunas veces intentaron subirlo a la patrulla, todo por no corresponder al fenotipo de la zona, discriminación por parte de personas que como él o Filo, también responden a los mismos rasgos, solo que se escudan en un uniforme. 

Tenemos que reconocer nuestros prejuicios, la discriminación provoca violencia, desigualdad social y exclusión. Seamos y exijamos congruencia con los discursos de apoyo a movimientos sobre discriminación, no se trata solo de crear eventos donde se pondera el legado de los pueblos indígenas y luego se pasa de largo, o  de recitar efemérides que promueven la preservación de usos, costumbres y lenguas originarias, pero como dirían las abuelas, nomás es “de dientes pa fuera”. El cambio no sucederá si no se procura en el día a día, en el trato a la mujer u hombre que vende sus productos afuera de una plaza, de escucharse y al percibir esas frases o comentarios en apariencia inocentes, luego luego se pare en seco, ya que todo ello perpetúa el racismo.

Filo ha vuelto a su taller, no baja la guardia y esta experiencia le lleva a pensar en una estrategia de apoyo y acompañamiento a otras personas que atraviesen un abuso similar, valdría la pena asomarse a sus redes y página, y de ser posible sumar a la causa, porque todes estamos en la misma canasta. 

Síguenos en

Google News
Flipboard