El derecho a no cuidar
Un cuarto público

Abogada y escritora de clóset. Dedica su vida a temas de género y feminismos. Fundadora de Gender Issues, organización dedicada a políticas públicas para la igualdad. Cuenta con un doctorado en Política Pública y una estancia postdoctoral en la Universidad de Edimburgo. Coordinó el Programa de Género de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey durante tres años y es profesora en temas de género. Actualmente es Directora de Género e Inclusión Social del proyecto SURGES en The Palladium Group.

X: @tatianarevilla

El derecho a no cuidar
Sabemos que no hay un ser humano que no necesite cuidados durante ciertos periodos de su vida, que éstos son fundamentales para que los sistemas económicos y de bienestar sigan funcionando. Foto: Pixabay

Los cuidados son un trabajo

 Karina Batthyány

Cuando escuché por primera el derecho a no cuidar me surgieron muchas preguntas, incluso lo consideré egoísta. ¿Qué no llevamos años exigiendo el derecho a cuidar y ser cuidadxs? Cómo que ahora tenemos el derecho a no hacerlo, si el cuidado es parte fundamental de la vida.

Hoy, el derecho a no cuidar me hace sentido y lo defiendo; sin embargo, para ejercerlo, muchas transformaciones tienen que suceder.  

En nuestra región, el cuidado como derecho, de acuerdo con Pautassi (2018), se plasmó por primera vez en el Consenso de Quito, en el marco de la X Conferencia Regional de la Mujer en el año 2007. En esta Conferencia, los Estados Parte asumieron el compromiso de diseñar e implementar políticas públicas que “Favorezcan la responsabilidad compartida equitativamente entre mujeres y hombres en el ámbito familiar, superando los estereotipos de género, reconociendo la importancia del cuidado y del trabajo doméstico para la reproducción económica y el bienestar de la sociedad como una de las formas de superar la división sexual del trabajo”.

Con esto, muchos cambios debieron de suceder en nuestro país desde ese entonces, como el reconocimiento del derecho en la Constitución, ampliación de licencias de paternidad y la aprobación de un Sistema Nacional de Cuidados, los tres, sin aprobarse aún. Pero esa, es otra historia…

Hoy entendemos que cuidar y ser cuidadxs, y todo lo que conlleva para que esto ocurra, ya no es un tema privado, sino una obligación del Estado y en esta obligación también interviene la comunidad y el mercado.

Para llegar a este entendimiento de corresponsabilidad se ha reconceptualizado el concepto. Primero, se ha visibilizado que cuidar es un trabajo. Tal y como Silvia Federici dijo: “Aquello que llaman amor, es trabajado no pagado”, ya que estas tareas (cuando no son remuneradas), ocupan tiempo que no se está dedicando a otra cosa, ya sea a actividades por las que sí se puede recibir un pago o bien, para tiempo de ocio, y claro, visibilizar que ese costo de tiempo históricamente lo han asumido las familias, principalmente las mujeres.

Otro aspecto importante es, cómo imbrica con lo anterior, aspectos emocionales derivados de los vínculos afectivos y las relaciones familiares, como la obligación moral, la responsabilidad y los aspectos económicos, emocionales y físicos de las personas que cuidan y son cuidadas (Batthyány, 2021), y cómo esto se ha dejado a un lado en el diseño de las políticas sociales y económicas macro.

Sabemos que no hay un ser humano que no necesite cuidados durante ciertos periodos de su vida, que éstos son fundamentales para que los sistemas económicos y de bienestar sigan funcionando. Estamos ciertas que debe ser un derecho humano y que el Estado tiene obligación de garantizar las condiciones para que se lleve a cabo con calidad. Y también sabemos que este trabajo ha sido normalizado con argumentos biologicistas, como menciona Karina Batthyány: “La existencia de la división sexual del trabajo es la principal responsable de que el trabajo remunerado permanezca en los hombres y el trabajo no remunerado siga estando a cargo de las mujeres, al menos en términos estereotípicos”.

¿Entonces? ¿Por qué hablar de un derecho a no cuidar?

Cuando pensamos en ese derecho ¿Quiénes lo han tenido? ¿Todas las personas, aunque no quieran, han cuidado? La respuesta depende del contexto, en especial de los recursos económicos, el género y el acceso a servicios y derechos con los que cuentan. No es lo mismo el tiempo que se dedica a cuidar una persona, con acceso a guardería y escuela de tiempo completo, a una que no tiene; no es el mismo impacto físico y mental cuidar a una persona adulta mayor con ayuda de profesionales en casa o sin ellos; no es lo mismo cuidar porque no hay de otra a contar con los recursos y una red de apoyo para contratar un servicio especializado, o bien, ¿se imaginan que el Estado enviara a una persona profesional a casa? Y que, además, recibiera educación profesional y fuera remunerada justamente. Qué bonito suena, ¿no?

A esto apunta el derecho a no cuidar. Es una propuesta para que nadie cuide por mandatos de género. Es un llamado al Estado para garantizar el derecho de todas las personas que cuidan y necesiten ser cuidadas. Es una apuesta a que el cuidado no esté supeditado a si se tiene dinero o no, si se tienen vínculos afectivos o no, si se tiene acceso a servicios de salud o no. Es un permiso que las mujeres, en toda la historia, no hemos tenido.  

Para entenderlo, Batthyány retoma el concepto de Joan Tronto:  irresponsabilidad privilegiada. Este concepto permite pensar en quiénes han tenido el privilegio de no cuidar. “Permite comprender que la desigual distribución de las tareas del cuidado entre los integrantes de la sociedad responde a patrones de género, raza, etnia y clase. Así, explica que ciertos colectivos tienen el privilegio de desentenderse de las labores de reproducción de la vida social. Por lo tanto, existen ciertos permisos para no cuidar. Son los exentos” (Batthyány, 2021).

Así, que el cuidado sea un derecho universal garantizado por el Estado nos otorga, de alguna manera, el derecho a no cuidar. Nos regala a todes esa irresponsabilidad privilegiada, que en un país con un sistema de cuidados fuerte ya no sería un privilegio sino un derecho para todas las personas. Como señala Batthyány:

“Esto significa el derecho a recibir los cuidados necesarios en distintas circunstancias y momentos de la vida, y a evitar que la satisfacción de esa necesidad se determine por la lógica del mercado, la disponibilidad de ingresos y la presencia de redes vinculares o lazos afectivos. También conlleva el derecho de elegir si se desea o no cuidar en un marco familiar no remunerado. Que sea una elección, no una obligación o deber “natural” de las mujeres y de las familias, como se ha interpretado hasta ahora”.

El derecho a no cuidar está aún muy lejos en este país. El debilitamiento del Estado de bienestar, en especial de las políticas de cuidado ha tenido retrocesos ante las medidas de austeridad del actual gobierno. Sin embargo, desde los feminismos estamos en la ruta para exigirlo y para construirlo. No será fácil ni rápido, pero hoy no hay otro camino…

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