Castigando a los pacientes
Diagnóstico Reservado

Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo. Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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Castigando a los pacientes
Foto: Especial

Don Ricardo tiene 89 años. Padece hipertensión y una enfermedad en la retina que ya casi lo deja ciego. Como padece una avanzada artrosis de la cadera, prácticamente no camina más de 30 metros por lo que requiere una silla de ruedas. No hay más remedio, Don Ricardo no puede acudir solo a su clínica, la 58 “Las Margaritas” del IMSS, que se encuentra a 5 kilómetros de donde vive, por lo que cada dos meses su hija debe llevarlo a sus citas.

En mayo pasado, al finalizar la consulta, previendo que su hija no estaría en México en julio, pidió la cita para el mes de agosto. La asistente asintió, sin embargo, sin avisarle al paciente, tomó la decisión de agendar la cita para dos meses después, precisamente en julio.

En agosto pasado, Don Ricardo regresó llevado por su hija. No me detendré a narrar el conjunto de peripecias para poder llegar en silla de ruedas a una clínica que carece de estacionamiento, en medio de banquetas rotas y sin accesibilidad adecuada; el caso es que, al llegar a la recepción, se encontró con que su cita había sido programada para el mes anterior.

Don Ricardo ya no tenía medicamento, por lo que era imperativo que le dieran su receta en esa ocasión. Vaya, el único propósito de acudir al IMSS es tener una receta para surtir el medicamento, allí en la clínica que le corresponde, por lo que pidió qué le hicieran el favor de verlo, ya que llegar hasta allá, había representado un enorme esfuerzo para él y para su hija. Curiosamente, era un día de poca consulta, por lo que había espacios disponibles y la posibilidad de que lo viera un médico.

Imposible, no hubo manera de convencer a la recepcionista. Simplemente, aunque no era su culpa, don Ricardo había perdido la cita que por error ellos le habían programado el mes anterior. No lo vería un médico hasta el mes entrante. Ese sería su castigo por no ajustarse a los horarios impuestos por la institución.

La semana pasada acudió de nuevo y, como desde hace más de seis meses, los elevadores no funcionan. En la cita pasada, hace cuatro meses, había logrado que su médico bajara del segundo piso a atenderlo en la planta baja. Por supuesto que esto no hubiera sido posible si su hija no hubiera subido (por las escaleras) a hablar personalmente con el subdirector.  En esta ocasión, sin embargo, este “favor” ya no sería posible. Como no hay una fecha para que los elevadores funcionen, se habilitó una rampa exterior por la cual deben empujarse las sillas de ruedas o los pacientes deben caminar cuesta arriba, para ingresar a través de una puerta habilitada en la fachada.

Esta rampa, construida completamente fuera de norma, tiene una pendiente demasiado pronunciada como para ser subida por algún adulto que no se encuentre en forma y que vaya empujando una silla de ruedas. Mucho menos es posible que el promedio de los pacientes con alguna discapacidad puedan subirla por sí solos.

En el colmo del absurdo, la rampa es exterior y está expuesta a los elementos. Si el paciente sufre una discapacidad, se le castiga con una rampa inaccesible y con el riesgo de mojarse bajo la lluvia.

Las tribulaciones iniciales habían quedado un poco en el pasado, al recibir la atención de un amable médico quien, siendo empático con Don Ricardo, le sugirió que se quejara formalmente del elevador. Para este médico del IMSS, que los pacientes usaran esa rampa y que los elevadores no funcionaran nunca, era indignante.

Paralelamente, Don Ricardo requiere quetiapina, un medicamento neurológico que le prescribió el geriatra de la casa de retiro donde habita. El amable médico general estaba de acuerdo con proporcionársela, pero aquí surge otro problema: Su medicamento neurológico tiene una clave del Compendio Nacional de Insumos para la Salud con el número 5489, esto significa que el Médico General no puede prescribirla. Don Ricardo deberá sacar una cita con el especialista en medicina interna y esta no estará disponible hasta dentro de dos meses.

El gusto de recibir la amabilidad del médico le duró poco a Don Ricardo. Al llegar a la farmacia, su antihipertensivo, el único motivo válido para ir hasta esa clínica, no existía en la farmacia. Un déspota empleado del mostrador le decía a su hija, que debían regresar la semana entrante “a ver si ya lo habían surtido”. No había certeza de nada. Una vez más, Don Ricardo es castigado por la institución y de castigo, deberá pagar su medicamento durante los próximos tres meses. Esa es su pena por no poder regresar a la clínica 58. Curiosamente, si viviera en Dinamarca, el medicamento hubiera estado disponible en la farmacia de la esquina; vaya, hubiera hablado por teléfono o utilizado una aplicación y la farmacia lo hubiera llevado su casa.

Al final, don Ricardo ha sido castigado por la Institución. Fue castigado con citas desplazadas, una rampa poco accesible, falta de acceso a un medicamento “de especialidad” y condenado a tener que pagar de su bolsillo más de tres meses de tratamiento porque este no se encuentra disponible y él no está en capacidad de regresar a la clínica “que le corresponde”.

Esta historia sucede todos los días. Le ocurre a cientos de miles de pacientes qué son castigados por haber cometido el error de ser pobres y necesitar de la medicina institucional.  A los pacientes se les castiga viendo que sus familiares deben dormir en el suelo. Se les castiga teniendo que comprar papel sanitario, ya que no hay en los hospitales. Se les castiga con comida fría, que ha permanecido en un carrito por casi dos horas en un pasillo. Se les castiga con una bata rota que no les cubre dignamente. Se les castiga por usar una silla de ruedas, impidiendo que el auto que los lleve se estacione cerca de la entrada, la cual está reservada para puestos semifijos de comida.

Un sistema anacrónico, burocrático en el cual los pacientes son quienes deben ser flexibles, ajustarse a los horarios, modificar completamente sus vidas y las de sus familiares para cumplir con las absurdas políticas y procedimientos de la institución.

En México, el sistema no trabaja para los pacientes, son los pacientes quienes deben trabajar para el sistema. De lo contrario, serán castigados.

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