Defender al Ejército frente al 2 de octubre y Ayotzinapa
Erre que erre

Licenciado en Periodismo y Medios por el Tecnológico de Monterrey y Máster en Teoría de la Cultura y Psicoanálisis por la Universidad Complutense de Madrid, España, país en el que radica actualmente desde hace más de tres años. Editor de La Península Hoy.

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Defender al Ejército frente al 2 de octubre y Ayotzinapa
Foto: Especial

El 2 de octubre y Ayotzinapa son dos sucesos que confirman que México es un país estancado en lo más ominoso de su historia, y pese a que el primero ocurrió hace más de 55 años y el segundo hace tan solo nueve, la sensación que producen ambos en la sociedad es muy similar: una mezcla de desesperanza, cansancio y hartazgo hacia los gobiernos en turno, que únicamente se dedicaban a repetir mantras en cada conmemoración para apaciguar las exhaustas manifestaciones de se producen en ambas fechas.

Pero este 2023 algo cambió radicalmente. En gobiernos anteriores, el discurso sobre estos terribles y aún borrascosos hechos solía ser un ‘mea culpa’ fingido y lleno de promesas huecas para quienes aún buscan gotas de justicia en medio del desierto que es México en este pilar fundamental de las sociedades y las democracias sanas, e incluso, se daban ciertos avances que dejaban ver -al menos- una voluntad timorata de las autoridades por dar un paso al frente y dos atrás en las investigaciones que, valga decirlo, principalmente han sido empujadas por la sociedad y organizaciones independientes como el GIEI.

Este último, quizá el que más repercusión tuvo en lo que se refiere al caso Ayotzinapa al entregar al menos seis investigaciones realizadas por ese grupo de expertos durante el gobierno de Enrique Peña Nieto que, ante las evidencias, no tuvo más que intentar dar un carpetazo con la bochornosa “verdad histórica” del exprocurador general de la República, Jesús Murillo Karam, quien finalmente fue encarcelado por las irregularidades de la investigación y quien hasta la fecha, se ha convertido en el chivo expiatorio del gobierno de López Obrador (y el único alto mando en prisión) sobre un caso que no presenta ningún avance y sí muchas incertidumbres ante la abierta asociación y arropo del gobierno actual con las fuerzas castrenses.

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El giro radical en la postura del Gobierno sobre la responsabilidad del Ejército mexicano en dos hechos que han marcado a México tomó cuerpo en las recientes declaraciones del presidente, quien al ser cuestionado por una periodista en su conferencia matutina (“¿En todos sus años de lucha pensó que iba a ser un gran defensor del Ejercito?”, se le preguntó), no titubeó en defender a los militares de sus actos en la matanza ocurrida el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco:

Sí, si imaginé, porque como conozco la historia (…) Cuando han cometido errores, que los han cometido, ha sido fundamentalmente por órdenes de autoridades civiles, por órdenes de los presidentes civiles (…) Entonces, sí, tienes razón, defiendo al Ejército y defiendo a las Fuerzas Armadas, expresó el presidente López Obrador. ¿Y saben quién también defiende al Ejército y defiende a las Fuerzas Armadas? La mayoría del pueblo de México, atajó el Jefe del Ejecutivo para matizar y trasladar a la psique del ‘pueblo bueno y sabio’ sus propias palabras, en un estilo que ha sido estrategia de comunicación durante su sexenio.

Así, AMLO, en una fecha en la que se solía recordar a los estudiantes, a la sociedad involucrada, y se condenaba el actuar de las fuerzas castrenses, nos ha aventado a la cara una más de sus máscaras, y sin reparo alguno nos da esta preocupante y reveladora postura respecto del Ejército que se estrella de frente contra el López Obrador de hace algunos años, pero que también confirma y da a luz de manera definitiva a ese embrión que se fue gestando desde el segundo año de su gobierno: la estrecha alianza y la incondicionalidad de la Cuarta Transformación con los militares del país; algo que muchos no han querido ver o tratar con la suficiente seriedad y/o preocupación, pues se sigue transitando la ruta de otros países de la región -cada vez con menos reparos y encubrimientos- que han tenido terribles consecuencias sociales y económicas para su población, y que sólo ha beneficiado -paradójicamente- a una ínfima élite formada por altos mandos castrenses y una reducida cúpula de gobernantes.

Y es que el hecho de que un presidente -o un pueblo- se sienta orgulloso de sus Fuerzas Armadas no es algo problemático per se, por el contrario, así debería manifestarse cuando los militares se dedican a realizar sus actividades en estricto apego a los derechos humanos y cuidando y respetando a la sociedad que deben proteger, pero esto resulta una declaración que golpea a la sociedad cuando se tienen lamentables hechos históricos como Tlatelolco o una herida abierta como aún lo es Ayotzinapa.

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