Militares: pueblo y patria sin heroísmo

Licenciada en Derecho por la Universidad Iberoamericana Puebla. Realizó su servicio social en el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez A.C. y fue asistente de investigación en temas de derechos humanos, género, niñez, igualdad y no discriminación. Es acompañante de personas y colectivos en casos de violaciones a derechos humanos e investigadora en el área de Incidencia política de México Unido Contra la Delincuencia. @MUCDoficial

Militares: pueblo y patria sin heroísmo
Foto: Especial

“Sí: defiendo al Ejército, y defiendo a las Fuerzas Armadas”, dijo sin empacho apenas este 3 de octubre, Andrés Manuel López Obrador, en respuesta a la pregunta explícita de una reportera respecto de si imaginó que algún día iba a llegar a ser un gran defensor del Ejército.

Durante su conferencia matutina, el presidente enalteció la historia de la fundación del Ejército como una institución dedicada a la lucha “por la legalidad y la democracia” y reivindicó a la instancia como un “ejército popular”: “son hijos de campesinos e hijos de obreros, hijos de comerciantes…”, declaró. Lo que no dijo es cómo se adiestra a estos “hijos del pueblo”, cuáles son las atrocidades históricamente cometidas en y por el este Ejército, así como los terribles costos de su despliegue en los últimos sexenios.

Parte de esta situación se plasma en la película de reciente lanzamiento, Heroico, de David Zonana que, en principio, nos muestra la brutalidad con que se forma a los futuros “héroes de la patria”, arrebatándoles cualquier rastro de humanidad, y retrata crudamente la doble moral con que se les enseña a actuar a sus elementos: deben “defender los derechos humanos” del pueblo mexicano a toda costa, incluso cuando eso implique “garantizarlos con las armas si es necesario”.

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El largometraje también refleja la manera en que la institución armada en realidad se vale de la precarización y necesidades de la población para incrementar el número de reclutas que se inscriben en el Colegio, a través de la promesa de una mejor calidad de vida para los soldados y sus familias, aunque en el proceso se vean obligados a olvidarse de su idioma e identidad indígena, su orientación sexual e incluso su sensibilidad humana, para convertirse en únicamente soldados. Muchos de ellas y ellos se unen a éste para poder acceder a servicios de seguridad social, pese a que sus familias son reemplazadas por el amor a la patria, por el servir al pueblo mexicano con abnegación.

Y en esto último subyace un elemento fundamental del discurso de López Obrador orientado al enaltecimiento del Ejército: la explotación del sentimiento de patriotismo, de la noción de la patria -no gratuitamente, durante la conferencia en comento, se propuso dar cátedra sobre la historia de la fundación de la institución militar y apeló a la figura del pueblo- e insistió, nuevamente, son “pueblo uniformado”.

La Sedena señala como sus valores militares el honor, la lealtad, el valor, la abnegación y el patriotismo, definiendo a éste último como “el amor a la patria, a México, a sus tradiciones, historia y valores. Lo más honroso para un soldado es perder la vida por la patria. Como soldados, el amor a la patria es hasta el último aliento”.

En ese marco se explota también los sentimientos nacionalistas que, de acuerdo con Yásnaya Aguilar, “no surgen espontáneamente en la socialización cultural de las personas que quedaron encapsuladas dentro de los límites geográficos del Estado mexicano: necesitan de la coacción desde el poder (…) Desde el nacionalismo parece natural sentir amor por un Estado-nación, por más absurdo que suene, y desarticular el nacionalismo se convierte en algo muy complejo cuando se interpreta que se descalifica un sentimiento y no una ideología”.

Yásnaya destaca incluso que, en este marco, las prácticas de los ejércitos son abrazadas por un sentimiento nacionalista, pese a que los militares “son los más peligrosos y violentos, y han sido tan normalizados que incluso han pasado por un proceso de romantización que las ha revestido de valores y de amor”.

Es así que hoy, en México, tenemos frente a nosotras escenarios que nos cimbran: en marzo de este año se convocó anónimamente a una marcha para exigir la liberación de los soldados detenidos tras la masacre en Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde cinco civiles perdieron la vida y uno más fue herido de gravedad. Además de corear consignas para enaltecer al ejército mexicano, entre los marchantes destacaba el mensaje en una cartulina de “Tengo 13 años y quiero ser militar, pero no quiero que me encarcelen por defender mi patria”. En la investigación del caso, se descubrió que en la escena de la masacre no había indicios ni de drogas, ni de armas, ni siquiera un sólo rastro de resistencia o violencia por parte de los civiles, quienes fueron perseguidos injustificadamente y ejecutados extrajudicialmente.

Días después, la GN –institución militarizada conformada en 86% por elementos de las FFAA– disparó injustificadamente contra el vehículo donde viajaba una familia, los 86 impactos de bala le quitaron la vida a una mujer embarazada y un hombre de 54 años, quienes fueron abandonados por los elementos después de dispararles. Tal como el caso anterior, éste no guardó relación alguna con el crimen organizado.

A pesar de que diversas organizaciones civiles y personas defensoras de derechos humanos han documentado los abusos de las FFAA, hay quienes las defienden argumentando que están haciendo su trabajo de manera exitosa al “contener y reducir la criminalidad”, incluso mantienen de los índices más altos de confianza entre la población, abrazados en la ficción política del patriotismo, que se sustenta en la creencia de que, al crear una sola identidad nacional, un solo pueblo, integra los intereses de toda una sociedad y previene o resuelve los conflictos entre los grupos que la conforman. Un amor a la patria que se nos inculca desde la infancia, en los sistemas escolares. 

Así es como el presidente hoy explota un discurso enaltecedor de las Fuerzas Armadas, aplaudiendo las “grandes hazañas” que realiza el ejército mexicano en nombre de la patria; mientras que, quienes señalan las graves violaciones a los derechos humanos que cometen son etiquetados de conservadores, traidores a la patria y defensores de criminales.

La urgencia y necesidad de replantearnos como sociedad entera el significado de lo que hemos denominado patria yace en que una patria militarizada no debe ser motivo de orgullo, sino de preocupación y resistencia civil, pues bajo esta lógica las violencias que enfrentamos día a día serán difíciles de erradicar aún más cada día.

Cometer ejecuciones extrajudiciales no es defender a la patria. Violar niñas y mujeres no es defender a la patria. Detener, desaparecer y torturar personas no es defender a la patria. Encubrir estas atrocidades, definitivamente, no es “amar a la patria”.

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