El conflicto palestino-israelí
Historias peregrinas

Periodista, escritor y editor. Autor de los libros Norte-Sur y El viaje romántico. Director editorial de purgante. Viajero pop.

X: @ricardo_losi

El conflicto palestino-israelí
Guerra entre Israel y Hamás. Foto por EFE.

En Contra el fanatismo, el escritor y periodista israelí Amos Oz deja las claves para entender los orígenes de la tragedia, “en el sentido más antiguo y preciso del término”, que supone la nueva escalada de violencia entre Palestina e Israel: “Los palestinos están en Palestina porque ésta es la patria, la única patria de los palestinos. […] Los judíos israelíes están en Israel porque no hay otro país en el mundo al que, como pueblo, como nación, puedan llamar hogar. Sí como individuos pero no como pueblo, no como nación. Los palestinos han intentado, a regañadientes, vivir en otros países. Fueron rechazados, a veces inclusos humillados y perseguidos, por la supuesta ‘familia árabe’. Se les hizo tomar conciencia de la manera más dolorosa de su ‘palestinidad’; no fueron aceptados como libaneses, ni como sirios, ni como egipcios, ni como iraquíes. Tuvieron que aprender con dureza que son palestinos y que Palestina es el único país al que pueden aferrarse”.

Dicho esto, como bien matizaba el internacionalista Mauricio Meschoulam, enfocar el debate y el análisis en a quién le pertenecen realmente las tierras no nos ayuda a entender lo que está ocurriendo en este momento. El salvaje ataque terrorista perpetrado por Hamás responde a un contexto específico que tiene que ver más con la política que con la identidad, el sentido de pertenencia y la religión: boicotear el acuerdo para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas que estaban por firmar Israel y Arabia Saudita, mediado por Estados Unidos.

Pero, antes, entendamos algo. Desde hace casi medio siglo, Irán y Arabia Saudita han protagonizado su propia versión de guerra fría en el tablero geopolítico: utilizan territorios satélite como campo de batalla ideológico entre las dos ramas predominantes del islam, distanciadas a partir de la sucesión del profeta Mahoma.

La Guardia Revolucionaria iraní mantiene su influencia sobre milicias chiitas en Irak, Afganistán y Pakistán; grupos insurgentes, como Hizbulá en Líbano, Hamás en Palestina y los hutíes en Yemen, y regímenes afines como el de Bashar Háfez al-Ássad, en Siria. Por su parte, la monarquía saudita, cuya doctrina oficial es el wahabismo —una variante ultraconservadora del sunismo—, se sostiene con la ayuda de sus vecinos del Golfo: Emiratos Árabes Unidos y Kuwait; Egipto; los reinos de Jordania y Marruecos; y las dos grandes potencias occidentales: Estados Unidos y el Reino Unido. Israel, el país bisagra en términos de multipolaridad, es enemigo acérrimo del llamado Eje de la Resistencia —una alianza abiertamente antiestadunidense y antiisraelí—, pero no necesariamente es cercano a los sauditas, con quienes nunca ha podido establecer una relación más o menos cordial. De ahí la importancia de las conversaciones en desarrollo para todos los involucrados.

Como el sectarismo está marcando la agenda de medios, periodistas, comentócratas y gente de la sociedad civil en otras partes del mundo, incluido México, conviene dejar sobre la mesa algunos puntos a la hora de abordar la situación en Medio Oriente: se puede empatizar con la libre determinación del pueblo de Palestina y condenar los ataques terroristas orquestados por un grupo extremista palestino con intereses específicos. Las agendas inflexibles no conducen a nada.

Hay que distinguir el antisemitismo de la condena moral ante el asedio sistemático de Israel en Palestina. Hay que distinguir la resistencia del terrorismo. Hay que distinguir a la población civil israelí de Benjamín Netanyahu y su camarilla de ultraderechistas. Hay que distinguir, también, a los palestinos de Hamás.

Israel, un estado democrático —imperfecto, pero democrático a fin de cuentas— no tiene licencia moral para barrer con Gaza y exterminar palestinos como venganza a un golpe terrorista. Nadie debería escandalizarse con el hecho de exigirle al ejército de una nación democrática que no emule las atrocidades de un grupo extremista en uno de los lugares más densamente poblados del mundo.

De modo que, un conflicto irresoluble derivó en una guerra cruenta y asimétrica entre un terrorismo de estado y un terrorismo tribal. Y el mundo entero observa.

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