Entre olas y fideos
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Entre olas y fideos
La esencia de la Ciudad de México entre recuerdos, olores y las crónicas de Cristina Pacheco. ¡Aquí nos tocó vivir! Foto: Roberto Vargas

A finales de la década de los 80 todos los domingos, cuando la resaca de mis primeras fiestas lo permitía, trataba de levantarme más temprano que mis hermanos para recoger en el garaje de la casa de mis padres La Jornada y leer antes que ellos las Histerietas, el suplemento de los moneros de ese diario. Si mal no recuerdo, en la Navidad del 88 o el 89 le pedimos a mi papá que nos regalará una suscripción para no perdernos, sobre todo, ninguna tira del Santos, que comentábamos por teléfono con Samuel, nuestro primo, mucho antes de la existencia de WhatsApp. El que no alcanzaba las Histerietas, se conformaba con leer primero “La Chora Interminable” en La Jornada Semanal. La verdad es que abandonábamos el diario durante todo el día y la única que lo tomaba era mi mamá para leer el “Mar de historias”, de Cristina Pacheco, que aparecía todos los domingos en la contraportada de La Jornada. Recuerdo que muchas veces, por la tarde, mi mamá me comentaba la crónica que doña Cristina había publicado y, aunque no siempre las leía, se convirtieron para mí, más adelante, en un referente del periodismo narrativo y la crónica de la Ciudad de México. En mi casa, a doña Cristina la conocimos por “Aquí nos tocó vivir”, el programa que comenzó a transmitirse por Canal 11 en los años en que por la cabeza de don José Emilio comenzaba a tomar forma “Las batallas en el desierto”. De alguna forma, la trayectoria de Cristina Pacheco siempre ha estado ligada a mis recuerdos familiares, ya sea por sus programas, “Conversando con Cristina Pacheco” y “Aquí nos tocó vivir”, sus crónicas o sus libros, que le regalaba a mi mamá por su cumpleaños.

Pero me he dado cuenta que de Cristina Pacheco desconocía muchas cosas, hasta que anunció su retiro de la vida púbica hace un par de semanas. Desde entonces, he leído una docena de artículos periodísticos y entrevistas, que me han hecho dimensionar el tamaño de personaje que es la periodista guanajuatense. En una columna publicada por Héctor de Mauleón, en El Universal, cuenta que caminando por las calles del barrio de Tacuba, Cristina encontró un ejemplar incompleto de la revista Selecciones, en el que leyó un artículo sobre la vida de Mozart, que la hizo decidir que ella quería contar otras vidas, porque todas son únicas, “porque no hay vidas sin relieves, porque la vida puede ser tolerable si uno la cuenta”.

Sopita de fideo

En busca de una manera cómo abordar la historia de la colonia donde vivo, la Avante, cerca del extremo sur de Coyoacán, esta semana recorrí sus calles, sus parques, sus escuelas, la iglesia a la que me hacían ir a misa mis papás. Caminaba después del mediodía cuando comencé a percibir los olores que salían de algunas de las casas: el pollo cociéndose, el sonido de la olla exprés en donde alguien cocinaba frijoles, tortillas fritas por aquí, el olor de algo que podría ser un mole por allá.

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Todos los sábados, cuando llegábamos a casa de mi abuela Enriqueta, desde la entrada del edificio sabíamos qué íbamos a comer ese día: su insuperable sopa de fideo, aquel entomatado con mucho ajo, sus irrepetibles milanesas o, si olía a papas fritas, sabíamos que eran el complemento de un cuete mechado de campeonato. Cuando vivíamos en Torres de Mixcoac y en el recibidor del edifico D-6 olía a chipotle, sabíamos que Lucy, la vecina del departamento 2, había cocinado albóndigas (siempre le mandaba a mi hermano Omar la suya); otras ocasiones, cuando mi mamá le preparaba su comida a “Yaco”, nuestro perrito, las vecinas le preguntaban a qué hora era la fiesta, porque olía a pozole.

Nunca podré despedirme de Cristina Pacheco, porque los olores, la lectura de sus textos, siempre me llevarán a ella y a las calles de la Ciudad de México y sus personajes. ¡Qué le vamos a hacer, Cristina, si aquí nos tocó vivir!

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