Visitando la zona arqueológica Paquimé
Columnista invitado

Sociólogo por la Universidad Autónoma de Tamaulipas, antropólogo social egresado de El Colegio de Michoacán y actualmente investigador titular en El Colegio de la Frontera Norte, Departamento de Estudios Sociales. Analiza las dinámicas de migración, violencia y crimen organizado en la frontera México-Estados Unidos.

Visitando la zona arqueológica Paquimé

“Ya que estamos acá, me gustaría conocer Paquimé”, expresó mi pareja. Era noviembre y me encontraba realizando una estancia académica corta en la Universidad Pedagógica Nacional del Estado de Chihuahua (UPNECH), en la capital, así que había que aprovechar. Tampoco conocía Paquimé, sólo sabía que era un sitio arqueológico, pero no dónde estaba ni sus matices. Así que pregunté a San Google y de inmediato supe que se situaba en Casas Grandes: un poblado del noroeste del estado, cabecera del municipio del mismo nombre. 

Calculé la distancia y descubrí que debíamos transitar alrededor de 300 kilómetros: poco más de tres horas de viaje en vehículo por la Carretera Federal 10. Sólo de saber la distancia me dio flojera. A esta última se unió la tacañez cuando pensé en la gasolina que gastaría y en las casetas que debía pagar, sin embargo, esto pasó a segundo plano cuando leía una nota que decía que la alcaldesa de Nuevo Casas Grandes, había sido acusada de peculado agravado, y una semana antes, arrestada por agentes ministeriales de la Fiscalía Anticorrupción y policías de la Secretaría de Seguridad Pública de Chihuahua. 

Para llegar a Casas Grandes había qué pasar por Nuevo Casas Grandes. Y ahora esta ciudad estaba descabezada. Recordé mis clases de antropología política y supe que eso significa un vacío de poder que podía derivar en ingobernabilidad y disputas por el mando. En palabras llanas: a río revuelto, ganancia de pescadores. Más que por peculado, parecía que el conflicto era político: una alcaldesa morenista contra un poder judicial de un estado panista. Aunque a los ciudadanos de a pie, como yo, nos preocupan más las consecuencias que las causas de estos conflictos. Así que le dije a mi pareja: No vamos.

Y sí fuimos. El viaje fue relativamente cansado. El paisaje semidesértico prevalece, aunque es bello. La carretera es horrible, en especial el tramo de Chihuahua a Ciudad Juárez. Después llegamos a un poblado llamado Flores Magón, donde la escultura de una nuez gigante, colocada en una rotonda, no dio la bienvenida y la orientación de girar a la izquierda. Después de varios kilómetros, un letrero verde posó frente a nosotros: “Bienvenidos a Nuevo Casas Grandes”. Me dio gusto que habíamos llegado, aunque mi memoria sutilmente me hizo recordar que, en mayo, había leído sobre una persona que fue colgada de un letrero como este. 

Entonces el gusto se transformó en preocupación, pero ya estábamos ahí. Nuevo Casas Grandes es una ciudad pequeña, aunque con evidente presencia de los monstruos del capitalismo. De inmediato pasamos la ciudad y, después de cruzar unas vías, nuevamente giramos hacia la izquierda, rumbo a Casas Grandes. A los pocos minutos llegamos. Se trataba de un poblado pequeño, un pueblo mágico. Visitamos un museo pequeño que se ubica en la presidencia municipal y después preguntamos por la zona arqueológica. Como ya era muy tarde, nos dijeron que estaría cerrado, así que nos recomendaron ir al día siguiente, pero mientras tanto, visitar una colonia cercana donde residen los Le Barón.

Al otro día conocimos Paquimé. A ojos de un neófito, Paquimé no es más que un montón de bases de tierra donde hace mucho tiempo algunas personas vivieron. Sin embargo, Paquimé es una zona arqueológica importante que, en 1998, fue inscrita en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO. En el 2015, también fue inscrita en el Registro de Protección Especial del mismo organismo. El reconocimiento no fue para menos, pues según los arqueólogos Paquimé fue un poblado donde vivieron más de 3,000 personas, donde convergieron tradiciones culturales del desierto, del occidente y del centro de México.

Todo esto se dio entre el año 900 y 1200 D.C. La historia es romántica: los paquimenses llegaron a este lugar, les gustó para centro ceremonial, y comenzaron a hacer sus casas con tierra apisonada y madera para sentar los muros. Construyeron muchos cuartos que, según se dice, tenían hasta cuatro pisos de altura. De ahí surge el nombre de las Casas Grandes, que en realidad fue la adjetivación utilizada para nombrar toda una cultura que floreció en este lugar –Oasisamérica– que incluyó a pueblos sedentarios, de diferentes costumbres y tradiciones, que comerciaban con nómadas del norte y mesoamericanos.

Empezamos el recorrido en la zona siguiendo la ruta marcada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Unos tubos tirados en el suelo delineaban el camino y algunos hombres parados vigilaban que los turistas, como nosotros, no nos saliéramos del camino. Algunos espacios llamaron mi atención y de inmediato leí la información que estaba inscrita en placas del INAH. Por ejemplo, el resto de lo que parecía un gran cuarto que se supone era la Casa de las Guacamayas. Resulta que a los paquimenses les gustaba criar a estos pájaros, no sólo por su belleza, sino también porque los usaban para sacrificios y utilizaban sus plumas en rituales religiosos o como símbolos de poder. Me imaginé la aristocracia paquimense con sombreros emplumados.

Casi al centro, llamó mi atención otro espacio, que era alto en su construcción. Una placa del INAH informaba sobre la estructura social paquimense: resulta que se asemejaba a una pirámide. En la base estaba el pueblo (campesinos, trabajadores y artesanos). Seguían los líderes de producción artesanal (comerciantes y líderes de clanes). Posteriormente estaban los jugadores de pelotas, guerreros, ingenieros, arquitectos y administradores del pueblo. Y en la cúspide de la pirámide se encontraban los gobernantes (consejo de ancianos, sacerdotes, brujos, científicos y concejales. La estructura social paquimense, como se observa, no era muy diferente a la que hoy en día predomina en muchos lugares.

En la zona arqueológica, además, llama la atención un laberinto de vías hidrológicas. Al principio no supe qué era tal cosa, pero después lo confirmé: se trataba de indicios de lo que fueron aljibes, canales, acequias, drenajes que por mucho atravesaban las casas del poblado. Incluso, según leí en otra parte, en Paquimé también se construyeron terrazas y trincheras para detener el agua; hasta una laguna de oxidación de desechos tenían. En suma, los paquimenses tenían buen servicio de agua y drenaje.

No obstante, casi al final del recorrido, otra placa con un dibujo llamó mi atención: este último trazaba un paisaje de desolación, de hombres peleando, mujeres con hijos en brazos corriendo, casas en llamas o humeando. La placa decía que en 1475 los paquimenses abandonaron el poblado porque fueron atacados por “grupos del desierto que, en venganza por no ser admitidos en la región, atacaron el sitio provocando un gran incendio que acabó rápidamente con el centro ritual más importante”. Lo primero que se me vino a la mente fue: ¿y de qué les sirvió tener guerreros o un buen sistema hidrológico?

Cien años después llegó don Francisco de Ibarra y Barresi, un militar y explorador español que andaba buscando “las siete ciudades de oro de Cíbola”, pero en su lugar se encontró con las ruinas de Paquimé. Terminamos el recorrido y decidimos entrar al Museo de las Culturas del Norte, que está justo al lado de la zona arqueológica. Ahí, uno de los guías me pregunta qué me pareció el recorrido en Paquimé. Le digo que me gustó. “Lástima que el pueblo fue quemado y desapareció”, expresó el guía. “Sí, lástima”, le respondo. Y de inmediato pienso en Nuevo Casas Grandes y cómo semanas antes fue quemado políticamente y está a punto de desaparecer por la ingobernabilidad. Mi pareja y yo salimos del museo y seguimos turisteando. 

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