Cadereyta
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Cadereyta
Foto: Especial

A estas alturas, a casi cuarenta y cuatro años desde su inauguración, continuar con la operación de la refinería de Cadereyta Ing. Héctor R. Lara Sosa es una decisión política con fecha de caducidad a la vista, a menos que las nuevas inversiones para modernizarla cambien drásticamente su situación actual. Ni los resultados financieros, ni el registro de seguridad industrial, ni mucho menos el desempeño ambiental de la refinería sugieren un desempeño estelar. 

La refinería sigue operando con base en tres criterios primordialmente políticos. Se piensa que es imprescindible para la seguridad energética, necesaria para reducir la importación de combustibles e indispensable como fuente de empleos, o bien, como instrumento para evitar el malestar social y evitar fricciones con el sindicato de Pemex. El costo financiero y ambiental a cambio de estos beneficios se ha estimado en los hechos como menor.

Cierto optimismo fundado, acaso una candorosa esperanza, parece haber influido en la confección de esta narrativa y el desenlace actual. Cuando el gobierno anunció en 1997 un programa para reconfigurar Cadereyta, pretendía que procesara petróleo más pesado (porque la producción nacional de petróleo crudo estaba destinada a descender), produjera gasolinas más limpias y redujera la contaminación ambiental. Las autoridades energéticas esperaban, al parecer, que la refinería entrara en una nueva etapa de productividad, rentabilidad y compromiso social y ambiental. Pemex tenía técnicos preparados y contrató mediante licitación a un consorcio de empresas de reconocida experiencia para llevar a cabo los trabajos de modernización de la refinería.

El primer tropiezo ocurrió casi al comienzo, cuando la pérdida de ingresos debida al desplome en el precio del crudo, a su vez derivado de la crisis económica asiática de 1998, obligó a Pemex a posponer un par de años la puesta en marcha de este proyecto. Siguieron otros tropiezos más cuyos detalles involucraron diferendos e intrigas de orden técnico, financiero y legal, pero que cubrirlos exigirían de un espacio más grande que éste, y que en última instancia determinaron que la conclusión de labores para este proyecto terminara, en rigor, a comienzos de la década pasada. 

Más de una década de trabajos y más de 3 mil millones de dólares de inversiones después, Cadereyta terminó operando entre el 40 y 60% de su capacidad, produciendo bastante más combustóleo que sus competidoras del lado texano, arrojando con pertinaz consistencia azufre y partículas nocivas a los cielos de la zona metropolitana de Monterrey, contaminando acuíferos que apoyan la producción agropecuaria y empleando cinco veces más trabajadores que refinerías similares en otras partes del mundo, por mencionar solo algunos. Todo esto, para atender parte de la demanda de combustibles desde Nuevo León hasta Chihuahua, contener las importaciones, conservar empleos que pueden asignarse a otras secciones de Pemex y mantener a flote una vaga impresión del orgullo nacional.

Tenemos idea de lo que significaría vivir sin Cadereyta: más importaciones de gasolina y diésel, menos contaminación del aire, mayor disponibilidad de agua, mejor salud y menores pérdidas financieras. 

En el verano de 2016, los técnicos de la refinería pararon sus operaciones por seis días debido a una disminución en el flujo de agua proveniente del río Ramos, necesaria para operar calderas. Para compensar la pérdida de producción, Pemex debió elevar sus importaciones en 100 mil barriles diarios y reorganizar parte de su operación logística en caso de que fuera necesario transportar combustibles desde otras regiones del país hacia los estados atendidos por Cadereyta. 

Como era de esperar, la contaminación del aire de Monterrey y localidades cercanas disminuyó, mejorando el perfil de salud de la ciudad. Un análisis de dos investigadores de la Universidad Autónoma de Nuevo León ha encontrado, además de una reducción significativa en las emisiones de azufre, que la presencia de partículas nocivas (PM2.5 y PM10) cayó 30% de manera acumulada durante los seis días que la refinería dejó de funcionar. Esto se tradujo en ocho muertes menos a las esperadas diariamente para adultos, una reducción del 2.4%. Para niños menores de 5 años, la reducción en mortandad fue de 9%. 

¿Podría construirse une refinería en otra parte para compensar por la pérdida de producción si se cerrara Cadereyta? En principio sí, pero es casi seguro que a un costo todavía mayor al de Dos Bocas, que ha resultado dos veces más cara (hasta ahora) de lo anunciado por el gobierno. Sería menos oneroso, por ejemplo, considerar a Dos Bocas como el reemplazo de Cadereyta y asumir el costo logístico mayor para llevar por mar combustibles desde el sureste hasta el noreste, o simplemente construir más infraestructura logística para ampliar y agilizar el suministro de combustibles texanos en la misma región. Con Dos Bocas y sin Cadereyta, las importaciones de combustibles disminuirían marginalmente (Dos Bocas será, por nueva, más eficiente que Cadereyta), pero el déficit en la balanza de hidrocarburos no cambiará sustancialmente. 

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Las otras rutas son importar crudo ligero para mejorar el rendimiento de Cadereyta y/o confiar en que las inversiones anunciadas por Pemex en efecto reduzcan las emisiones nocivas de Cadereyta. Puede ser, pero la evidencia abre serias dudas no solo sobre la capacidad del gobierno de ejecutar esos proyectos a tiempo, sino sobre la asociada capacidad para poner en marcha nuevas iniciativas ambientales. 

El 18 de marzo de 1991 el presidente Carlos Salinas de Gortari decretó el cierre de la refinería de Azcapotzalco con el fin de reducir la contaminación del valle de la Ciudad de México, entonces Distrito Federal. El reportero del New York Times destacó en su reportaje las palabras de Salinas: “El Gobierno está dispuesto a imponerse a sí mismo las medidas más severas para proteger la salud pública y responder a las demandas sociales…Plantemos árboles donde hoy no hay nada más que oleoductos.” Fue otra muestra de optimismo candoroso: aunque Azcapotzalco dejó de contribuir a la contaminación del aire de la Ciudad de México, la llegada del parque a sus terrenos tomó…casi 20 años. Nada indica Monterrey, mucho menos Cadereyta, puedan aguardar tanto tiempo.

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