El mundo va tarde rumbo a una economía baja en carbono
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

El mundo va tarde rumbo a una economía baja en carbono
Inversión en energías limpias debe triplicarse para 2030. Foto: Alfo Medeiros/ Pexels

El viernes pasado, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) publicó una nota que agrega a la inquietud respecto del calentamiento global y sus efectos sobre los patrones de precipitación y sequía en los continentes: enero de 2024 ha sido el mes más caluroso del que se tenga registro. El dato ha sido corroborado por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA), la NASA, el Servicio de Cambio Climático Copérnico de la Unión Europea y la Agencia Meteorológica de Japón.

La OMM apunta que la “la temperatura media mensual del aire de la superficie fue de 1.66°C más cálida que una estimación del promedio de enero para 1850-1900, el período de referencia preindustrial designado”, y aclara que superar el límite de 1.5 °C en un mes no significa la inoperancia del Acuerdo de París para reducir emisiones. Eso requeriría de un período sostenido de temperaturas promedio por encima de ese límite.

Al ritmo actual de inversiones, en los próximos 25 años es poco probable que el mundo alcance la meta de establecer un sistema energético de cero emisiones netas de carbono, necesario para evitar el calentamiento más allá de 1.5 °C. Tomando como referencia para el cálculo los datos de los escenarios a 2045 de la Agencia Internacional de Energía, esto significaría consumir 15% menos energía que hoy y 75% menos combustibles fósiles sin sacrificar el crecimiento económico. Algo así no ha sucedido jamás.

El análisis recién publicado de Bloomberg New Energy Finance (BNEF) sobre las tendencias de inversión en la transición energética destaca que es preciso triplicar el monto anual de inversiones en energía limpia para conseguir un objetivo como el anterior. El monto alcanzado en 2023 fue de 1.7 trillones (millones de millones, o billones, en español) de dólares, o un 70% más grande que lo invertido en proyectos de combustibles fósiles, pero debería aumentar hasta llegar a un promedio sostenido de 4.84 trillones de dólares por los siguientes 25 años. Esto significaría triplicar la inversión para electrificar el transporte, más que duplicar la correspondiente a las energías renovables, las redes de transmisión y las baterías, y multiplicar por nueve la inversión nuclear.

¿Responderán los gobiernos a este desafío? ¿Enfrentarán presiones sostenidas por parte de las sociedades de cada país para dar de una vez por todas un vuelco en las políticas energéticas?

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La experiencia de los últimos años aporta señales mixtas. A nivel mundial, con todo y los discursos y las reuniones internacionales para combatir el cambio climático, el FMI ha estimado que los subsidios a los combustibles fósiles de un conjunto de 170 países superaron los siete trillones de dólares, equivalente al 7% del PIB. El monto es mayor que las inversiones en renovables e incluye subsidios explícitos (20% del total), que reducen el precio de los combustibles, e implícitos (80%), que reflejan los costos por daños medioambientales.

En Estados Unidos, el segundo emisor más grande de carbono después de China, la administración Biden puso en marcha el paquete más ambicioso jamás para promover las energías limpias de su país, conocido como el Inflation Reduction Act (IRA), pero al mismo tiempo la producción petrolera estadounidense sigue en aumento y ha llegado a un récord histórico. Hoy los combustibles fósiles representan más del 80% de la mezcla energética de Estados Unidos y no se ve para cuándo bajen a menos del 50%.

En la Unión Europea, tercera emisora de carbono, se observa más progreso en el despliegue de energías renovables, sobre todo en Alemania, Dinamarca y España, pero los combustibles fósiles representan todavía más del 70% de la mezcla energética de los 27 países miembros.

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Y China, la mayor emisora de carbono, es el líder indisputado tanto en el despliegue de energías renovables como en el de centrales eléctricas a base de carbón, el peor de los contaminantes. Las inversiones chinas en tecnologías de energía limpia superaron en 2023 los 670 mil millones de dólares, casi el doble de lo que invirtieron Estados Unidos y Europa cada una en el mismo rubro. Pero solo en 2022 el gobierno chino aprobó la construcción de nuevas carboeléctricas con una capacidad conjunta de 106 gigawatts (GW), un crecimiento de 10% sobre la base actual, que ya es gigante.

El progreso en el despliegue de energías limpias es entonces notable pero patentemente insuficiente. Para romper con la inercia, será necesario no solo que los gobiernos instrumenten el paquete completo de medidas como generalizar un precio al carbono y elevar el ritmo de inversión, entre otras tantas, sino que gobiernos sucesivos, sin importar la alternancia de orientaciones ideológicas en el poder, las mantengan por décadas. Ese quizá sea el desafío mayor. Los avances y retrocesos en las políticas energéticas alrededor del mundo son reveladores de las dificultades políticas para comprometerse simultáneamente con las generaciones presentes y futuras.

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