X resguarda tu derecho a odiar

Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.

X: @MRomero_z

X resguarda tu derecho a odiar

Cuando usamos una red social habría que empezar por asumir que la conversación ya está siendo moderada y filtrada. Es decir, el corporativo privado sobre el cual fincamos de forma errónea nuestra libertad de expresión –llámese Facebook, X, Instagram o TikTok– representa en sí mismo un espacio regulado por algoritmos diseñados por los dueños del negocio. Sin tener aún total claridad sobre las consecuencias de ello, el mal uso de estas plataformas es visto hoy en día como la principal amenaza para la humanidad, de acuerdo con el World Economic Forum.

La pregunta más sensata para estos momentos es: ¿quién modera a los moderadores?, toda vez que la supervivencia de las sociedades pasa por transparentar, revisar y afinar los mecanismos y los lineamientos éticos sobre los cuales las big techs como Google, X, Meta y TikTok desarrollan y aplican los algoritmos que definen lo que miles de millones de personas puedan ver y discutir desde sus smartphones. ¿Puede el poder civil inmiscuirse en los asuntos de un negocio privado? Los expertos y las autoridades sostienen que sí por los alcances y consecuencias.

Cuando Google, hace más de dos décadas, afinaba su buscador y este arrojaba resultados claramente racistas o xenófobos el argumento de sus entonces desarrolladores era que la plataforma simplemente respondía a lo que sus usuarios pedían. En otras palabras, Google no era racista sino, más bien, el motor de la plataforma se entrenaba con los millones de búsquedas que realizaban personas racistas. La herramienta era entonces un simple reflejo de la sociedad.

Sin embargo, con el paso del tiempo, las plataformas (no solo Google) han evolucionado e incorporado nuevas herramientas de “autocontrol”, las cuales, aunque poco transparentes, tienen –supuestamente– como objetivo regular este tipo de deformaciones sociales. Pero entonces: ¿qué tipo de sociedad quieren moldear los nuevos algoritmos de las big techs? La lucha por conocer esa información se vuelve cada vez más estratégica para la supervivencia humana, que es trastocada en todos sus ámbitos por estos corporativos privados.

Por ejemplo, la plataforma X que lidera el visionario pero controversial empresario Elon Musk parte de un concepto totalmente distorsionado en lo que se refiere a la libertad de expresión. En su filosofía todos tienen el derecho de expresar lo que les venga en gana no importando sus implicaciones. Dicho de otra manera, los controles son totalmente laxos y la plataforma se ha vuelto una venta de oportunidad para el antisemitismo, supremacistas blancos, racistas, xenófobos y pronazis.

Desde su punto de vista, X es la panacea dentro del ecosistema digital porque ahí sí es posible ejercer a plenitud el derecho a la libertad de expresión; sin embargo, esa posibilidad termina cuando la plataforma misma es criticada. A inicios de semana, Charles Breyer, juez federal de California, Estados Unidos, desestimó una demanda que X había interpuesto en contra del Centro para Contrarrestar el Odio Digital (CCDH, por sus siglas en inglés), luego de que dicho organismo publicó un informe en el que evidenció que X no actuaba en contra del 99% de sus cuentas premium que incitaban al odio. En un comunicado, el director y fundador de dicha organización, Imran Ahmed, acusó el intento intimidatorio del hombre más rico del mundo y se pronunció por la protección del derecho de los ciudadanos por conocer las decisiones que las plataformas toman a puerta cerrada y que impactan en la democracia, los derechos y las libertades civiles fundamentales.

Otro episodio similar se llevó a cabo a finales del año pasado cuando el empresario embistió en contra de la Liga Antidifamación, (ADL, por sus siglas en inglés), una organización judía que lucha contra el antisemitismo. En dicha ocasión,  Musk amenazó con demandar al grupo (inicialmente por 4 mil millones de dólares y posteriormente hasta 22 mil  millones de dólares), alegando que las críticas que emitía dicha organización sobre su gestión como CEO en X habían provocado una caída del 60% en los ingresos por publicidad.

Este breve panorama puede servir para reflexionar sobre la relevancia e impacto de los algoritmos en nuestra vida cotidiana. Conocer la visión que las big techs tienen sobre qué tipo de sociedades buscan construir… o desestabilizar, empieza a configurarse como un derecho universal primario que como individuos y como sociedad debemos empezar a reclamar y a ejercer.

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