México, el extravío antes del caos
Erre que erre

Graduado de Periodismo por el Tec de Monterrey y Máster en Psicoanálisis y Teoría de la Cultura por la Complutense de Madrid. Cuenta con más de una década de experiencia en medios nacionales e internacionales, reportero del conflicto Rusia-Ucrania en Europa, donde reside desde hace un lustro.

IG: @vicoliv X: @Victorleaks

México, el extravío antes del caos
Foto: Envato Elements

En el ambiente de por sí enrarecido de un país que ante la factorialidad múltiple de los asuntos clave a los que no encontramos solución o siquiera una vía razonable para abordarlos que nos permita plantearles al menos líneas de acción paliativas, flotan entre nosotros ruidos, gritos y ciertamente voces que, al mezclarse, no dejan más que confusión, hartazgo y un ruido mental difícil de disipar entre tanta frustración y malas noticias.

La realidad -nos guste o no, la queramos conocer o no- es que en cuatro días (el 2 de junio para ser exactos), los mexicanos tendrán que decidir entre cualquiera de los males que aparecerán como fantasmas del pasado y verdugos del presente en las boletas del INE, y que entre toda la incertidumbre que las candidatas y el candidato esquirol del obradorismo producen, la única certeza que la mayoría tiene es que, tras la elección, habrá que irse preparando mentalmente para el 1 de septiembre, pues vendrán otros seis años de pauperización, violencia, corrupción, inseguridad, inflación y todo ese oprobio cotidiano al que nos ha acostumbrado -en dosis de seis años- nuestra impresentable clase política.

Y es que decir que México vive en los últimos días del proceso electoral un ‘extravío antes del caos’ es un eufemismo ante el que decidí no reajustar con una frase que hiciera referencia al caos previo a la hecatombe, o a la hecatombe antes del desastre, o algo que aludiera a una justa referencia de lo que se vive tanto en la esfera de lo político, social, ambiental, institucional y cualquier otro tópico que se desee llevar a análisis, pues considero que es justo el extravío y el no querer saber demasiado de nuestra realidad lo que en buena medida nos ha puesto en este acantilado.

El extravío como autoengaño impúdico lo hemos visto históricamente televisado en este país, y recientemente lo constatamos en un noticiero (Tercer Grado) lleno de ‘figuras’ mediáticas del periodismo nacional que al final decidieron ser meros comparsas de la candidata de Morena en un espacio idealmente diseñado para cuestionar e incluso arrinconar al poder, pues en México este aspira a ser absoluto y sin contrapesos, por lo que la omisión y el mutismo ante oportunidad así no se puede excusar como otra cosa que no sea sumisión.

También hablo de extravío cuando quienes han acumulado notoriedad en los espacios de opinión y medios de comunicación más horizontales como lo son las redes sociales, demuestran una preocupante incapacidad de observar las estrategias de distracción-de-la-conversación-de-los-temas-realmente-trascendentales-para-el-país, y terminan enganchados en banalidades que son sólo las tendencias creadas a partir de una opinión vertida intencionalmente por los potentados para dispersar la vox populi ante un tema coyuntural o un suceso relevante para una sociedad (una elección presidencial, por ejemplo), favoreciendo la vacuidad en la de por sí raquítica consciencia política de un pueblo absorbido no sólo por su propia trivialidad ante la realidad que le atañe, sino por sus graves carencias económicas, educativas y culturales, que han creado un círculo perverso de carencias y necesidades históricamente aprovechadas por los gobiernos que calculan con perversa exactitud la miseria que hay que proveerles para que sostengan al sistema político del que se favorecen.

Pocas voces trascendentales en un país de casi 130 millones de personas nos hablan de ese extravío. Realmente pocos líderes que puedan contagiar o descifrar una ruta que convenga y convenza a las masas, o bien, que nos brinden alternativas con ideas que puedan sostenerse en debates que realmente lo sean como ocurre en otras sociedades. Como pueblo carecemos de faros, guías, referentes y estímulos positivos que no sean un mero calambre o una ensoñación, como nos lo ha demostrado nuestra mediocre historia nacional con caudillos, presidentes y mesías tropicales a quienes una mayoría importante les cedió el beneficio de la duda o peor aún, sus frustraciones, sus deseos de revancha y unos oídos sin filtros para un lavado de cerebro como pocas veces hemos visto.

Quizá más importante -y más sano- sea dejar de creer que estos seres providenciales existen y comenzar a ver la realidad a través de otros prismas o, mejor aún, sin ellos, pues en estos días lo que el país realmente necesita es el trabajo de una sociedad en conjunto, la aglomeración de ideas que permitan reformular el crisol de nuestras prioridades y nuestro rumbo como nación, cada vez más comprometido y menos viable, pero que es necesario reconsiderar desde una profunda introspección personal y colectiva, es decir, como un país con aspiraciones democráticas profundas y de bienestar social general.

Por lo pronto, la prueba final de la tortura llamada campañas políticas tendrá lugar en unos días, y se nos presenta una oportunidad -en lo real y en lo simbólico- de mostrarnos en uno de esos espacios generalmente silenciosos a los que regularmente no queremos acudir (las urnas) para ejercer el voto, que bien podría significar(nos) el comienzo de una nueva manera de relacionarnos con nuestro entorno y de comprometernos con este país desde lo individual y lo gregario. Tal vez después de todo y por un instante, esta elección al final nos pueda dar cierta consciencia sobre el ruido y esa terrible paradoja de país, mezcla de la burda quimera y la atroz realidad en que vivimos actualmente y, sobre todo, de ese extravío que nos aqueja. Si logramos mirar más allá de la boleta habrá valido la pena.

Síguenos en

Google News
Flipboard