La vuelta de la derecha -y la extrema derecha- en el mundo no es un accidente histórico: es un síntoma de sociedades cansadas, temerosas y profundamente desconfiadas de sus instituciones y, claro, porque la izquierda en el poder lo ha hecho mal.
Trump en Estados Unidos, Milei en Argentina, Meloni en Italia, Bukele en El Salvador, Noboa en Ecuador y Kast como fuerza viva en Chile comparten un mismo diagnóstico emocional: el votante ya no quiere paciencia, quiere resultados inmediatos, control y una narrativa clara de “orden frente al caos”.
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La izquierda, en cambio, se ha quedado atrapada entre discursos identitarios, promesas abstractas y burocracias incapaces de resolver problemas urgentes: inseguridad, desigualdad y corrupción. En ese vacío se cuela la derecha, que ofrece una ecuación simple: autoridad fuerte + enemigos definidos + soluciones rápidas. Funciona, aunque sea discutible en lo democrático.
Meloni se impuso con un discurso históricamente incómodo, pero emocionalmente directo: Italia primero. Bukele transformó la inseguridad en un plebiscito permanente de supervivencia, sacrificando libertades con el aplauso de millones. Noboa capitaliza el miedo en un país asfixiado por el crimen organizado. Y Trump, contra todo pronóstico, volvió porque Estados Unidos se siente más dividido que nunca.
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El caso chileno es paradigmático: tras el estallido social y el fracaso de la izquierda por articular una visión sensata de futuro, Kast logró encarnar el orden perdido. Cuando la promesa progresista se convierte en caos, el péndulo se mueve inevitablemente hacia la derecha.
Así, la lección es clara: no es que las sociedades se hayan vuelto más conservadoras, sino que se han vuelto más impacientes. El ciudadano contemporáneo ya no vota por ideología, vota por alivio inmediato. Y quien mejor lo ofrezca -sea cierto o no; con riesgos o sin ellos- va a salir victorioso.
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