De qué escribir en estos tiempos
Erre que erre

Graduado de Periodismo por el Tec de Monterrey y Máster en Psicoanálisis y Teoría de la Cultura por la Complutense de Madrid. Cuenta con más de una década de experiencia en medios nacionales e internacionales, reportero del conflicto Rusia-Ucrania en Europa, donde reside desde hace un lustro.

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De qué escribir en estos tiempos De qué escribir en estos tiempos
La desconexión digital es un asunto cada vez más complejo de gestionar para las personas, y mucho más para quienes, de alguna manera, vivimos enganchados a los medios de información. Foto: Envato Elements

El mundo parece, de pronto, no querer saber más de nosotros y nosotros, por algún momento, deberíamos no querer saber más de lo que ocurre a nuestro alrededor, por simple salud mental. La desconexión digital es un asunto cada vez más complejo de gestionar para las personas, y mucho más para quienes, de alguna manera, vivimos enganchados a los medios de información y las redes sociales para conocer ‘en tiempo real’ lo que está pasando aquí y en otras latitudes, sin que medien espacios que puedan darnos la posibilidad de elaborar otro tipo de discursos, emociones o perspectivas que nos permitan procesar todo este tsunami informativo que muchas veces nos engulle y nos vacía, por esta paradoja de la saturación que al final no deja sustancia alguna.

Temas como el ‘Lunes negro’ tras el desplome de la bolsa de Japón, la crisis social y política en Venezuela provocada por un dictador de nombre Nicolás Maduro, el ascenso de Kamala Harris en Estados Unidos y la aparente debilidad del ‘weird’ Trump frente a su nueva contendiente a la presidencia, el inenarrable genocidio en Gaza, las hazañas deportivas de Simone Biles en los Juegos Olímpicos de París (o la contaminación del Sena que ha llevado al hospital a varios atletas), las protestas contra el turismo en diferentes puntos de España durante el verano, la crisis de inmigración que enfrenta Europa y el uso político que la ultraderecha le ha dado a este fenómeno, la revuelta social en Bangladesh que provocó que su primera ministra huyera del país tras 15 años de dictadura, el mayor intercambio de rehenes entre Rusia y Estados Unidos desde la Guerra Fría que llevó a la liberación del periodista Evan Gershkovich del Wall Street Journal y del asesino convicto ruso Vadim Krasikov, entre otros, o cualquier otra rareza que esté ocurriendo en este momento en cualquier parte del planeta, pudieron ser material de análisis para este documento más o menos semanal.

Como es claro, los temas para abordar u ‘opinar’ nunca faltarán en esta sociedad de la información que nos bombardea por todos lados. Sin embargo, la realidad es que se ha leído suficiente sobre cada uno de estos asuntos y existen ya cantidades ingentes de información y análisis (algunos de gran valor informativo) sobre cada uno de ellos. Por eso, a veces es necesario -como hago hoy- detenerse un instante y reflexionar sobre lo que realmente queremos hablar y no dejarnos llevar por los temas que la agenda nos va imponiendo, de forma cada vez más violenta y efímera. Aunque existan razones para abordarlos y muchas veces sea necesario elaborarlos e intentar hacer un análisis que aporte algo a ciertas conversaciones o reflexiones de algunos lectores, o bien, como ejercicio autodidáctico de esclarecimiento, comprensión y revelación, como muchas veces ocurre al ir deshilando una idea o un concepto a través de la escritura.

A pesar de las razones (obvias) que a los periodistas nos mueven para escribir sobre temas de actualidad, podríamos comenzar a plantearnos preguntas un poco más honestas -personales, quizá-, y replantearnos nuestra actividad intelectual partiendo de una pregunta que sería fundamental, pero que tal vez hemos olvidado ante el ritmo de la producción informativa que llevamos en la actualidad: ¿Sobre qué queremos escribir?

Pregunta que hemos ido relegando o dejando seca en un tintero que obedece a exigencias editoriales de inmediatez algorítmica, o bien, por suponer que no son temas lo suficientemente interesantes de acuerdo con los parámetros de la producción de contenido actuales o, peor aún, que darían una impresión extraña sobre nosotros -esa autopercepción que tanto cuidan los influencers, la ‘marca’ personal que debemos sostener hasta el final de nuestros días a como dé lugar- a nuestros lectores por el golpe de timón que una eventual reflexión sobre nuestros reales intereses pudiera producir en nuestra particular oferta de contenidos a quienes nos leen regularmente y esperan de nosotros una opinión sobre ciertos temas (regularmente los mismos). Muchos acuden a tal o cual columnista únicamente para ver reforzada su propia opinión sobre algún asunto que considera relevante, lo que lleva a concluir que, para muchos lectores, más que develadores de pensamiento, somos únicamente el pedazo del algoritmo orgánico que habrá de sostener ciertas ideas sobre algún tema en particular, carne de cañón para las batallas ideológicas que algunos gustan de sostener en sus círculos sociales.

¿Qué pasaría si un día un periodista especializado en finanzas quisiera abordar en un artículo los problemas que enfrenta en la educación de su hijo adolescente desde su experiencia personal? ¿O si un experto en antropología buscara en algún momento redactar algo sobre las vicisitudes que enfrenta el amor en la actualidad? ¿Estarían impedidos o invalidados ipso facto para realizar estas elucubraciones textuales por el hecho de no tener más credenciales que sus propias vivencias para abordar estos temas? ¿No son estos entrecruces inesperados los que tal vez nos podrían aportar algo nuevo sobre tópicos que hemos leído mil y una veces y darnos una luz con diferentes matices, una nueva perspectiva o una ruta no explorada? Quizá uno de los grandes pecados del periodismo en nuestros días sea el acorralamiento de nuestras propias opiniones, muchas veces alejadas de nuestras experiencias más profundas, o del conocimiento subjetivo o cualitativo, tan denostado en nuestros tiempos, y del que muchas veces la historia se ha encargado de demostrarnos que es del que podrían surgir ideas valiosas, reflexiones más allá de la inmediatez y el guion tan predecible de los opinólogos de hoy, ideas que pudieran hacernos comprender un problema desde otras aristas.

Tal vez una de las tareas de los periodistas contemporáneos sea replantearse las posibilidades de su escritura y los argumentos o tesis que han estado esquivando por el condicionamiento que las redacciones actuales imponen, la inseguridad de sentir que no tienen algo valioso que decir, o bien, por ese extraño temor de mostrar lo que habita al ser más allá de las tendencias y lo que suponemos es el deber ser de una actividad que nos podría brindar más satisfacciones de las que suponemos.

*Escrito en el Café Galeano de Guadalajara durante una amena conversación con Ofelia.

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