La salud ya no importa
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Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo.

Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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La salud ya no importa La salud ya no importa
Foto: EFE/ Mario Guzmán

Sucedió de repente. Un buen día, a partir de diciembre de 2018, la salud dejó de ser importante. Dejó de ser una prioridad.

Súbitamente, una serie de avances y logros que costaron décadas para construirse o consolidarse se perdieron o fueron desechadas. La salud, como un objetivo prioritario para el crecimiento de México y como un delicado tema de seguridad nacional, ya no era importante.

La falta de un plan estructurado y de un análisis serio y de fondo durante las propuestas de campaña fueron los primeros síntomas de la falta de interés; sin embargo, la realidad es que la salud solo les fue atractiva cuando se dieron cuenta de la cantidad de recursos que existían ahí. Con una nueva administración, con otra forma de manejarla y con el escudo del “combate a la corrupción”, los recursos de la salud podrían estar al servicio de los planes del nuevo régimen. 

Todo comenzó con un conato de reestructura al sistema de salud. Con el único objetivo de tener un solo control, se anunció la creación de un sistema universal “como el de los países nórdicos”. Se escuchaba sexy, sí. Sobre todo, lo de “países nórdicos”. Súbitamente todos nos imaginamos saliendo de relucientes clínicas, rodeados de bosques y fiordos, con un suéter de lana tejido a mano, listos para comer unos smørrebrød y sin haber pagado un peso por la consulta o las medicinas.

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El primer problema surge exactamente allí: En los países nórdicos no hay servicios de salud “gratuitos”, ni tampoco “medicamentos gratis”, pero eso es objeto de otra columna. Por el momento quedémonos con que su unificación y universalización no fue posible por muchas razones, de las cuales la más importante es que los sistemas de salud no se crean de un plumazo ni en un sexenio. Pueden llevar una o dos generaciones en consolidarse.

Un sistema de salud “como el de Dinamarca” requiere invertir como en Dinamarca; y eso era exactamente opuesto a lo que querían hacer. Con el argumento de “combate a la corrupción” se hicieron recortes al presupuesto en salud y hubo subejercicios importantes.

En un inicio, el primer golpe se le quiso dar a las becas de los médicos residentes y de los pasantes en servicio social (si, esos estudiantes de último año que son esclavos durante 52 semanas so pena de no titularse). Posteriormente continuaron con los presupuestos a los Institutos Nacionales de Salud (INS), los cuales comenzaron a retrasarse en sus entregas, dando como resultado, subejercicios importantes. La crisis llegó al punto que originó un “levantamiento” de los directores de los INS y el coordinador general de éstos prefirió renunciar que volverse parte del problema. El saldo final fue de un director cesado, uno amenazado y varios molestos e inconformes

El Seguro Popular tenía sus días contados desde el inicio de este gobierno. La incompatibilidad ideológica y la animadversión personal del presidente y sus asesores fueron la única razón para su desaparición. Aunque el plan original era mezclarlo en la operación del sistema universal de salud, al terminar éste siendo un óbito, se buscó una salida para exterminarlo. En enero del 2020, de un plumazo y sin mayor aviso, el Seguro Popular fue eliminado y en su lugar llegó el Insabi.

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Con el pomposo nombre de “Instituto Nacional para la Salud y el Bienestar”, el nuevo ente arrancó sin reglas de operación dejando a su suerte a decenas de miles de pacientes, quienes al día de hoy no ha podido regularizar el estatus de sus tratamientos. Al momento de escribir esta columna, cientos de médicos, jefes de servicio y directores de hospitales ignoran los detalles operativos de qué hacer o no hacer con el Insabi o qué medicamentos o tratamientos pueden realizar a qué pacientes. No son pocos los directivos de unidades de salud de diferentes instituciones que consideran al Insabi una entelequia.

Eso sí, con la desaparición del Seguro Popular, 33,000 millones de pesos pertenecientes al Fondo de Protección contra Gastos Catastróficos pasaron a gasto corriente, por lo que el presupuesto específico para la salud 2021, ya en plena pandemia, se redujo en términos absolutos (como lo he publicado anteriormente, en el presupuesto 2021 no parece escrita la palabra “covid”).

Durante todo este tiempo, ni la salud de los pacientes, ni los indicadores básicos de desempeño han sido una prioridad. Lo importante ha sido el discurso, el lucimiento y el hacerse de los recursos.

Aunque los cambios en el sistema de adquisiciones de medicamentos e insumos para la salud se planearon desde diciembre de 2018, no se llevaron a cabo hasta mediados de 2019. De haberlo realizado antes, esta administración hubiera arrancado con farmacias de gobierno sin medicamentos. El haber desmantelado de manera irresponsable el sistema de compras y ponerlo en manos inexpertas tuvo el resultado que ya conocemos: el peor desabasto de medicamentos en la historia de México, con millones de pacientes afectados, entre ellos, miles de niños con cáncer que diariamente le recuerdan a esta administración las promesas incumplidas.

Una vez más, los pacientes siempre fueron lo menos importante. 

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La pandemia llegó y nos golpeó como a pocos países en el mundo; cuatro para ser exactos. Sin equipos de protección personal, con desconocimiento que llevó a una subestimación del potencial de daño que el SARS-CoV-2 traería y sin una estrategia, los contagios se incrementaron y la gente comenzó a morir.

La obcecación de no hacer pruebas, el no mandar el uso de cubrebocas y la política de “quedarse en casa” cobraron cientos de miles de vidas. 

Pasó la “primera ola”, llegó la segunda –particularmente letal– y vamos en “la tercera”. Nunca se cumplieron los pronósticos y, sobre todo, “nunca aplanamos la curva”. 

Al llegar las vacunas, se creó un plan de administración basado en dos objetivos: hacer lucir al gobierno federal y gastar lo menos posible. Los profesionales de la salud privados fueron relegados y nunca hubo un plan para vacunarlos. Muchos de ellos murieron, incluyendo un buen amigo.

Todos los días nos presumen logros basados en su plan de vacunación inicial, pero todos los días nos damos cuenta de que deberíamos acelerar este proceso. Con una variante Delta más transmisible, con jóvenes y niños contagiándose y muriendo, nos dicen (casi) que sus muertes se encuentran “en rangos aceptables”. Cuando en el mundo las estrategias de vacunación se han ajustado, en México, en agosto de 2021, vacunamos con un plan creado en diciembre del 2020.

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Llevamos 17 meses de pesadilla. En ese tiempo decenas de miles de pacientes han retrasado tratamientos, consultas o diagnósticos básicos al no poder tener acceso a servicios de salud secuestrados por el Covid-19. Muchos han muerto.

Cuando logremos dejar atrás esto, el recuento de daños será enorme. Niños con vacunas incompletas. Mujeres sin diagnósticos de cáncer. Ancianos paralizados por no haber reemplazado una cadera. Pacientes que murieron por diabetes o que nunca pudieron reemplazar un riñón. El exceso de mortalidad nos suma más de 300 mil seres humanos que ya no están entre nosotros.

El costo financiero de todo esto, directo o indirecto será enorme; sin embargo, para el ejercicio 2022, no está planeado un incremento presupuestal serio que contemple la suma de todas estas emergencias. Cuando la salud de México debiera ser la prioridad número uno, la política y el lucimiento irán primero.

Salvar vidas nunca ha sido un objetivo. La salud ya no es importante.

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