México y la salud en el sexenio fallido
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Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo.

Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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México y la salud en el sexenio fallido México y la salud en el sexenio fallido
Instituto de Salud para el Bienestar. Foto: Archivo/ Secretaría de Salud.

El sistema público de salud en México ha sido motivo recurrente de preocupación por décadas. Sus deficiencias estructurales y operativas han estado presentes por más de 40 años, pero el deterioro experimentado durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador ha llevado al sector a lo que muchos consideramos su peor momento histórico.

Uno de los primeros problemas y, seguramente el más presente, ha sido el desabasto de medicamentos. Un problema verdaderamente autoinfligido, dado que fueron las propias decisiones administrativas y políticas las que originaron la crisis y posteriormente contribuyeron a agudizar el problema.

La centralización de las compras y la ruptura de cadenas de suministro establecidas, con el fin de combatir una “corrupción” nunca probada, solo lograron profundizar el desabasto. Este hecho ha impactado gravemente a millones de mexicanos, tanto aquellos con enfermedades crónicas que dependen de un suministro constante de medicamentos como a quienes sufren enfermedades agudas que requieren tratamientos inmediatos. A pesar de la gravedad del problema, aún no se tiene (ni se tendrá) una cifra clara de los pacientes afectados, lo que refleja la opacidad y la falta de control en la administración del sector salud.

Uno de los mayores errores cometidos fue la desaparición del Seguro Popular, un programa que, con sus imperfecciones, ofrecía cobertura a más de 50 millones de personas que, de la noche a la mañana, quedaron desprotegidas. La decisión de eliminarlo estuvo motivada por razones meramente ideológicas, desmantelando una estructura que, aunque perfectible, daba acceso a atención médica básica y protección financiera en casos de enfermedades catastróficas.

El caso de las pacientes con cáncer de mama es emblemático: anteriormente podían recibir tratamiento de forma gratuita o con costos reducidos; ahora, muchas de ellas deben cubrir los altos costos de sus tratamientos de manera privada, poniendo en riesgo no solo su salud, sino también su estabilidad económica. De no hacerlo así, se enfrentan al enorme calvario de lograr atención oncológica de alta especialidad en un sistema donde a los pacientes les toma hasta 180% más de tiempo (y vueltas) que en la medicina privada.

El manejo de la pandemia de Covid-19 fue un capítulo particularmente doloroso. México registró una de las cifras más altas de mortalidad en el mundo, tanto en términos absolutos como per cápita. Se estima que más de 700 mil personas murieron directa o indirectamente a causa de la pandemia, en un contexto donde la respuesta del gobierno fue errática, tardía y con frecuencia desligada de las recomendaciones científicas internacionales. La falta de preparación, la negligencia en la adquisición y distribución de vacunas, así como la insuficiencia de equipos médicos y personal especializado, agravaron una situación que ya era precaria.

En medio de esta crisis, el gobierno decidió crear una nueva institución: el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi). Sin reglas claras de operación y con el objetivo principal de controlar los fondos que antes pertenecían al Seguro Popular, el Insabi se convirtió rápidamente en un símbolo de ineficiencia. No logró cumplir con sus promesas de mejorar el acceso y la calidad de los servicios de salud y su efímera incursión en la adquisición de medicamentos fue más que desastrosa. Finalmente, su desaparición y sustitución por el IMSS-Bienestar fue un reconocimiento tácito de su fracaso.

Sin embargo, el IMSS-Bienestar no ha hecho más que perpetuar una centralización de corte echeverrista del control presupuestal y de las decisiones que antes recaían en los gobiernos estatales. Lo que podría haber sido una oportunidad para reorganizar y fortalecer el sistema de salud se limitó a un cambio de nombre y a un simple reordenamiento administrativo.

En un momento donde la necesidad de un sistema de salud robusto y eficiente es más crítica que nunca, el panorama actual no podría ser más desalentador. El gasto en salud ha sufrido recortes, se ha registrado subejercicio presupuestal y se ha dejado de invertir en áreas fundamentales como la atención primaria y la prevención. Las promesas de contar con un sistema de salud “igual o mejor que el de Dinamarca”, hechas por el presidente López Obrador al inicio de su mandato, han quedado como un cliché de burla y un meme para muchos, ya que la realidad dista mucho de cumplir con esa expectativa. Vaya, la comparación resulta altamente ofensiva y una declaración verdaderamente irresponsable durante el 6° informe de gobierno. Los hospitales están desbordados, faltan médicos generales y especialistas y las vacunas, esenciales para prevenir enfermedades en la población y proteger a nuestros niños, han dejado de comprarse en las cantidades necesarias.

Este desolador escenario será el mayor reto que enfrentará Claudia Sheinbaum, próxima presidenta de México. Para poder legitimarse en su mandato (por lo menos en salud), deberá corregir las profundas carencias actuales del sistema. Esto implicará no solo restablecer el acceso a los medicamentos y mejorar la infraestructura hospitalaria, sino también implementar reformas que devuelvan la confianza a los mexicanos en su sistema de salud. Tendrá que redirigir los recursos necesarios para garantizar que cada mexicano tenga acceso a una atención médica de calidad, sin importar su nivel socioeconómico o su lugar de residencia. Algo muy difícil de cumplir cuando ella solo habla de “continuidad”.

La reconstrucción del sistema de salud en México no será tarea fácil. No se trata solo de restaurar lo que ha sido destruido en los últimos años, sino de construir algo mejor. Además, es esencial invertir en la capacitación y contratación de personal médico, garantizar el suministro constante de medicamentos y equipamiento, y hacer de la atención primaria una prioridad en la política de salud.

La crisis actual ha expuesto las debilidades estructurales del sistema de salud en México, y solo con una visión clara y un liderazgo comprometido se podrá avanzar hacia un sistema que no solo se acerque a las promesas de campaña, sino que realmente garantice una mejor calidad de vida para los mexicanos. El próximo sexenio será clave para determinar si México puede o no revertir esta tragedia, o si continuará siendo un ejemplo de cómo la salud pública fue relegada al abandono. Si, algo muy difícil de cumplir cuando ella solo habla de dar “continuidad”.

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