‘El Carnaval es política’: los fiesteros llevan el sentimiento anti-Bolsonaro a las calles de Río de Janeiro
Los fiesteros disfrutan del paso de los artistas en el Bulevar Olímpico de Río de Janeiro en su primer carnaval desde el Covid-19. Foto: Jose Lucena/ZUMA Press Wire/REX/Shutterstock

Mientras el sol salía sobre el impresionante paisaje de granito y cuarzo de Río de Janeiro, José Leonardo da Silva salió de su casa vestido como una caja de Viagra de 1.87 metros.

Su destino: una fiesta en una calle lateral de la playa, llamada las Trompetas Cósmicas, donde cientos de fiesteros semidesnudos se habían reunido para celebrar su primer carnaval desde el Covid-19. Su mensaje: que el escándalo relacionado con la compra de decenas de miles de pastillas para la disfunción eréctil por parte del Ministerio de Defensa del presidente Jair Bolsonaro era un insulto intolerable.

“El carnaval también es política”, dijo Silva, un psicólogo de 43 años del servicio de salud de Brasil, mientras se preparaba para pasar el día denunciando al gobierno “completamente fascista” de Bolsonaro disfrazándose de un paquete de pastillas de 50 mg para la impotencia.

Silva no fue el único que tenía la política en su mente esta semana mientras la bacanal se apoderaba de las calles de Río por primera vez desde febrero de 2020.

A menos de seis meses de la batalla electoral por el alma de Brasil, muchas personas consideraron que el carnaval era una oportunidad para descargar su rabia contra el presidente de extrema derecha de Brasil, que conserva una base de apoyo ferozmente leal, pero que es repudiado por más de la mitad de los electores.

Los fuertes gritos de “¡Bolsonaro fuera!” estallaron en el Sambódromo de Río de Janeiro en la noche del viernes cuando las principales escuelas de samba de la ciudad llevaron a cabo sus primeros desfiles desde que comenzó la pandemia del coronavirus. Al hijo del presidente, el senador Flávio Bolsonaro, lo acosaron y se burlaron de él los furiosos participantes cuando intentaba ver los desfiles, mientras que en una de las gradas se desplegaba un cartel que exigía la destitución de su padre.

Los espectadores de uno de los exclusivos “palcos de lujo” del Sambódromo gritaban insultos contra el principal rival presidencial de Bolsonaro, el expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva. Sin embargo, en las terrazas de la clase trabajadora y en las fiestas callejeras itinerantes conocidas como blocos había apoyo para Lula.

“Me siento esperanzado porque creo que la democracia debe prevalecer sobre el autoritarismo, y solo existe un candidato que lo puede lograr y es Lula”, dijo Angelo Morse, de 43 años, que se levantó a las 4:30 de la mañana del jueves para unirse a un bloco llamado What a Lovely Wetland.

Morse, un profesor que dijo ser pariente lejano del inventor estadounidense Samuel FB Morse, acudió al carnaval con un disfraz de caimán diseñado para protestar contra la gestión de Bolsonaro del brote de Covid-19, que ha dejado más de 660 mil brasileños muertos.

“El presidente Bolsonaro es un idiota y dijo que si te vacunabas te convertirías en un caimán”, comentó como explicación mientras la plaza a su alrededor se llenaba de fiesteros ebrios disfrazados de piratas, diablos, monjas, superhéroes, criaturas marinas y, en un caso, de una botella de mostaza amarilla Heinz.

Uno de ellos llevaba un retrato que mostraba a Bolsonaro vomitando un río de aguas residuales verdes.
En un jardín cercano, la directora de arte Maria Estephania habló con desaliento sobre el declive social, cultural y económico que, en su opinión, se ha producido desde la sorprendente victoria electoral de Bolsonaro en 2018.

“Nos arruinamos a nosotros mismos” al votar por Bolsonaro, dijo Estephania, de 34 años, con un suspiro, mientras tomaba un descanso de la fiesta en Liquid Loves, un bloco inspirado en el trabajo del sociólogo Zygmunt Bauman.

El vestuario de Estephania -una capa escarlata cubierta de calcomanías que promovían a Lula y a Marcelo Freixo, un aliado de izquierda que espera sea elegido el próximo gobernador de Río de Janeiro- identificaba un futuro alternativo. “Es un año de elecciones y necesitamos reafirmar nuestros valores, que no tienen ninguna relación con los del grupo político que actualmente ostenta el poder”, comentó Estephania. “Nuestros valores no tienen absolutamente nada que ver con Bolsonaro”.

No todo el mundo quería hablar de política cuando el carnaval regresaba tras una pausa de dos años a causa del Covid-19.

En un bloco frente al Museo del Mañana de Río de Janeiro, Eduardo Faria, un corpulento mensajero en moto con un tutú turquesa, se afanaba en llenar de agua mineral una pistola de agua con forma de pene. “¡Solo estoy aquí para divertirme! ¡Nada de política, por favor!”, dijo entre risas este hombre de 39 años. “¡Es el carnaval!”

Más al oeste, en Vila Mimosa, la zona roja de Río de Janeiro, estaba a punto de comenzar otro estridente desfile, encabezado por trabajadoras sexuales y músicos de samba. El más modesto de los fiesteros era Everson Almeida, un exseminarista que vestía la sotana negra que utilizaba antes de renunciar a sus planes de ingresar al sacerdocio. Una calcomanía debajo de su cuello clerical declaraba: “¡Bolsonaro fuera!”

“Él es una llaga para nuestra sociedad”, señaló Almeida, de 29 años, quien se resistió a que Bolsonaro se retratara como un cristiano temeroso de Dios. “Cristo vino a entregar un mensaje de refugio e inclusión, no de segregación, egoísmo y conflicto“.

Mientras los tambores calentaban, Almeida expresó su confianza en que la era de Bolsonaro estaba entrando a su capítulo final, con Lula liderando las encuestas.

“Si Dios quiere [él está acabado]”, dijo, señalando al cielo. “Y esto debe ser lo que Él quiere”.

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