‘Sabía que Bill Cosby intentaría arruinarme’: Andrea Constand habla de sus 14 años de lucha por la justicia
Andrea Constand en su casa en Canadá. Foto: Derek Shapton/The Guardian

Cuando Andrea Constand se despertó en la madrugada del 7 de enero de 2004, no sabía dónde se encontraba. Su entorno le parecía, explica, “un lugar extraño y ajeno”. Débil y aturdida, miró a su alrededor y lentamente se dio cuenta de que estaba en la casa de Bill Cosby, en su sillón, con su brassier alrededor de su cuello, su blusa torcida y sus pantalones desabrochados. Se acomodó la ropa y se levantó, y entonces apareció Cosby vestido con su bata, ofreciéndole un desayuno que consistía en té y un muffin de arándanos. Constand tomó un sorbo de té y se llevó el muffin a su carro.

“Cuando llegué a casa y me metí a bañar para empezar mi jornada laboral, estaba llorando”, comenta. “¿Por qué? ¿Por qué me haría algo así? El año siguiente fue todo un viaje para reconstruir aquella noche”.

Constand no era consciente de ello en aquel momento, pero ahora parece evidente que el comportamiento de Cosby aquella noche formaba parte de un patrón que se remontaba a décadas atrás y que afectó a un gran número de mujeres, más de 60 han presentado denuncias desde entonces. Cosby, el querido genio de la comedia, conocido afectuosamente como “el padre de América”, es considerado ahora también como un depredador cuyo delito característico era violar o agredir sexualmente a mujeres y menores que primero inmovilizaba con un sedante. Aunque la experiencia de Constand fue, como ahora ella dice, “solo un pequeño eslabón en una enorme cadena de depredación”, fue el eslabón que puso a Cosby tras las rejas. En el momento en que salieron a la luz las acusaciones, la mayoría de los demás casos ya habían prescrito, es decir, ya había expirado el plazo legal para presentar cargos penales. (En el Reino Unido no existe, pero en la mayoría de los estados de Estados Unidos el plazo varía entre tres y doce años para las agresiones sexuales). Cosby sigue negando todas las acusaciones de conducta delictiva.

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Constand en 1991, jugando para el equipo Albert Campbell Celtics en la preparatoria. Foto: Richard Lautens/Toronto Star/Getty Images

Constand fue aclamada en la prensa como “la verdadera heroína del #MeToo”, y por otra superviviente de Cosby como la “Juana de Arco de la guerra contra la violación”, aunque su camino hacia la “justicia” duró 14 agotadores años. Un documental que se emitirá la próxima semana en ITVX, llamado The Case Against Cosby, muestra los niveles industriales de fortaleza que se requieren.

El programa comienza con imágenes de la apartada casa de Cosby en Filadelfia. “La Andrea que entró por esa puerta aquella noche no era la Andrea que salió por la puerta”, cuenta Constand, que ahora tiene 50 años. La mujer que había entrado tenía 30 años, era la directora de operaciones del equipo femenino de basquetbol de la Universidad de Temple, en Filadelfia, el alma mater de Cosby. Era una atleta fuerte, de 1.83 m de estatura, abiertamente gay, y nunca antes se había sentido intimidada físicamente por nadie. “Era un espíritu libre, seguro de sí mismo y con los pies en la tierra”, comenta.

Tres años antes, cuando se incorporó a la Universidad de Temple, Constand tenía una vaga idea de quién era Cosby. Su infancia en Toronto estuvo marcada por el deporte; fue campeona de basquetbol y llegó a jugar profesionalmente en Italia, su madre es italiana y su padre griego. “No veía mucho la televisión, por lo que no tenía ni idea de su nivel de fama”, explica, “pero al poco tiempo me enteré de que era un hombre muy importante en el campus. Él era administrador y hacía donaciones para los programas deportivos. Se tenían que contestar inmediatamente sus llamadas”.

Cosby tenía planes para Constand desde el momento en que se conocieron. Lo sabemos porque, años después, hablando durante el juicio civil por abusar de ella –y hablando con bastante franqueza, ya que se creía exento de un proceso penal–, admitió que tuvo un “interés romántico” por ella desde la primera vez que la vio. Cuando se le preguntó qué significaba eso, su respuesta fue: “Romance en términos de los pasos que conducen a algún tipo de permiso o no permiso, o de cómo vas a llegar a dondequiera que vayas a terminar”.

Estos “pasos”, que podrían describirse como un proceso de grooming (ganar su confianza para acosarla y chantajearla con fines sexuales), duraron más de un año. Cosby llamaba para platicar sobre el equipo y después, poco a poco, para indagar sobre Constand. La hacía reír, le compraba regalos, la invitaba a ella y a sus padres a eventos. Parecía estar realmente interesado en su familia (“¿Cómo está mamá?”) y en su carrera profesional.

Otras supervivientes de Cosby describieron experiencias idénticas: la asesoría profesional, las entradas de cortesía, la amistad con sus padres. (Cuando tu madre lo quiere, confías en él más rápido, y cuando se rompe esa confianza, ¿a quién puedes contárselo?). Tamara Green, que conoció a Cosby en la década de 1970, cuando ella era modelo, relató un ejemplo escalofriante. Cosby la dejó inconsciente con pastillas, abusó de ella y le dejó dos billetes de 100 dólares junto a su cama. Al día siguiente, asqueada y traumatizada, Green fue a visitar a su hermano al hospital: tenía fibrosis quística y se estaba muriendo. Cosby se le había adelantado, llegando a la sala y regalándole a su hermano un radio portátil. Su familia pensó que él era maravilloso.

La noche que la abusaron, Constand visitó al “Sr. Cosby” (es el único nombre por el que lo había llamado) para pedirle consejos sobre su carrera. Había decidido regresar a Toronto para dedicarse a la masoterapia y le preocupaba la posibilidad de presentar su renuncia. Cosby la escuchó y después abrió la palma de su mano para mostrarle tres pastillas azules. “Estas son tus amigas”, le dijo. “Te ayudarán a relajarte”. Constand pensó que eran homeopáticas, algo para su estrés: antes de tomarlas, preguntó si debía ponérselas debajo de la lengua. Recuerda que arrastraba las palabras, que perdió el control de sus extremidades por primera vez en su vida y que perdió toda su fuerza, lo cual, explica, fue “totalmente aterrador”. Cosby le ayudó a sentarse en el sillón. Recuerda que se despertó más tarde, consciente de que él estaba acostado detrás de ella, abusando de ella, y que volvió a perder el conocimiento.

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Constand fue aclamada como “la verdadera heroína del #MeToo”. Foto: Derek Shapton/The Guardian

¿Por qué no lo denunció inmediatamente? Los partidarios de Cosby, y su equipo de defensa, lo han preguntado en repetidas ocasiones. Hay muchas razones. Esas pastillas –que se cree que eran Quaaludes (metacualona), aunque Cosby lo niega, a pesar de admitir que le dio Quaaludes a otras mujeres– dejaron a Constand sin una narrativa coherente. “Tenía esa sensación de que no podía recordar”, explica, “y no sabía qué me había pasado durante las horas que estuve inconsciente”. También se encontraba en estado de shock, destrozada, avergonzada, no estaba en condiciones de enfrentarse a una de las figuras públicas más poderosas y populares de Estados Unidos. En su lugar, renunció a su trabajo y no se lo dijo a nadie. Tras presentar su renuncia, Constand continuó su relación profesional con Cosby, aunque el sonido de su voz era, según explica, “un cuchillo en mis entrañas”. En una ocasión lo encaró y le preguntó qué le había dado aquella noche. (Cosby esquivó las preguntas, pero contraatacó: “Pensé que habías tenido un orgasmo”).

Constand regresó a su casa familiar en Toronto y estudió masajes. Salía de casa solo para ir a clases, le costaba comer, dormía poco y, cuando lo hacía, se despertaba llorando (“y yo no era llorona”, comenta). “Al final, un año después, mi alma no estaba dispuesta a dejarlo pasar. Fuera lo que fuera lo que me había pasado, no quería que le pasara a otras personas“.

En enero de 2005, Constand declaró ante la policía. La historia llegó a la prensa y una mujer más presentó una denuncia: Tamara Green. Al cabo de un mes, se anunció que no se presentarían cargos contra Cosby, y se alegó como motivo que Constand tardó en denunciarlo. En su lugar, Constand interpuso una demanda civil que concluyó en 2006. En su declaración, Cosby admitió que le dio Quaaludes a las mujeres y que después mantuvo relaciones sexuales con ellas. A Constand se le concedió una indemnización considerable, más de 3 millones de dólares (unos 50 millones de pesos). “Fue una victoria para nosotras, yo había hecho lo correcto y era todo lo que podía hacer”, comenta. “Era cierto tipo de justicia”. Pero el mundo no quería saberlo. La mayor parte de la cobertura mediática describió el caso como “una clásica extorsión”. “A veces intentas ayudar a la gente y te sale el tiro por la culata, y entonces intentan aprovecharse”, lamentó Cosby en el National Enquirer.

Durante 10 años más, la carrera de Cosby prosperó, con giras de conferencias, entrevistas y especiales de comedia. “La gente estaba tan engañada”, comenta Constand. “Mis abogados y yo sabíamos qué había admitido él, sin embargo, él estaba ahí fuera recibiendo premios. Me parecía ridículo, dejé atrás la ira hace mucho tiempo”. De vuelta en Canadá, viviendo cerca de un bosque, Constand se enfocó en reconstruir su fuerza. Se compró dos perros, empezó a ir a terapia, se dedicó al ciclismo y al senderismo y forjó una próspera carrera en el campo de los masajes médicos. Entonces, en octubre de 2014, el comediante Hannibal Buress llamó violador a Cosby en uno de sus programas y le dijo a su público que lo buscara en Google. El video se hizo viral. Constand no tiene ni idea de la razón por la que, de repente, una década después, la gente se sentó y escuchó. “No sé si se debió a que Buress era un hombre, o a que era otro comediante negro, pero, para mí, supuso una validación”, explica. En el transcurso de un mes, otras cuatro mujeres lo habían denunciado. En julio de 2015, la revista New York pudo reunir a 35 presuntas supervivientes de Cosby para su portada.

¿Cómo se sintió? “Estaba devastada”, responde Constand. “Ver pasar a todas esas mujeres ante los medios de comunicación, contando sus historias, porque era todo lo que podían hacer para no seguir calladas. Lloré. El nivel de daño, una tras otra, cuya vida se había visto completamente alterada por su culpa”. El acuerdo civil de Constand incluía un acuerdo de confidencialidad y también era consciente de que cualquier demanda futura se vería comprometida en caso de que la defensa pudiera alegar “conspiración” entre las mujeres, por lo que su contacto con ellas fue limitado. Aparecieron grupos en Facebook, hubo noches de vigilia iluminadas con velas y algunas reuniones. “Nunca les pedí detalles ni les pregunté ‘¿qué te hizo? Solo quería entablar amistad con mujeres que lo sabían. Quería eso. Lo necesitaba”.

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Constand regresa a la sala del tribunal durante un descanso para almorzar en la audiencia de sentencia contra Bill Cosby en 2018. Foto: David Maialetti/AP

A medida que aumentaba la indignación pública, Constand fue la única acusadora cuyo caso era lo suficientemente reciente como para proceder a la imputación, y por poco. (Un mes más y también habría expirado el plazo de prescripción del suyo). Cuando el fiscal del estado se le acercó para preguntarle si cooperaría con otra investigación, sabía que tenía mucho que perder. “Ésta era la ‘segunda ronda’ y sabía que Cosby iba a intentar arruinarme por completo a mí y toda la credibilidad que tenía”, explica. “Realmente tenía que plantarme y ser fuerte. Confié plenamente en mi entrenamiento como atleta de élite”. Su decisión de seguir adelante surgió de lo que había aprendido en los partidos, se juega hasta el final, “siempre se sigue hasta el final”. Se rodeó del mejor equipo posible: abogados de la acusación, su familia, otras mujeres que habían presentado denuncias. Se preparó para el contrainterrogatorio de la misma forma en que siempre entrenó, con constantes repeticiones para dominar una habilidad, repasando su relato y ensayando sus respuestas hasta quedar exhausta. Incluso utilizó la misma visualización que le ayudaba antes de los partidos importantes, salvo que en lugar de imaginarse marcando puntos, estaba en el estrado, mirando al abogado defensor a los ojos. “No era una ‘competencia'”, comenta Constand, “sino un maratón legal”.

Se necesitaron dos juicios penales. Los partidarios de Cosby acusaron a Constand de racismo, de conspirar para hundir a un hombre negro. (Entró al tribunal sorteando con elegancia a los manifestantes, con la sonrisa fija y la mirada al frente). La defensa de Cosby alegó que existió una relación consentida y que Constand era una cazafortunas. Cuando el primer jurado no pudo llegar a un veredicto, se programó un nuevo juicio para abril de 2018. Cuando Constand se preparaba para la “tercera ronda” (“seguir siempre hasta el final”), sucedió el movimiento #MeToo. En octubre de 2017, mujeres de alto perfil comenzaron a compartir los abusos que sufrieron en Hollywood: Harvey Weinstein fue el primero en rendir cuentas. “El mundo cambió un poco de eje”, comenta Constand. “Los hombres que llevaban mucho tiempo abusando de su poder caían como fichas de dominó. Existía una nueva concientización y el segundo juicio se sintió muy diferente”. Esta vez, el jurado tardó un día en llegar a un veredicto de culpabilidad. Cosby fue condenado a penas de entre tres y diez años.

Salió de la cárcel a los tres años: su condena fue anulada por un tecnicismo jurídico. (Sus abogados argumentaron con éxito que a Cosby le habían prometido inmunidad penal cuando declaró en el juicio civil). “Me creyeron en el juicio y eso fue lo más importante”, señala Constand. “Cumplió una condena mínima. Simplemente creo que con poder, fama y dinero, al final puedes librarte de la cárcel”. Muchos estados de Estados Unidos empezaron a cambiar sus leyes de prescripción –en parte debido al caso Cosby– y, como consecuencia, ahora múltiples mujeres libran demandas civiles contra Cosby. “La historia continúa. Tal vez puedas escapar de la cárcel, pero no puedes escapar de tu pasado. Nos encontramos en una época en la que la gente quiere que se rindan cuentas”.

Constand ahora lleva una vida que le encanta: es masajista terapéutica y pasa su tiempo libre en el bosque con sus perros (“Verdaderamente soy una mujer de actividades al aire libre”). Hay momentos en los que incluso se siente afortunada, no por lo que ocurrió con Cosby, por supuesto, sino por ser aquella a la que escucharon y creyeron y por ser capaz de conseguir cierta justicia. “Mi lucha no fue solo por mí, fue por todas esas otras mujeres –tantas otras víctimas– y eso lo hizo soportable”, explica. “Yo era la única que podía darles algún tipo de reivindicación. Estoy agradecida por eso, de modo que la lucha valió la pena. Pero no me pregunten si volvería a hacerlo.

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