40 años después, Campos resiste a la Termoeléctrica de Manzanillo
Foto Arte: Eduardo Septimo/La Lista

Campos, Manzanillo, era como el paraíso. Tenía una tierra llena de árboles frutales, una brisa que refrescaba las tardes calurosas, una vista inmejorable –que componían el cielo y el océano pacífico– y la tranquilidad de un pueblo que albergaba apenas a 2 mil habitantes.

En cualquier esquina había guayabas, ciruelas o guanábanas colgando de una rama. El mar quedaba a escasos pasos de distancia y en la playa, las tortugas se contaban por miles.

Los pobladores vivían de la pesca porque la laguna de Cuyutlán les proveía de camarón. Grande y bonito. Y aunque no eran ricos, nada les faltaba. Así recuerda Francisco su comunidad, a la que llegó con apenas 12 años y en la que formó una familia.

Sin embargo, ese paraíso ya no existe. La Central Termoeléctrica de Manzanillo, de nombre “General Manuel Álvarez Moreno”, acabó con todo a su alrededor. Y los pobladores fueron testigos de cada golpe: el camarón desapareció, la tierra se secó, los árboles murieron y las personas perdieron su patrimonio y su salud.

“Nos ha torturado demasiado (la termoeléctrica). Nada más porque somos corriosos y hemos aguantado, pero los que no aguantaron, pues ya se adelantaron en el camino. Había mucha vegetación, mucha guayaba, muchos capires, marañones, ciruelas. Y ahora quedan puros troncos. Había tortugas a morir aquí en la playa, miles de tortugas venían y ahora no se ve ni una. La verdad que da terror”, relata Francisco.

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Pobladores de Campos, comunidad en la que se ubica parte del Complejo, denuncian que hoy en día la Termoeléctrica emite gases amarillos que provocan tos e irritación. Foto: Cortesía

40 años han pasado desde que la central operada por la Comisión Federal de Electricidad (CFE) empezó a trabajar, pero Francisco se acuerda como si hubiera sido ayer.

“Nos engañaron. Cuando llegó la planta nos dijeron que nos iba a dar mejor vida y que íbamos a progresar, qué nos íbamos a hacer ricos. Nos lavaron el cerebro; éramos jóvenes y les creímos. Pero empezó a trabajar y empezó a acabar con los maizales, los ciruelos, las nopaleras y se empezaron a secar los huertos, las palmas de coco y acabó con los aguacates”, rememora el señor de 78 años.

Francisco, como muchos de sus vecinos, ayudó a construir la Termoeléctrica, en 1972, y la vio abrir sus puertas en el 82. Incluso, trabajó en el Complejo más de una década, pero al darse cuenta del impacto negativo de la obra, encabezó protestas y denuncias ante las autoridades.

“Todo se secó y se sigue secando. Ya es un desierto. Aquí pegan los ciclones, eso que no pasaba antes. Hasta los guamúchiles seca la termoeléctrica, y eso que es el árbol más terco de la tierra”, lamenta.

¿Zona de sacrificio?

Un informe internacional presentado en la Asamblea General de las Naciones Unidas, que defiende el derecho a un medio ambiente limpio, saludable y sostenible, asentó este 2022 que alrededor del mundo existen las llamadas “zonas de sacrificio”.

El documento las define como lugares devastados por la contaminación en los que “la calidad de vida y un amplio abanico de derechos humanos quedan en entredicho con el pretexto del ‘crecimiento’, el ‘progreso’ o el ‘desarrollo’”.

La localidad de Campos, según sus habitantes, podría ser clasificada como una zona de este tipo, ya que el Complejo termoeléctrico ha impactado no solo en la economía de las familias y la vegetación o la fauna, sino en la calidad de vida de la población.

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Aunque la cooperativas de pescado continúan trabajando en la Laguna de Cuyutlán han tenido que ingeniárselas ante la de camarón y otras especies. Foto: Cortesía.

“Es como si te ahogaras al respirar, sobre todo cuando la termo avienta humo. Yo personalmente me la vivo enferma de las vías respiratorias –prácticamente todo el año– y no me parece una casualidad”, apunta Clara, una mujer que trabaja en la zona y que pidió reservar su identidad por cuestiones de seguridad.

La pescadora, que también pertenece a una cooperativa, acusa que su salud ha mermado a causa de los contaminantes que arroja la planta y precisa que en el ambiente se irradia un polvo “que quema garganta y nariz”.

Pero no es la única. Francisco también reporta molestias entré él y su numerosa familia, y a dicha situación se suman los casos de cáncer y enfermedades terminales que ambos señalan como causa de muerte entre sus vecinos y colaboradores.

Precisamente, las zonas de sacrificio se caracterizan porque sus “residentes sufren consecuencias devastadoras para su salud física y mental, como resultado de vivir en focos de polución y zonas altamente contaminadas”.

Las centrales termoeléctricas que funcionan a base de combustibles fósiles emanan sustancias tóxicas a la atmósfera como el dióxido de azufre, el óxido de nitrógeno, el dióxido de carbono, el material particulado y los gases de efecto invernadero, que en contacto con el agua pueden convertirse en ácidos.

En México, han existido algunos esfuerzos para que la termoeléctrica de Manzanillo deje de utilizar combustóleo en sus procesos, un refinado altamente contaminante y en extremo peligroso para la salud; sin embargo, la meta no se ha concretado.

La doctora Gladys Martínez, académica de la Facultad de Medicina de la UNAM advierte que “las nubes negras” reportadas por los pobladores son perjudiciales para la salud en muchos aspectos, desde los pulmones, la piel y hasta para el sistema nervioso central, pero alerta que las PM10 y PM2.5 son partículas microscópicas que pueden “llegar al torrente sanguíneo y ocasionar alteraciones a nivel cardiovascular, dar lugar a infartos cardiacos y cerebrales, interferir en procesos endocrinos e inmunológicos”.

Francisco ha vivido en carne propia los efectos de la contaminación, pues su primogénito enfermó de los pulmones casi recién nacido, a tal grado que tuvo que enviarlo a otro lugar a residir para que pudiera salvar la vida.

“Mi cuñado que vivía en Estados Unidos nos visitó y se lo tuvo que llevar. Lo más triste del caso fue separar a la familia. Mi hijo, el mayor de los 8 que tengo, se recuperó, pero duramos 22 años sin verlo. Imagínese, que una empresa sin responsabilidad ecológica nos haya hecho sufrir así, y nos haya hecho llorar”.

Según el Informe de Situación del Medio Ambiente de México del 2012, Manzanillo se situó en la lista de los cinco municipios del país con mayores emisiones de dióxido de azufre, PM 10 y PM 2.5, pero desde aquella hay un vacío en las mediciones.

Tsiki, una organización que se dedica a proveer herramientas jurídicas y educativas para la defensa y protección del medio ambiente documentó que en los Informes Nacionales de la Calidad del Aire de 2015, 2016, 2017 y 2018 se omiten los datos de Colima, por lo que no existe información suficiente sobre la actividad de la Termoeléctrica y el golpe ambiental de la misma.

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Pesadilla de nunca acabar

En 1991, el Presidente Carlos Salinas de Gortari anunció una inversión de 80 mil millones de pesos, previa devaluación de la moneda nacional, para acabar con los problemas de contaminación ambiental de la Termoeléctrica de Manzanillo.

En aquel entonces se prometieron nuevos filtros y puestos estratégicos para medir los índices de contaminación en la Laguna y la zona urbana de Manzanillo.

La promesa no se cumplió, pero desde entonces, autoridades locales y autoridades federales han roto una serie de compromisos que dejan en la indefensión y la vulnerabilidad a los habitantes de la zona.

Sin irnos muy lejos, en 2014 el presidente Peña Nieto presentó la “repotenciación” de la Central, para “poner fin al daño ambiental generado por el uso de combustóleo”, pero 2 años más tarde la planta retornó a sus anteriores emisiones contaminantes.

Ese mismo septiembre, de 2016, la Termoeléctrica derramó hidrocarburo en la zona de manglares del vaso 1 de la laguna de Cuyutlán, y para frenar las filtraciones “se intentó cortar el flujo natural de la corriente, vertiendo toneladas de tierra al canal”, según aclara una nota informativa de hace 8 años.

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Pescadores señalan que sus trasmallos de pesca se desintegran en la laguna; atribuyen la causa a los derrames de hidrocarburos. Foto: Cortesía

En 2018, la PROFEPA multó con 1 millón 132 mil 350 pesos a la Comisión Federal de Electricidad (CFE), Central Termoeléctrica “Gral. Manuel Alvarez Moreno”, por incumplir con la legislación ambiental vigente y realizar su medición de las emisiones a la atmósfera con un laboratorio no certificado.

Dos años después, hubo de nueva cuenta dos derrames en el vaso lacustre. La entonces titular de la Profepa y la legisladora federal por Colima, Claudia Yáñez, hicieron un recorrido por los vasos 2 y 4 de la laguna “para constatar de primera mano los daños irreparables generados en el ecosistema”, pero no trascendió a mayores.

Y finalmente, en 2021, pescadores demandaron al Presidente López Obrador reparar el daño en la laguna y atender a centenas de víctimas de la omisión y la negligencia.

El Complejo Termoeléctrico de Colima fue acreedor el año pasado de una nueva inversión millonaria, de 6 mil millones de pesos, con la que se pretende construir y operar una Central de Ciclo Combinado (de gas y vapor), que en teoría es mucho más amigable con el medio ambiente.

No obstante, las necesidades de la población que reporta afectaciones por la contaminación, siguen sin ser atendidas. Clara y Francisco resisten en la zona “del desastre” porque no conocen otro lugar para vivir y trabajar, pero padecen inclemencias a diario, cuando la Termoeléctrica “avienta gotitas negras que deshace sus redes, su ropa y hasta las láminas de sus carros”.

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