Entre mochilas de supervivencia y planes de escape: el rostro del miedo a los sismos
Los sismos cimbraron la vida de Arturo Flores: el del 85 determinó parte de su personalidad, sus temores y hasta su trabajo, pero el del 2017 transformó su rutina y le recordó la importancia de estar preparado.
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Los sismos cimbraron la vida de Arturo Flores: el del 85 determinó parte de su personalidad, sus temores y hasta su trabajo, pero el del 2017 transformó su rutina y le recordó la importancia de estar preparado.
Arturo Flores es un hombre precavido: duerme vestido, tiene una mochila de supervivencia y ha explorado todos los rincones de su hogar en los que podría sobrevivir a un terremoto. Pero no siempre fue así, y más bien la tragedia lo obligó a estar listo ante cualquier desastre, especialmente los sismos.
El 19 de septiembre de 1985 fue el día en el que se transformó su vida. Y tal y como ocurrió con otros miles de mexicanos y sus familias, el terremoto de aquel jueves lo dejó en la indefensión.
“Mis cuatro hermanos, mi madre y yo vivíamos en el edificio Nuevo León, de la unidad Tlatelolco, pero el lugar colapsó y todas nuestras pertenencias quedaron sepultadas. Afortunadamente, ese día no había nadie en el departamento. Estábamos todos con mi abuelo, a quien mi madre cuidaba en aquella época, y logramos salir ilesos, aunque también la casa del abuelo terminó partida por la mitad”, explica.
De un día para otro, el techo bajo el que podían resguardarse desapareció y cuando menos se dieron cuenta ya estaban los siete integrantes de la familia viviendo en un albergue: el deportivo Benito Juárez, ubicado en Avenida Politécnico.
“Eran tiempos difíciles. Yo cursaba en aquel entonces el CCH y vivir en el albergue, estudiar y trabajar se volvió muy complicado. Me cerraban la puerta a las 11 de la noche, y a veces era imposible cumplir con el horario y las reglas, porque en las tardes yo iba a la escuela y entrenaba lucha”, recuerda.
Para Arturo el terremoto marcó un antes y un después, porque en definitiva se convirtió en un obstáculo para concluir su bachillerato y la idea que tenía de convertirse en psicólogo se desvaneció frente a otras prioridades.
Además, a los estragos económicos del terremoto se sumó el estrés post traumático que padecieron por muchos años su madre y su hermana. “Estaban muy asustadas, muy nerviosas, sobre todo mi mamá andaba con la paranoia. Y una vez, una de ellas sintió que temblaba y quiso aventarse por una ventana del susto. La verdad es que nunca volvieron a ser las mismas”, dice.
El joven estudiante vivió en el albergue por dos años –con toda la familia–, hasta que desde el trabajo le anunciaron que tenía acceso a su crédito de vivienda, así que adquirió una casa en Ecatepec. Arturo dejó el albergue, pero el albergue nunca lo dejó a él y entre el temor de otro sismo y el temor a ser robado, ya no volvió a conciliar el sueño de la misma manera.
“Dormíamos todos en unas colchonetas como para gimnasia. Había personal de planta y de voluntariado: pero algunos eran abusivos, groseros y nos trataban con crueldad. Y desde aquel tiempo duermo al pendiente, con cualquier ruido inmediatamente despierto, porque en esa época también nos robaban”, rememora.
Un nuevo 19s
Arturo Flores tenía más de tres décadas sin pensar en el terremoto de 1985, hasta que el 19 de septiembre del 2017 otro sismo hizo temblar a la Ciudad de México y sus alrededores. El movimiento telúrico de 7.1, que se amplificó por la zona blanda del epicentro, le hizo recordar todo aquello que vivió en su juventud.
“Estaba aquí en mi casa, pero las escenas de horror se volvieron a repetir en mi cabeza. Después, entré en una burbuja en la que me repetía ‘solo voy a ver si sobrevivo los próximos tres minutos'”, detalla.
El hombre de 66 años, que ahora se dedica a la quiropraxia, salió la tarde del 19 de septiembre a la acera que se ubica frente a su casa y de inmediato se alejó de árboles y cables, pero se dio cuenta de que en un sismo con más intensidad podría haber muerto fácilmente.
Desde entonces, dice, ha estado pensando en que lo mejor sería saltar del primer piso de su azotea, directamente a la calle.
“No se trata de entrar en pánico, pero sí de estar preparado. Es más, te puedo decir que también ya tomé la decisión de no dormir en piyama ni en trusa, porque en una emergencia lo importante es salir vestido a la calle y poder desplazarte. Así que lo pienso así, más vale prevenir que lamentar”, acota.
Arturo además presume su mochila de supervivencia y anticipa que con ella sería capaz de salir airoso en una emergencia. En 2017, el sismo le hizo recordar la necesidad de estar alerta y desde 2019 su mochila ya cuenta con todo lo necesario, en caso de requerir su uso.
“Esta mochila está preparada por si se presenta un caso en el que hay que salir corriendo. Aquí adentro tengo una botella de agua, un par de zapatos, una chamarra que me tapa la espalda, tengo algo de comida, en lata o en sobres, y una linterna. Mis hijos y mi esposa también tienen su mochila, porque yo mismo se las compré”, relata el hombre de la tercera edad.
Y aunque reconoce que los sismos han cimbrado su vida, no siempre de la mejor manera, asegura que algo bueno le dejaron: su gusto por ayudar a las personas. “La desesperación de no saber qué hacer en el 85 y la ola de mutilados y heridos, me dejó las ganas de ser útil. Ahora, me dedico a la quiropráctica, pero he tomado diplomados de tanatología, estudié esa ciencia tres años, y sé también de osteopatía estructural y biomagnetismo, digamos que eso nació de ahí y ya nunca se fue”, admite con gusto.
Para Arturo, septiembre es la temporada de temblores, aunque la ciencia aún no lo haya confirmado y este mes, particularmente este día, vive alerta ante cualquier eventualidad.