El simio filantrópico
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

El simio filantrópico
Foto: Jeremy Perkins/Unsplash.com
A la memoria de Robert Mundell

Toda política energética descansa sobre un equilibrio político. El enunciado parece obvio, pero sirve para destacar la enorme complejidad de poner en marcha reformas a los multidimensionales sistemas energéticos. Un balance de fuerzas entre grupos de poder—gobierno, empresarios, trabajadores, organizaciones no gubernamentales, la sociedad misma—determina el objetivo de la política, la distribución de subsidios e impuestos, la orientación de las compras del gobierno, el financiamiento, el sentido de las regulaciones y de los demás instrumentos a disposición del estado.

Modificar este equilibrio supone librar resistencias mayúsculas porque redistribuye ingresos entre los participantes de la industria. Por ejemplo, un avance en la penetración de energías limpias ha requerido hasta ahora imponer costos a los beneficiarios de las fuentes de energías fósiles. Estos costos y beneficios surgen de la aplicación de políticas de contratación, regulaciones de compra de porcentajes mínimos de energías renovables, precios de garantía (tarifas de alimentación, o feed-in tariffs), exenciones fiscales, apoyos a la investigación y desarrollo tecnológico, entre muchos otros. Naturalmente, los perdedores de esta redistribución se defienden hasta los dientes, arrojando obstáculos en el camino del cambio. Así ha ocurrido en prácticamente todos los continentes con el avance de la agenda verde.

Tribulaciones como las anteriores seguramente inquietan ya a los funcionarios que laboran en las oficinas de los ministros de 45 países, líderes de organizaciones internacionales y representantes de la sociedad civil que la semana pasada participaron en la Cumbre de Emisiones Netas Cero de la Agencia Internacional de Energía y la COP 26 (IEA-COP 26 Net Zero Summit). Pulularon discursos y menciones sobre la importancia de reducir emisiones actuando en todos los frentes posibles, así como afirmaciones de que esta vez debe ser diferente porque el tiempo se agota. Un grupo de países de la OECD, incluidos líderes como Estados Unidos, Alemania y Japón, adoptó “Siete Principios para Instrumentar (Emisiones) Netas Cero”, donde destaca el reconocimiento de que la transición energética es moral y políticamente necesaria y deber ser asequible. Pero los mapas de ruta políticos para lograrlo están por trazarse.

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¿Bajo cuáles escenarios podrían los ministros trastocar el equilibrio político y tomar por los cuernos al toro de la redistribución en cada uno de los sectores energéticos de sus países? Podríamos enumerar cuando menos cinco:

  1. Una crisis ambiental generalizada.
  2. Una oleada de cambio que se extienda de uno o varios países hacia el resto del mundo.
  3. Un cambio en la preferencia de quienes detentan el poder.
  4. Un cambio en el poder de quienes detentan las preferencias.
  5. Una distribución paritaria de los votos en las legislaturas.

El primero, una crisis, dejaría en evidencia que la ruta actual no funciona, desprestigiaría tanto las políticas actuales como a sus promotores, y abriría el paso para probar algo nuevo. Requeriría que la crisis se desenvolviera con rapidez más que en cámara lenta, como hasta ahora, con todo y con la mayor frecuencia de eventos climáticos extremos. Si bien la necesidad de cambio se refleja en los discursos, las acciones confirman la gran dificultad para combatir el cambio climático en ausencia de una crisis y sin desacelerar el crecimiento económico.

El segundo escenario, una oleada de cambio, comenzaría por un giro de política en un país A, que se extiende a los países de la B a la Z. De manera parecida al proceso de difusión de una nueva tecnología, un primer grupo de países adoptaría uno tras de otro, con rapidez, por imitación o presión de la competencia, la nueva política. Un siguiente grupo adoptaría con menor velocidad esta innovación. Un último grupo quizá nunca se sumaría a la ola.

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La causa del giro inicial en el país A podría ser alguno de los otros escenarios, como una crisis (escenario 1), un cambio en las preferencias de quienes detentan el poder —una mayoría parlamentaria, una monarquía o un autócrata— (escenario 3), o simplemente un cambio en el poder relativo de las coaliciones políticas que termina favoreciendo a grupos que prefieren la expansión de energías limpias (escenario 4). Esta última implicaría además una transformación de las preferencias y normas sociales a favor de otro modelo energético.

El proceso de difusión hacia los países de la B a la Z comenzaría entre vecinos geográficos, ideológicos y económicos —la ruta más común de imitación— hasta extenderse con modificaciones acordes con la realidad de cada uno. Algo así hemos visto ocurrir en la Unión Europea y en un creciente número de estados de la Unión Americana, pero hay ejemplos en América Latina, Asia y África.

El quinto escenario es más sutil: cuando los partidos tienen paridad de poder, es más difícil que obtengan ventaja política ofreciendo ineficiencia cada uno por su lado. Ante un empate en su capacidad para ofrecer bienes privados, como facilitar en la ley contratos de construcción de plantas de generación eléctrica con carbón, pueden encontrar la posibilidad de distinguirse y ganar ventaja ofreciendo bienes públicos, como el aire limpio que se consigue usando energías renovables o con proyectos de captura de secuestro de carbono. Para ello es precisa una división de fuerzas paritaria en la legislatura.

Está por verse cuál escenario prevalecerá en cada país. Lo cierto es que ya somos testigos de un cambio en el “espíritu moral” de la época, que se traduce en la difusión de más políticas o leyes a favor del medio ambiente en todo el mundo (y en más disputas por evitar la redistribución que implica). La economista Deirdre McCloskey ha señalado, a mi parecer con éxito, que fue la dignificación de la burguesía y sus actividades de compra-venta hacia el siglo XVII la que derivó en las tasas más espectaculares del crecimiento económico jamás vistas en la historia. Es decir, un cambio de normas devino en un cambio de incentivos formales que resultó en una nueva manera de generar riqueza a partir de la Revolución Industrial. Hoy es el turno de conceptos como la economía circular del carbono, el Green New Deal, o la política industrial verde, aunque no sabemos todavía si perdurarán.

Puede bastar con un simio para conducir la política monetaria, pero alguien, en un acto político, tiene que ponerlo a cargo de esa responsabilidad y bajo esa regla.

Hace casi 25 años asistí como profesor de economía política a la Conferencia Monetaria Claremont-Bologna, que reunía anualmente a un grupo destacado de premios Nobel de economía, incluidos Milton Friedman, Paul Samuelson, Franco Modigliani y Robert Mundell, entre otros prominentes expertos. En una de las charlas, Mundell se refirió a la simpleza que debería guiar a las decisiones de política monetaria. Acababa de triunfar la idea de que los bancos centrales deberían ser au51tónomos y en el aire flotaba aún la perspectiva de que una regla simple de emisión de moneda, inspirada en el Patrón Oro de 100 años antes y que ataba la cantidad de dinero en circulación al volumen de reservas de oro en cada país, debía reconsiderarse.

Como lo recuerdo, Mundell propuso metafóricamente que bastaría con poner a un simio (a monkey) a cargo de ese simple y transparente objetivo para alcanzarlo. Nada de complicaciones ulteriores, nada de reglas complejas, nada de discreción en el manejo de los agregados monetarios, sería necesario. Era una posición similar a la que por años articuló Milton Friedman. Más de un asistente soltó una carcajada aprobatoria, pero una pregunta quedaba abierta y desde mi lugar en la audiencia decidí enfatizarla: puede bastar con un simio para conducir la política monetaria, pero alguien, en un acto político, tiene que ponerlo a cargo de esa responsabilidad y bajo esa regla. Mundell asintió con uno de esos gestos que también revelan sorpresa, la charla tomó brevemente el punto y yo gocé mis quince segundos de gloria.

Sabemos cómo fomentar las energías renovables. Vale decir, no obstante, que es un proceso más complejo que la política monetaria -con perdón de mis amigos expertos en el tema- porque involucra más variables y disciplinas que las que controla una sola institución. Encauzarlas requiere además de una voluntad política enorme para sobreponerse a las resistencias de las industrias en pugna, capacidad técnica, cooperación interinstitucional, negociación intra e intersectorial y una larga lista de acciones en la que confluyen muchos y muy diversos intereses.

La solución puede ser simple o compleja, pero al final será preciso un acto político para designar al simio filantrópico capaz de ponerla en marcha.

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