Ucrania
Economía Aspiracionista

Manuel Molano es un economista con experiencia en el sector público y privado. Es asesor en AGON Economía Derecho Estrategia y consejero de México Unido contra la Delincuencia. Twitter: @mjmolano

Ucrania
Vehículos blindados ucranianos transitan por una calle de Kiev. Foto: Zurab Kurtsiidze/EFE

Los efectos económicos de la invasión de Ucrania por parte de Rusia van mucho más allá de lo que se ha dicho en los medios. Sí, podemos esperar precios de energía inusualmente altos que, como bien comentaba mi colega Sergio Luna en una entrevista para radio hace unos días, pueden amortiguarse mediante subsidios. Ese será seguramente el caso de México. Nuestro gobierno, muy probablemente, optará por subsidiar las gasolinas para evitar costos políticos.

En el caso del gas natural, los efectos pueden sentirse de manera diferente, porque los costos de transporte obligan a que ese producto energético tenga precios locales. No es perfectamente comerciable, y entonces no hay un solo precio. También los alimentos resentirán el ataque contra ese granero europeo llamado Ucrania. Los precios de la comida también subirán. Esperemos inflación persistente en alimentos en todo el mundo.

Lo que cambia, y significativamente, es el precio de un bien público muy importante, que quizá no estaba justipreciado desde la Segunda Guerra Mundial. Las amenazas a la seguridad de los países en los últimos 85 años no venían de otros países, por lo general. El terrorismo, la disidencia política interna violenta y el crimen organizado eran las amenazas importantes. Ya no, una vez más, hay que cuidarse del vecino. Ahora, alianzas como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tienen una importancia renovada. La OTAN tiene un mandato singular, a partir de su art. 5º: una amenaza contra un país miembro es una amenaza contra todos. Por ello, el dictador Vladimir Putin ha tomado como caso bélico la posible accesión de Ucrania a la OTAN. Los anhelos neoimperialistas rusos, como mostraron las crudas imágenes de esta semana en casi todas las fronteras de Ucrania, son una realidad.

Este asunto tiene más implicaciones humanitarias y geopolíticas que económicas. Es incluso hasta frívolo hablar de las implicaciones económicas ante la tragedia humana. Dicho eso, esa es la labor que nos toca a los economistas. Quizá el problema más grave de la economía con las guerras es que los países suprimen temporalmente los mercados y se mueven a esquemas centralmente planificados, dirigidos desde el alto mando militar. Ocurre hasta en esa democracia ejemplo y faro de libertad que es Estados Unidos. Una vez concluidas las guerras es difícil para los países restablecer al mercado como mecanismo de asignación de recursos escasos.

Muchos analistas en tiempos recientes han fustigado al mercado por ser inequitativo. La guerra es peor. Le quita todo a los más pobres y débiles. La infancia y su educación sufren en el proceso. El ser humano saca lo peor de sí. Ojalá el conflicto no escale a niveles globales, aunque cada día que pasa, la probabilidad de eso es cada vez menor. Eventualmente las naciones democráticas y defensoras de libertades de todo orden tendrán que ponerse del lado de Ucrania y no hacerse de la vista gorda de los abusos de la dictadura rusa.

Si no nos gustan las fallas de mercado en términos de la eficiencia de los países, la guerra es peor. El esfuerzo nacional se concentra en matar al de enfrente, no en generar bienes y servicios que mejoren el bienestar. Las economías crecen en tiempos de guerra, es cierto. Pero crecen hacia el lado equivocado. Todo el punto de los mercados y los intercambios libres entre países es la cooperación para el bienestar humano. La muerte violenta y sin sentido de la guerra no puede considerarse un objetivo lícito de las sociedades. Es barbarie pura.

Un buen amigo internacionalista, quien probablemente no querría ser citado en este espacio, habla de un efecto de espejo en este tipo de crisis. Los analistas de Occidente creen que del lado ruso hay agentes racionales, que piensan en el arsenal nuclear como un recurso de amenaza, no de uso, y que no harán daño a otros países por temor a las represalias. Me temo que no es el caso. Putin tiene internalizado el costo de las sanciones económicas de Occidente. Tiene un socio oriental, la China popular, que puede ayudarle a mantenerse a flote en el invierno bélico. También ha sido prudente en su manejo fiscal y Rusia posee una liquidez importante. Los ataques al patrimonio en Londres de los oligarcas rusos solamente apuntala el poder interno que el dictador tiene frente a posibles opositores políticos.

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El presidente brasileño ya hizo gala de servilismo y genuflexión ante el dictador ruso. La tibieza mexicana habla de miopía, incompetencia y cobardía. Las alabanzas del expresidente Trump al dictador ruso, a quien considera un genio, nos señalan a quienes son los responsables de esta crisis: los populistas autoritarios del orbe, que piensan que es posible un mundo sin contrapesos, sin alianzas de cooperación entre países, donde la violencia sea el método que resuelva los conflictos, favoreciendo al más astuto o al más fuerte. Rusos y chinos llevan años clamando por un lugar en el orden mundial para sus civilizaciones, que históricamente han sido despóticas, autoritarias y bélicas. Los países libres tenemos que contrarrestar este impulso enérgicamente, si no queremos regresar a un vasallaje mucho más crudo tanto en la política como en los mercados.

Esta columna, de longitud inusual por lo agudo de las circunstancias que se viven en Europa, tiene un mensaje para el gobierno de México, para su presidente y para su canciller. No se crean que en un orden mundial donde manden chinos y rusos ustedes van a poder seguir defendiendo ese principio histórico de autonomía internacional mexicana: la autodeterminación de los pueblos. Eso no existirá en un mundo controlado por Putin, Xi o Trump.

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