La política en la era de la inseguridad
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

La política en la era de la inseguridad
Foto: Pixabay

Se dice que es mucho más noticia que un hombre muerda a un perro que un perro muerda a un hombre. Lo primero es sorprendente, lo segundo es de esperar. Un curioso artículo de investigación publicado la semana pasada y que llamó la atención en Twitter aporta evidencia desde la inteligencia artificial para extender la máxima: vende no solo lo sorprendente, también aquello que provoca lo peor de nuestras emociones. 

Mediante un “análisis cronológico de la emotividad” de más de 23 millones de titulares en 47 medios escritos estadounidenses, sus autores encontraron que durante las primeras dos décadas de este siglo creció la proporción de titulares que “denotan ira, miedo, disgusto y tristeza” y disminuyó la de los “emocionalmente neutrales”. En promedio, la ira fue más común en los titulares de los medios de derecha que de izquierda, pero la negatividad fue creciente para ambos, especialmente a partir de 2008.

Los autores especulan que la inclusión de los botones “like” y “retweet” en Facebook y Twitter sirvió para fortalecer este patrón de negatividad, quizá porque los directivos de las compañías fueron dándose cuenta de que los titulares denotando ira se difundían más rápido. Al cliente se le dio lo que pedía.

Puede ser, pero es difícil disociar esta compulsión por compartir el malestar en las redes sociales de tres grandes acontecimientos que trastocaron las bases del optimismo en Occidente: el ataque terrorista a las Torres Gemelas, el ascenso económico de China y la crisis financiera mundial. Los tres fueron poderosos generadores de la ira, el miedo, el disgusto y la tristeza que los titulares de prensa empezaron a reflejar con mayor frecuencia. 

A la ira y al miedo a los terroristas se sumaron el disgusto y la tristeza por el costo y las vidas perdidas injustificadamente en las invasiones a Irak y Afganistán, cuyo desenlace fue un fracaso. 

Ira, miedo y disgusto también fueron las reacciones frente a la insuficiente compensación que los gobiernos brindaron a las familias de obreros cuyos ingresos disminuyeron debido a la intensa competencia de manufacturas asiáticas. 

Y estas fueron las emociones suscitadas por la forma en que el gobierno estadounidense rescató al sistema financiero. Mientras los directivos de las empresas financieras se enriquecieron a pesar de la magnitud épica de sus errores, las familias se encontraron incapaces de pagar el alquiler, la colegiatura y demás satisfactores básicos.

La inseguridad personal y la desigualdad económica pronto devinieron en polarización. Para los políticos fue imposible o simplemente costoso encontrar un punto medio entre quienes conversaban a la hora del café en los pasillos de Davos y quienes se preguntaban si podrían comprar café llegado el fin de mes. El centro cedió a los extremos, los discursos huyeron de la moderación y los medios se encontraron con una fuente virtualmente inagotable de declaraciones políticas tan sorprendentes como negativas.

No tardó mucho para que la inseguridad se manifestara en las urnas y en los hechos como un repliegue a partir de la desconfianza. El pueblo estadounidense pidió enfatizar lo local por encima de lo global y encontró en un líder como Donald Trump la salida a su encrucijada. El gobierno de Joe Biden no ha alterado la tendencia. Estados Unidos se mira a sí mismo y al mundo con más aprehensión y mucho menos entusiasmo del que expresó al término de la Guerra Fría.

El fenómeno aqueja a más rincones de Occidente. Boris Johnson, Viktor Orbán, Giorgia Meloni o Jair Bolsonaro son ejemplos del tipo de políticos nacionalistas que la inseguridad económica y social terminan engendrando. Es posible que un análisis similar de los titulares de prensa en sus países arroje también la conclusión de que la negatividad ha ganado terreno. 

El repliegue apenas comienza. En esta era de la inseguridad, las sociedades están enojadas y los políticos están dispuestos a complacerlas. 

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