En lugar de obsesionarse con el aprendizaje de datos, enseñémosles a los menores cómo pensar
‘¿Por qué dedicar tanto tiempo del plan de estudios de ciencias a cargar el cerebro de los menores con datos sobre el mundo que pueden buscar de todos modos?’ Foto: parkerphotography/Alamy

Últimamente he reflexionado mucho sobre la forma en que enseñamos las ciencias en la escuela, y sobre si tenemos el equilibrio adecuado entre proveer a los menores que se convertirán en los científicos e ingenieros del futuro (y, de todos modos, ¿cómo podríamos saberlo?), y aquellos que no creen tener una aptitud natural para las ciencias, o que simplemente están más interesados en otras materias.

La cuestión va más allá de qué temas científicos deberíamos enseñar y con qué profundidad. Me preocupa más la obsesión de hacer que los menores memoricen “hechos” científicos, y si en esto es en lo que deberíamos enfocarnos tanto. Tal vez dedicar más tiempo a aprender cómo “hacemos” ciencia -lo que se denomina el método científico- resulte más valioso que simplemente “saber” cosas.

Después de todo, la ciencia no es una colección de hechos sobre el mundo. A eso simplemente se le llama “conocimiento”. En cambio, la ciencia es un proceso, una forma de pensar y darle sentido al mundo, que posteriormente conducirá a nuevos conocimientos. Esta es una distinción muy importante.

Con frecuencia escuchamos decir que deberíamos enseñarles a los menores no qué pensar, sino cómo pensar. Se trata de una opinión admirable, pero ¿qué significaría en la práctica? ¿Por qué dedicar una parte tan importante del plan de estudios de ciencias de la escuela a cargar el cerebro de los menores con datos sobre el mundo que simplemente pueden buscar de todos modos? ¿No sería más útil enseñarles cómo encontrar conocimientos científicos confiables -lo que en la actualidad se traduce inevitablemente en internet y no en libros- y a cómo evaluar y analizar críticamente y absorber esos conocimientos cuando sea necesario?

No me cabe duda de que aquellos que elaboran los planes de estudio de ciencias de las escuelas, y probablemente algunos maestros también, se opondrían a esta idea. Después de todo, no soy un pedagogo profesional. Podrían argumentar que todavía tenemos que enseñar las bases científicas -fórmulas químicas, los huesos del cuerpo humano, la ley de la gravitación de Newton, la electricidad y el magnetismo, etc.-, sobre todo a quienes terminarán estudiando su materia con mayor profundidad en la universidad y se dedicarán a la ciencia como profesión.

¿Y qué pasa con el resto de la sociedad? Sin duda, todos necesitamos un conocimiento científico básico. Del mismo modo que todos deberían tener conocimientos de, por ejemplo, historia o literatura, todos necesitamos saber algo de ciencia: datos sobre el mundo que nos ayuden a tomar decisiones informadas en nuestra vida cotidiana, que abarquen desde las precauciones que hay que tomar durante una pandemia y la importancia de las vacunas, hasta los riesgos del vapeo, los beneficios del uso del hilo dental o la razón por la que reciclar nuestros residuos es bueno para el planeta. Una sociedad científicamente alfabetizada es una sociedad que puede ver el mundo con más claridad, y que puede tomar decisiones más informadas sobre cuestiones importantes a las que nos enfrentamos todos. Sin embargo, lo que parece faltar en la actualidad es una comprensión de la forma en que obtenemos este conocimiento científico del mundo. Y sí, es posible que pienses: ¿y qué?

Adoptar el método científico nos podría ayudar a volvernos más tolerantes y menos polarizados en nuestros puntos de vista -a discrepar sin ser desagradables, sobre todo en internet. Nadie puede negar, siendo completamente sincero, que el internet es un invento maravilloso que ha transformado completamente nuestras vidas durante las últimas tres décadas. Incluso las redes sociales, ese fácil chivo expiatorio de todos los males de la sociedad, han desempeñado un papel fundamental en la difusión y democratización de la información. Dicho eso, demasiadas personas las utilizan no como una herramienta útil, sino como un medio de opiniones mal informadas, frecuentemente tóxicas, y para difundir desinformación. No obstante, el internet y las redes sociales no han hecho más que amplificar problemas sociales que siempre han estado con nosotros. Además, nuestros periodos de atención se están volviendo, inevitablemente, más cortos, y no nos tomamos tiempo para cuestionar nuestros sesgos, ni de preguntarnos si la información que recibimos es confiable y fidedigna.

Aquí es donde el pensamiento científico puede ayudar. No me refiero a saber manipular ecuaciones o interpretar estadísticas complejas, sino a adoptar algunas de las formas en que se practica la buena ciencia, como evaluar críticamente lo que creemos y analizar la confiabilidad de la evidencia; cuestionar nuestros propios sesgos antes de atacar las opiniones que no nos gustan; y estar preparados para admitir nuestros errores y cambiar de opinión a la luz de nuevas pruebas.

Esto es lo que deberíamos enseñar más en las escuelas: mejores habilidades de pensamiento crítico, mejor alfabetización informacional (un conocimiento de los datos), cómo afrontar la complejidad y cómo evaluar la incertidumbre, para mantener una mente abierta sobre la información de la que solo tenemos un conocimiento parcial. Todas estas habilidades forman parte del enfoque científico. Esta extraordinaria forma de ver, pensar y conocer es una de las grandes riquezas de la humanidad y el derecho natural de todos. Y, lo que es más maravilloso, solo crece en calidad y valor cuanto más es compartida.

Esperar cualquier tipo de revisión o reevaluación radical de lo que se enseña a los menores en la escuela -dado cuán disruptivo y demandante puede resultar para muchos profesores incluso una pequeña modificación del programa de estudios-, y mucho menos pedirle a la sociedad en general que adopte un modo de pensar más racional, probablemente es demasiado pedir; pero sin duda tenemos que hacer algo.

La humanidad inventó el método científico para darle sentido a un universo físico confuso. Pero incluso en nuestro universo de asuntos humanos, excesivamente más complejo y confuso, adoptar algunas de las lecciones de la forma en que progresamos en la ciencia puede ser fortalecedor y liberador. Pensar científicamente es mucho más que saber cosas. Nos brinda una forma de ver el mundo más allá de nuestros limitados sentidos, más allá de nuestros prejuicios y sesgos, más allá de nuestros miedos, inseguridades, ignorancia y debilidades.

Jim Al-Khalili es físico teórico, escritor y locutor. Su nuevo libro, The Joy of Science, ya está a la venta.

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