Vivir en un cuerpo de mujer: mi cuerpo me pertenece, puedo aprovecharlo y darle la forma que quiera
'Ser una mujer –cisgénero o trans– puede parecer que te están preparando para el fracaso desde el principio'… Juno Dawson. Foto: Jack Latham

Cuando tenía 16 años, le pregunté a mi mejor amiga, Kerry, por qué le gustaban tanto los piercings. Como era joven, ingenua y de los suburbios, me adherí ligeramente a la actitud de “serías muy bonita si no tuvieras todo ese metal en la cara”, haciendo eco de mi madre, probablemente. Kerry me explicó que se negaba a permitir que su cuerpo fuera arbitrario. En aquel momento, no sabía muy bien qué significaba “arbitrario”, pero no quería parecer tonta, así que esperé hasta llegar a casa para buscar su significado.

En su mayor parte, nuestros cuerpos son arbitrarios. Tenemos el cuerpo que nos toca al nacer: nuestro color de ojos, nuestro color de cabello, nuestro color de piel. No tenemos decisión sobre esos aspectos al momento de nacer, pero, hablando con mi amiga, me di cuenta de que los cambios posteriores están a nuestro alcance.

Podemos ir contra la corriente. Mi primer acto de resistencia ocurrió en 1999, cuando me decoloré el cabello. En lugar de ser rubio platino, se tornó del color que tiene la orina cuando tomas Berocca. Rápidamente me lo pinté de rojo fuego; ¿por qué querría parecerme a mis compañeras cuando podía parecerme a Ginger Spice?

Más adelante, a los 20 años, insatisfecha con mi cuerpo, llegué más lejos. Me dediqué a la salud y al fitness, y me operé la nariz por primera vez. Me hizo sentir que mi cuerpo me pertenecía, y no al revés. Podía aprovecharlo y darle la forma que quiera.

Para el momento en que me enfrenté a mi identidad de género, tenía casi 30 años. Una de las grandes “sorpresas” transfóbicas es que las personas transgénero de alguna manera desconocen la biología básica: somos tontos, estamos confundidos o estamos perdidos, si crees en cierto sector de Twitter. Al contrario, la relación entre mi persona y mi cuerpo fue lo que me dijo que era una mujer trans. Era dolorosamente consciente del cuerpo que tenía, pero aprendí –con el tiempo– que no tenía que aceptarlo.

Ninguno de nosotros está en deuda con nuestro cuerpo. Eso no quiere decir que nuestros cuerpos no son vitales; lo son. Ser mujer –cisgénero o trans– puede parecer que te están preparando para el fracaso desde el principio, y con frecuencia nuestros cuerpos afectan el grado en que podemos funcionar en la sociedad. Pero creo en la autonomía corporal individual; negarse a que el sistema predetermine o limite tus opciones constituye una de las formas con las que atacamos las estructuras patriarcales.

Aunque las transformaciones físicas que me hice aumentaron mi sentido de propiedad y autoestima, sigo siendo la misma persona, en un nivel humano fundamental. Con cada acto de rebelión corporal –algunos superficiales, otros que cambian la vida– he preferido mi exterior, pero no representa la mayor fuente de alegría en mi vida. El interior –llámese conciencia, alma, persona o personalidad– se ha mantenido consistente en mí, y esa parte es la que ha experimentado el amor y la satisfacción, el dolor y la desesperación. Si mi cuerpo es un barco, yo soy su capitana.

Juno Dawson es escritora y activista.

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