Camila nunca antes vista: las cinco etapas de una futura reina
Dama del ocio... Camila en una silla en 1992. Foto: Shutterstock

A partir de la coronación que se celebrará este sábado, la reina consorte habrá ascendido por fin al título de reina –no consorte, no de derecho consuetudinario, sino plenamente legítima, reina Camila– sin que el mundo sepa mucho sobre ella. Hay algunas razones sencillas que explican por qué.

En parte se debe a que nunca concede entrevistas y en parte a que no revela mucho a través de sus acciones, que son propias de la realeza, pero poco reveladoras: buenas acciones y caballos, básicamente. Esto se debe a que durante décadas ha desempeñado la función de clave para otras conversaciones. ¿Qué pensamos sobre el adulterio, el matrimonio, el divorcio, la familia real, la clase acomodada, las sutiles gradaciones de la jerarquía social? ¿De Carlos? ¿De Diana? Estos debates se han desarrollado a veces con un detalle terriblemente microscópico, con Camila como objeto, pero nunca como sujeto. El resultado es que nunca resulta más misteriosa que cuando todo el mundo habla de ella.

Me refiero a objeto y sujeto en el sentido gramatical, por supuesto. La cuestión de Camila como súbdita del reino –y los correspondientes axiomas pretenciosos sobre si un príncipe puede o no casarse con una súbdita, y con quién se supone que debe casarse en caso contrario– la trataremos más adelante.

No obstante, gracias a la meticulosa labor de los observadores de la realeza, se conocen los pormenores de su vida. Estas son las cinco etapas de la futura reina.

1947-1964: una infancia extraordinaria

No, no, no ocurrió nada realmente extraordinario, no se emocionen. Nacida en el hospital King’s College, en el sur de Londres, hija de Rosalind Cubitt y Bruce Shand, Camila tenía un montón de personas notables en su árbol genealógico –entre ellas Alice Keppel, amante de Eduardo VII, y Thomas Cubitt, el maestro de obras cuyo nombre llevan tantos buenos bares– y un buen número de personas no notables, holgazanes y proletarios.

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Camila (centro) con su madre y hermanos en 1952. Foto: Ann Cleaver/Shutterstock

Al mundo de Debrett’s le encantan las distinciones finas: quién llegó con el conquistador, quién compró sus propios muebles; una escala Pantone de sangre azul. Pero todo lo que necesitamos saber es que los Shands eran ricos, que tenían casas en East Sussex y South Kensington; que criaron a Camila y a sus hermanos pequeños, Annabel y Mark (que murió en un accidente en 2014), de la manera habitual; y que eran inusuales para su clase y su época en un solo sentido: eran muy comprensivos y cariñosos.

Camila siempre los ha descrito con cariño, mientras que Annabel comentó a la revista Vanity Fair: “A diferencia de muchas personas de nuestra generación, tuvimos esta relación increíblemente cálida y fácil con nuestros padres”. Si a esto le añadimos unos cuantos perros y caballos, esta infancia, como por arte de magia, parece haber creado a alguien que suele estar de buen humor. Los amigos de la escuela –de hecho, todos sus asociados conocidos– describen así a Camila: optimista, despreocupada, tranquila.

Cuando los historiadores populares escriben sobre los reyes y sus amantes, siempre manifiestan una compleja perplejidad cuando el miembro de la realeza en cuestión no selecciona a alguien por motivos de belleza, como un juez de Miss Mundo: “La condesa Fulana de Tal no era una belleza, sin embargo, el príncipe Fulano de Tal quedó cautivado…”. Pero si se toma en consideración a la familia real, ninguno de sus miembros luce ni remotamente feliz, salvo en esas décimas de segundo cuando un caballo acaba de ganar algo –el rey Carlos “nació metafóricamente con dolor de cabeza”, en palabras del biógrafo real Hugo Vickers–, no resulta difícil entender la razón por la que el heredero al trono se sintió inexorablemente atraído hacia la única mujer de su círculo que no tenía una expresión parecida a la de un bulldog lamiendo una ortiga.

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Camila (izquierda) con amigas en un partido de cricket entre Eton y Harrow en 1963. Foto: John Silverside/ANL/Shutterstock

Estudió en la escuela Queen’s Gate en South Kensington, de la que salió con un nivel medio educativo, y después en Mon Fertile, una escuela de elite ya desaparecida en Suiza. No se puede deducir mucho de su expediente académico. Las escuelas públicas existen para crear el material que necesitan para la clase que quieren formar. Cuando Eton necesitaba soldados, era un entorno muy difícil; más tarde, cuando lo necesitó, se adaptó con éxito para formar a Boris Johnson y David Cameron. El estado femenino no es diferente, y en los años 50 y 60 años necesitaba anfitrionas. Lo último que se hubiera querido es que salieran con un montón de certificados de nivel medio.

1965-1973: la debutante

Cuando Camila era una debutante de 17 años en 1965 empezaba a decaer el furor por las presentaciones. Las damas de sociedad ya no se presentaban ante la reina, sino ante un gran pastel simbólico; la distinción que confería la temporada se erosionaba cada vez más a causa de los comentarios mordaces de la princesa Margarita, que probablemente hacía cuando estaba ebria (“Tuvimos que ponerle fin”. Estaban entrando todas las zorras de Londres”, dijo ella).

La pregunta que sustenta toda la saga de Camila y Carlos, a través de cada una de sus aventuras amorosas, a través de sus respectivos primeros matrimonios y todas las consecuencias, es: si a él le gustaba tanto, ¿por qué no se casó con ella desde el principio?

Aunque sigo sin poder creer del todo la respuesta, y en ocasiones se ofrecen narrativas contradictorias –no era lo suficientemente elegante, no parecía una princesa–, todos los que estaban lo suficientemente interesados en el asunto en aquella época como para recordarlo están de acuerdo. Y es que, cuando conoció a Carlos en 1971, ya no era virgen.

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Casada con Andrew Parker Bowles en 1973. Foto: Frank Barratt/Getty Images

Sorprendentemente, gracias al interesante libro de Gyles Brandreth, Charles & Camilla: Portrait of a Love Affair, sabemos incluso la fecha en que perdió la virginidad y con quién (27 de marzo de 1965, Kevin Burke). Brandreth asegura en su libro que no sabía mucho sobre Camila cuando empezó a redactarlo.

En el periódico Daily Mail, Brandreth explica que la conoció cuando ella era adolescente y fumaba cigarros Woodbines. Por tanto, es un narrador fabulosamente poco confiable, pero sólido en lo esencial. La cláusula de virginidad no era más que eso. Estaba bien ser la amante del príncipe, independientemente de su pasado, pero no su esposa. Resulta asombroso, de verdad, mediar en asuntos de tanta trascendencia dinástica y material a través de las decisiones románticas de una joven de 17 años, pero así es.

Camila conoció a Andrew Parker Bowles en 1966 y durante siete años terminaban y regresaban. Carlos quiso casarse con ella a finales de 1972, pero se lo prohibieron. El primer arco de su relación terminó en ese momento, aparentemente, y ella se casó con Parker Bowles en 1973.

1974-1986: terrible esposa (¡es broma!), excelente madre y decidida amante de los caballos

La opinión pública sobre Parker Bowles ha variado entre “qué cornudo tan sufrido y estoico” y “qué canalla sin amor que la echó a los brazos de Carlos con su propio comportamiento”. Una de las rupturas de Parker Bowles y Camila, en 1970, se debió a que él pensó que podría tener una oportunidad con la princesa Ana; él y Ana reavivaron su amistad cuando Ana se separó de Mark Phillips, a finales de la década de 1980.

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En un partido de polo en el que participó Carlos en 1975. Foto: Shutterstock

Pero creo que estamos malinterpretando a Camila y Parker Bowles en estos intentos de dividirlos en víctimas y culpables. Es posible, incluso probable, que exista un entendimiento en esta clase de que todo aquel que tenga la oportunidad de salir de los problemas de la aristocracia poco distinguida y llegar a ser el centro de atención de la realeza, la toma con las dos manos y con la bendición de todos.

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Con Diana en el hipódromo de Ludlow en 1980. Foto: PA

Después de su boda, Camila se mudó a Bolehyde, en Wiltshire, y tuvo dos hijos (Tom en 1974 y Laura en 1978), pero ella y Carlos volvieron a estar juntos a partir del verano de 1979, asistiendo a los bailes cada uno por su cuenta (ella con Andrés, Carlos con alguna que otra adorable usada), pero besándose en público y demás.

Los asistentes de mayor edad se escandalizaban, no obstante, la mayoría aceptaba como nueva moda el hecho de besar a alguien en la pista de baile cuando su esposo estaba ahí presente, porque el príncipe de Gales lo hacía. Como la capucha francesa de Ana Bolena, ¿quién impone la moda sino los de arriba?

Cuando Carlos eligió Highgrove como su residencia en 1980 era de dominio público que se debía principalmente a su proximidad a Bolehyde, a solo 16 kilómetros.

Carlos se casó con Diana Spencer en 1981 e insistió en su infame entrevista con Jonathan Dimbleby en 1994 en que no había pasado nada entre él y Camila durante los cinco años siguientes.

Posteriormente, Diana insistió en que Carlos y Camila siempre estuvieron enamorados. Sin duda, es cierto que a partir de finales de 1981 asistieron a muchos de los mismos eventos ecuestres.

1987-2004: la figura del odio

Las cintas del Camillagate, en las que una revista australiana y después la prensa sensacionalista británica transcribieron una conversación privada entre Carlos y Camila, salieron a la luz en 1993. La conversación ocurrió a finales de 1989, cuando Carlos y Camila llevaban al menos tres años manteniendo una aventura privada, pero pública.

La cinta era asombrosamente íntima. Me sorprendió saber que Carlos sabía qué era un tampón, por no mencionar que deseaba convertirse en uno. Al leer ahora la transcripción, parecen más angustiados que ridículos, atrapados en su status quo, asfixiándose en ese espacio cada vez más estrecho entre lo que la convención esperaba de ellos y lo que su círculo sabía que era cierto.

Diana lo destapó todo, primero con el libro de Andrew Morton en 1992 y, tres años después, con la entrevista con Martin Bashir (“éramos tres en este matrimonio”), que sigue siendo uno de los programas de televisión más vistos de la historia británica. Camila y Parker Bowles se divorciaron ese año, Carlos y Diana al siguiente.

Lo que quizás no recuerdes es cuánto odiaba la gente a Camila, pues dirigían toda su ira en nombre de Diana –casi una caricatura de esposa agraviada– hacia la otra mujer. La prensa sensacionalista la detestaba. La opinión pública estaba tan implacablemente en su contra que si hubieran organizado un referéndum sobre qué hacer con estos dos tortolitos, en lugar de dejarlos en paz, Camila probablemente habría terminado en la cárcel. Brandreth describe con detalles embriagadores cómo la acribillaron con panecillos en el estacionamiento de la tienda Sainsbury’s ubicada en Chippenham. Tras la muerte de Diana y la “gran efusión”, la antipatía no hizo más que intensificarse.

No obstante, la crítica más concreta de la que se tiene constancia es la del príncipe Harry. Este año, Harry le dijo a un entrevistador estadounidense: “Veo a alguien que se casó con esta institución y ha hecho todo lo que ha podido para mejorar su propia reputación y su propia imagen, por su propio bien”.

Su acusación es que ella filtró historias sobre él y Guillermo –incluso sobre el tiempo que él pasó en rehabilitación en 2002– a los periódicos para mejorar su posición. Al parecer, Camila estaba intentando que Harry pareciera un desastre con el fin de ganarse la simpatía de los demás.

Simplemente no lo creo. ¿Por qué los juicios de Harry tendrían alguna relación con la opinión pública que se tiene de Camila? Esta familia ha sido sometida tantas veces a duras pruebas por parte de la prensa que siempre asumen que es uno de los suyos el que está cabalgando el tigre. Pero quizás nadie está cabalgando el tigre y el tigre ocasionalmente solo inventa cosas.

2005-2023: de consorte a reina

Carlos y Camila se casaron en Windsor, ni siquiera en el castillo, sino en el Guildhall, un rincón en la esquina, con una multitud apagada y una terrible iluminación diurna para la televisión, y la prensa escudriñó todo el evento en busca de fracturas.

Yo la vi en un hospital en Islandia, donde mi madre acababa de sufrir un infarto. Una enfermera llevó una televisión gigante “para que puedas ver a tu nueva reina”. “Ella no es mi reina”, respondió mi madre, riéndose demasiado, pero todavía sin aliento suficiente para decir groserías, gracias a Dios.

Cuando regresó la enfermera, tuvimos que explicarle como familia que éramos republicanos de toda la vida a los que no les importaba esa gente tonta, y que no éramos fieles incondicionales de Diana, como ella podría haber supuesto.

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Con el nuevo rey Carlos en Westminster Hall tras la muerte de la reina en septiembre. Foto: Dan Kitwood/Getty Images

Como todavía había mucha ira en el aire, hubo dignatarios regionales que se negaron a izar la bandera de la unión en el cumpleaños de Camila, ya que era “todavía demasiado pronto” (¡siete años y medio!) después de la muerte de Diana. Esto, por cierto, es el motivo por el que nunca deberías confiar en nadie que quiera ser uno de esos alcaldes cuyo único significado es una gran cadena.

Harry, de nuevo, revela algo sin querer al respecto. Cuenta que él y Guillermo le habían rogado a Carlos que no se casara con Camila, pero que, cuando se hizo evidente que iba a hacerlo de todos modos, “le dieron la mano, le desearon lo mejor. Sin rencores. Reconocimos que por fin iba a estar con la mujer que amaba, la mujer que siempre había amado”.

Al final, los sentimientos falsos –la pasión por la convención y el sacrificio; la obsesión con el deber, siempre y cuando lo cumpla otra persona– siempre darán paso a los sentimientos que son reales, a dos personas que quieren estar en el mismo lugar, aunque eso signifique que una de ellas tenga que vivir la vida como un producto sanitario. Se ha ablandado la opinión pública.

Mark Bolland, exsecretario privado adjunto de Carlos, en un inusual momento de franqueza doméstica, comentó en una ocasión que un pariente de Camila la había llamado “la mujer más floja que ha nacido en Inglaterra en el siglo XX”. Sin embargo, si consideramos todos estos años, todos estos obstáculos, toda esta agitación, todo parece ser un trabajo muy duro.

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