Relevo generacional: Hijos y nietos de desaparecidos se suman a su búsqueda
Sebastián tenía entre 8 y 9 años cuando su hermano, Juan de Dios, desapareció en el estado de Puebla y ayudó a su mamá a encontrar sus restos. Foto: colectivo Voz de los Desaparecidos en Puebla.

Sebastián tenía 10 años cuando exigió justicia por primera vez. En el 2018 estaba en el zócalo de la ciudad de Puebla, en medio de una manifestación de familiares de personas desaparecidas, y le pidió un megáfono a su mamá. Ella, sorprendida, no hizo caso. Entonces él se lo arrebató e improvisó un discurso que no recuerda muy bien.

“¡Estoy buscando a mi hermano Juan de Dios y ningún niño debería estar haciendo esto!”, recuerda que gritó aquel día. Su familiar había desaparecido un año antes, el 28 de abril de 2017, en el municipio poblano de Palmar de Bravo, un territorio en el que operan grupos del crimen organizado dedicados a robar y vender combustible.

María Luisa, la mamá de Sebastián, quiso alejar a su hijo pequeño de este tema, pero él se dio cuenta de que Juan de Dios no volvía y su madre salía de casa para irlo a buscar. Dentro de su hogar, el pequeño también escuchaba hablar del problema de las desapariciones de personas en Puebla, estado en el que se contabilizan más de 2 mil 600 víctimas.

Cuando estaba solo, Sebastián tomaba su teléfono o una computadora para investigar qué significa estar desaparecido. “Supe que hay varias formas de desaparecer, que hay trata de blancas, por narcomenudeo. De ahí se te abrían mil puertas más”, expresa el joven.

Sebastián, ahora de 15 años, ha participado en tantas marchas que no las puede contar. Ha acompañado a su madre en cinco búsquedas de fosas clandestinas en Puebla y Morelos. También ha asistido a las reuniones de colectivos de personas desaparecidas.

Él ya es un niño buscador y trata de combinar esa parte de su vida con la otra, la del joven adolescente que debe seguir estudiando. Sebastián dice que casi nunca falta a la escuela, únicamente lo hace cuando se avecina una marcha en la que quiera participar.

Asistir a las marchas era más sencillo para él cuando el Covid-19 llegó a México. En ese tiempo, Sebastián tomaba clases en línea y, cuando había una manifestación, se llevaba su celular para hacer su tarea mientras exigía justicia por su hermano Juan de Dios. El pequeño hacía sus ejercicios mientras los asistentes de la protesta se detenían para reagruparse. En ese momento, aprovechaba y contestaba algunas preguntas y luego corría para alcanzar a su grupo. Así lo hizo con actividades de matemáticas, español o química.

Aunque su vida está partida en dos, Sebastián prefiere no hablar de la desaparición de su hermano en la escuela. “La verdad trato de mantener esos dos mundos separados, el yo buscador con el de la vida diaria. No me gusta hablar mucho de eso”, comenta.

En México hay 111 mil personas víctimas de desaparición, pero no se sabe cuántos niños, niñas y adolescentes las están buscando. Hijos y nietos de desaparecidos se han sumado a estas actividades, ante la impunidad que existe en el país.

El colectivo Voz de los Desaparecidos en Puebla, al que pertenece Sebastián, calcula que al menos 22 menores de edad participan en marchas y búsquedas de sus seres queridos. Los hijos y nietos de las personas desaparecidas exigen justicia.

“Los niños están totalmente abandonados. Ahorita quienes estamos respetando la decisión de ellos de salir al escenario somos los familiares”, señala María Luisa Núñez, fundadora de la Voz de los Desaparecidos en Puebla.

Desde 2022, los integrantes de Voz de los Desaparecidos en Puebla han tomado cursos con especialistas de la universidad Iberoamericana (IBERO) y del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD). En esas sesiones los expertos les dan consejos sobre cómo involucrar a niños, niñas y adolescentes en la búsqueda de sus seres queridos.

La organización Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos (CADHAC) también da acompañamiento a familias de desaparecidos de Nuevo León que incluyen a menores de edad en la exigencia de justicia. María Luisa señala que cada vez es más común ver a hijos y nietos de desaparecidos marchar.

“En Puebla, los niños son una parte activa del colectivo. Las infancias son un sector que, por desconocimiento o por quererlos proteger, hemos ido relegando”, señala.

María Luisa también recuerda la primera marcha en la que Sebastián exigió justicia por la desaparición de su hermano Juan de Dios: “Él agarró el megáfono y empezó a gritar. Cuando lo escuché me quedé anonadada porque me di cuenta de cómo estaba comprendiendo perfectamente lo que estaba ocurriendo, pese a que yo nunca había hablado con él del tema”.

Desde esa fecha María Luisa le permite a Sebastián participar en las actividades del colectivo que él quiera. Cuando acude a las búsquedas de fosas clandestinas, el joven utiliza sus manos pequeñas y delgadas para remover la tierra y la maleza. A veces pica el suelo con una vara para detectar si hay un cuerpo enterrado.

En una de sus búsquedas de fosas clandestinas, con 14 años, Sebastián y otros integrantes del colectivo encontraron unos restos en un terreno abandonado en Puebla. El 19 de febrero de 2022, la Fiscalía de ese estado confirmó que el hallazgo correspondía a Juan de Dios. Y aunque el joven adolescente ya encontró a su hermano, aún sigue ayudando a otras familias a buscar a sus seres queridos.

“Con el paso del tiempo ya no buscamos a uno, los buscamos a todos. Este colectivo es una familia más”, dice Sebastián.

Un daño transgeneracional

Cuando una persona sufre una desaparición, los efectos de este delito se pueden extender al resto de la familia e incluso a otras generaciones, como los hijos y los nietos de los desaparecidos.

A esto se le llama “daño transgeneracional”, explica Edith Escareño, una psicóloga que participó en la elaboración de un libro donde se explica cómo la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, ocurrida en 2014 en Iguala, Guerrero, afectó a los familiares más pequeños de los estudiantes.

“El daño transgeneracional tiene que ver con cómo el dolor, la ausencia, se transmite a otras generaciones que no estuvieron necesariamente cuando ocurrió la desaparición”, señala la experta que también acompaña a víctimas de violaciones a derechos humanos.

Miguel Ortiz, desaparecido en los límites de Durango y Coahuila en 2009, es buscado por su esposa, por su hija, por sus nietos y nieta. “Lamentablemente ya son tres generaciones y a ver hasta cuándo, porque todavía no hay resultados”, dice Johana Aranda.

Ella, una joven delgada y de cabello rubio, tenía 13 años cuando su padre desapareció. En ese momento, su mamá evitaba hablar con ella del tema y la mandó a vivir con sus abuelos mientras buscaba a Miguel. El tiempo pasó y ahora Johana se ha sumado a esas labores de búsqueda, incluso con sus dos hijos y su hija que tienen menos de 10 años.

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Los hijos y nietos de desaparecidos se han sumado a la búsqueda de sus seres queridos. Foto: colectivo Voz de los Desaparecidos en Puebla.

Los motivos de la desaparición de Miguel no son claros. Hace 14 años intentó cruzar la frontera de Durango y Coahuila junto con unos compañeros de trabajo, pero policías coahuilenses lo separaron del grupo y presuntamente se lo llevaron. Ni la Fiscalía General de la República (FGR) ni las fiscalías de los estados han avanzado en las investigaciones de este caso.

Johana sospecha que la policía de Coahuila estaba coludida con el crimen organizado y, al ver en la identificación oficial de su papá que era originario de Durango, no lo dejaron seguir su camino. Como sea, la falta de efectividad de las autoridades ha provocado que la familia de Miguel permanezca en su búsqueda.

El 10 de mayo de este 2023, en el Día de la Madre, Johana marchó en la Ciudad de México junto con su abuela, su mamá y sus hijos para exigir justicia. Lo hicieron con una camisa blanca que tiene impresa la fotografía de Miguel. “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, exclamaban junto con otras familias de desaparecidos. 

A diferencia de lo que Johana vivió en su infancia, ella ha tomado la decisión de permitir que sus hijos y su hija participen en marchas. “Mi hija ya lo ve más normal, de hecho me dice: ‘Cuando sea grande voy a ir a las marchas para buscar a mi abuelo, voy a andar con mi camisa por todos lados para que sepan quién es”, comenta.

Al igual que los hijos de Johana, en la marcha del pasado 10 de mayo más niños y niñas salieron a exigir justicia por sus familiares desaparecidos. La psicóloga Edith Escareño expresa que la prevalencia de la impunidad —de las 111 mil víctimas en México hay poco más 30 sentencias contra los responsables— ha llevado a que los menores crezcan y se sumen a estas actividades.

“Por más esfuerzos que hagan las familias, los niños se van dando cuenta de lo que ocurre”, señala Escareño. “Con estos tiempos tan prolongados de ausencia, por más que los intenten proteger, algo se escapa del control de los adultos”.

¿Debe un niño participar en las búsquedas?

Nicolás Barrios de los Ríos, joven de 15 años, nació en una familia de buscadores. Su abuela, Alicia de los Ríos Merino, fue detenida el 5 de enero de 1978 por elementos de la extinta División de Investigación para la Prevención de la Delincuencia. Ella fue vista por última vez en una base militar del estado de Guerrero y después desapareció.

Alicia de los Ríos Merino fue buscada primero por su hija, quien tiene el mismo nombre que ella, y ahora sus dos nietos también participan en marchas en las que se exige a las autoridades que den a conocer su paradero.

Nicolás Barrios es uno de los nietos de Alicia de los Ríos que ha acudido a protestas, pero él, a diferencia de otros jóvenes buscadores, se ha mantenido al límite del tema. Sabe que su abuela desapareció porque su mamá se lo platicó y porque ha leído en internet sobre el caso. Pero en el fondo él cree que los niños, niñas y adolescentes no deberían hacer el trabajo que las fiscalías no están haciendo.

“Personalmente pienso que el niño está hecho para divertirse. Los que deciden salir a buscar a sus familiares son unos chingones, es una decisión muy chida, pero aun así creo que la juventud debe divertirse lo más que pueda”, comenta Nicolás.

La participación de los hijos y los nietos de los desaparecidos en labores de búsqueda divide la opinión de familiares de víctimas. Algunos opinan que es su derecho salir a buscar a sus seres queridos, mientras otros lamentan que deban sumarse a las labores de búsqueda.

El papá de Tania Ramírez, la directora de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), desapareció en junio de 1977. Rafael Ramírez era integrante de la Liga Comunista 23 de Septiembre y fue detenido por la Brigada Blanca, una agrupación de la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Posteriormente, habría sido llevado al Campo Militar No. 1 de la Ciudad de México y ya no se supo nada de él.

Tania Ramírez, quien fue una niña buscadora y ahora es acompañada por su hijo que exige justicia por su abuelo, califica como doloroso que menores de edad tengan que participar en la búsqueda, aunque también considera que eso es algo esperanzador.

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Un menor de edad está en una maquina excavadora durante una búsqueda de fosas clandestinas. Foto: colectivo la Voz de los Desaparecidos en Puebla.

“Es muy bello cómo frente a estas historias que apuestan por el desgaste o que se olviden los casos, el hecho de que haya terceras o cuartas generaciones es una señal de que las familias no vamos a cesar hasta que se localice a nuestros familiares”, dice la directora de la Redim sobre la participación de los hijos y nietos de los desaparecidos.

En contraparte se encuentra Martín Villalobos, integrante del Movimiento Nacional por Nuestros Desaparecidos, quien busca a Mónica Alejandrina, su sobrina víctima de desaparición en diciembre de 2004. El activista no está solo en su lucha, lo acompaña uno de sus hijos de 21 años, quien era cuidado por la joven cuando era un bebé.

“Lamentablemente hay una situación de desgaste físico, emocional y de salud de los buscadores y buscadoras”, dice Villalobos sobre una de las causas que lleva al relevo generacional. Esta es una situación que quisiéramos que no ocurriera. Dentro del Movimiento hemos platicado que quisiéramos aislar a los niños”.

Alicia de los Ríos, madre del joven Nicolás Barrios, participó desde su adolescencia en la búsqueda de su madre. Todavía hoy se moviliza y exige justicia por ella. A sus dos hijos no los obliga a asistir a las marchas, pero siempre los invita. Nicolás aún guarda sus reservas sobre la participación que los hijos y los nietos de desaparecidos deben tener en estas marchas.

A él le gusta hacer deporte y escuchar música. Escribe canciones de rap y hasta ganó un concurso escolar de poesía con un texto relacionado con la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre. Es como si la desaparición de su abuela y los crímenes del pasado siempre estuvieran en su vida, aunque trata de no meterse mucho en ese tema.

“Si tú dices hay un niño de cinco años de seis años acompañando a mamá a unas fosas, a mí se me hace hasta traumático”, opina Nicolás. “Yo creo que las búsquedas no deben ser responsabilidad de las generaciones más pequeñas”.

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