Sentado frente al periodista Jesse Watters de la cadena televisiva Fox News, el delirante candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, volvió a hacer gala de su rabiosa ignorancia: según él, los cárteles mexicanos podrían, si quisieran, quitar a un presidente —o presidenta— en dos minutos a punta de balazos. En su mente, esa posibilidad de tener un narcoestado al sur de su frontera lo facultaría para bombardear en suelo mexicano las instalaciones de grupos criminales. Una locura.
Pero el expresidente confunde los objetivos de un grupo terrorista, como el que golpeó a su natal Nueva York el 11 de septiembre de 2001, con los fines de un cártel de las drogas. Los primeros sí buscan quitar, en minutos y con las armas, a un mandatario para poner otro que instaure su propia visión de gobierno; los segundos no desean gobernar, sino exprimir a un país para acumular tanto poder y dinero como sea posible.
Un ejemplo es el grupo fundamentalista islámico Boko Haram, considerado terrorista por Estados Unidos desde el 2013. Su meta es derrocar la república presidencialista de Nigeria para instalar la Sharía como ley en el país, es decir, un sistema de leyes que avala prácticas brutales como la lapidación, decapitación, ahorcamiento, mutilación genital y amputación de extremidades, entre otras.
Para hacerlo, Boko Haram secuestra, asesina, desplaza comunidades enteras. El dinero es sólo un medio para el fin: convertir a su misterioso dirigente Abu Umaimata en gobernante.
Por el contrario, el cártel más expandido por México, el Jalisco Nueva Generación, jamás diría públicamente o en privado que desean que su líder Nemesio Oseguera Cervantes se convierta en presidente. “El Mencho” está más cómodo en las sombras que en Palacio Nacional y prefiere “comprar” alcaldes o gobernadores con mando policiaco que sentarse en los despachos del poder.
Sí: sus seguidores también secuestran, asesinan, desplazan comunidades enteras, pero el dinero no es el medio, sino el fin. Los cárteles son empresas criminales cuyo objetivo es hacer la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible. Su religión es el billete. Su Dios es la acumulación de bienes, aunque después no puedan disfrutarlos.
Así que acabar con el gobierno sería suicida para un cártel. Peor: expulsar con las armas a una presidenta como Claudia Sheinbaum con el fuerte arraigo popular que le dan casi 36 millones de votos. Si dinero es lo que quieren, necesitan a una mandataria con legitimidad que pueda llevar a cabo grandes obras públicas con las cuales impulsar sus negocios ilícitos.
Por ejemplo: a principios de este mes, Claudia Sheinbaum anunció un plan para la construcción de tres nuevos senderos de tren de pasajeros con un esquema similar al del Tren Maya: la ruta AIFA-Pachuca, la ruta México-Querétaro-Guadalajara y la ruta México-San Luis Potosí-Monterrey-Nuevo Laredo. ¿Por qué querría un cártel acabar con un gobierno que construirá una megaobra que les permitirá llevar drogas rápido y barato desde la capital mexicana hasta la frontera tamaulipeca?
El crimen organizado es parasitario. No puede sobrevivir como gobierno ni siendo gobierno. Esa es una de sus características principales. Que Donald Trump, ya con experiencia presidencial, no lo entienda es penoso y delirante. Tan alucinante como que, con declaraciones como esas, sigue siendo el favorito para mudarse, otra vez, a la Casa Blanca.
GRITO. El capo colombiano Pablo Escobar entró a la política en 1982 como diputado suplente. Once años después fue asesinado. La lección fue aprendida por los narcos mexicanos: si quieres acortar tu vida, entra abiertamente a la política.