Cambios de tendencia
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Cambios de tendencia
Donald Trump, expresidente de Estados Unidos. Foto: AFP

¿Cuándo sabemos que el mundo ha cambiado para siempre?

Algunos acontecimientos dejan claro que el curso del futuro será muy distinto del presente. La humanidad descubrió su capacidad de destruirse a sí misma con la detonación de la bomba atómica en Hiroshima el 6 de agosto de 1945. La primera señal del satélite Sputnik, lanzado el 4 de octubre de 1957, inauguró una nueva era para las telecomunicaciones, la navegación, el monitoreo climático, el espionaje, la guerra, la geopolítica, la exploración del espacio.

Hay tecnologías cuya presentación sugiere el nacimiento de una nueva era, aunque no es necesariamente claro si esta en efecto emergerá y de qué manera. La puesta en marcha del internet el 29 de octubre 1969, y el nacimiento de la telaraña mundial, o world wide web, el 6 de agosto de 1991 de donde proviene el indispensable prefijo “www” que nos acompaña en nuestros deambular por el ciberespacio, no se registraron en las primeras planas mundiales. Sin embargo, crearon la aldea global con todas las ramificaciones económicas, políticas, sociales, culturales que poco a poco han colonizado nuestra cotidianeidad.

Los acontecimientos políticos y económicos son acaso los más populares puntos de inflexión de la historia identificados en la prensa y los libros. En el siglo XX, la caída de los imperios europeos que acompañó a la Primera Guerra Mundial y su secuela en la descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial, destacadamente la salida de Reino Unido de India el 15 de agosto de 1947 marca una nueva etapa de las relaciones internacionales. Junto con India, varias decenas de países nacieron en cinco las décadas de la posguerra, replanteando la narrativa del desarrollo, la paz y la guerra. El abandono de los arreglos económicos de Bretton Woods anunciado por el presidente Richard Nixon de Estados Unidos el 15 de agosto de 1971, abrió las puertas a una era de volatilidad económica con cuyos efectos aún vivimos. La disolución de la Unión Soviética el 25 de diciembre de 1991 puso fin a la Guerra Fría y fomentó la idealista ilusión del fin de la historia.

En lo que va del siglo XXI podemos añadir el colapso de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 que, a su vez, llevó a la invasión de Irak el 19 de marzo de 2003, o la quiebra de la firma de inversión Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, como momentos a partir de los cuales cambiaron el equilibrio geopolítico y la economía. La pandemia por sí sola, y sin duda la reacción económica y política de los gobiernos, tendrán secuelas de larga duración en la historia mundial.

Otros eventos detonan transformaciones cuyo destino es tan insospechado como asombroso. Hoy podemos señalar al 22 de diciembre de 1978 como el inicio del ascenso económico de China. Fue cuando los delegados de la Tercera Reunión Plenaria del XI Comité Central del Partido Comunista cerraron cuatro días de deliberaciones y resolvieron a favor de una “política de puertas abiertas” que permitió la inversión privada en zona económicas especiales y el comercio de excedentes agrícolas, entre otras reformas económicas. Con todo, esa noche no fue evidente para nadie dentro o fuera de esa reunión que en las siguientes tres décadas China terminaría sacando de la pobreza a la mayor cantidad de seres humanos jamás vista y se convertiría en potencia económica mundial.

Más recientemente, la elección de Donald Trump el 9 de noviembre de 2016 confirmó que el sentir del pueblo estadounidense respecto de sus perspectivas económicas, sociales y culturales se había comenzado a transformar años atrás. Una confluencia de factores y tendencias, mucho más que un evento específico, terminó por trazar un nuevo cauce del río político estadounidense, alejándolo poco a poco de su vocación internacional y regresándolo a su tradición nativista más arraigada.

Algo similar pasó en Reino Unido con el referéndum del Brexit el 23 de junio de 2016. La salida de ese país de la Unión Europea fue ese canario en la mina que reveló una paulatina concentración de malestar en el pueblo británico con el curso de la integración y la globalización como se entendió hasta entonces. El Brexit fue conclusión y comienzo.

Quizá en 200 años los historiadores miren atrás y ubiquen en la segunda década del siglo 21, específicamente en verano de 2016, el momento cuando el mundo anglófono del Atlántico perdió la iniciativa en la determinación del orden mundial. Los dos países que construyeron la globalización como la conocemos, Reino Unido y Estados Unidos, han vuelto la mirada adentro y no parecen tener la voluntad ni el poder para fijar un nuevo arreglo internacional.

Con tan solo estos cambios, el centro dinámico del mundo se ha mudado del Atlántico al Pacífico, o por lo menos está retornando a esa enorme masa continental ubicada al este de Suez. Si hace 20 años era un tanto extravagante mas no osado plantear que Estados Unidos era la nación indispensable para la solución de desafíos mundiales, hoy es aparente que lo son también varios países de Asia y Medio Oriente. No hay salida al cambio climático sin la concurrencia de China e India. No hay estabilidad económica sin la participación de China. No hay paz duradera sin Rusia, China, la India, Irán, Arabia Saudí, entre otros. Y vale abrir un paréntesis: la innovación digital bajo la que hoy vivimos proviene de empresas en California y Washington, estados colindantes con el Pacífico que miran cada vez más en dirección a Asia. Más que nunca Europa y Norteamérica deben negociar la forma del futuro con ese continente.

Por supuesto, cada acontecimiento acompaña una puesta en escena energética. Se requiere energía para vencer la inercia y cambiar de rumbo. Hasta ahora, ningún milagro económico ha sido posible sin un gran aumento en el consumo energético y ninguna guerra ha sido ganada con escasez de energía. Esto nos permite fechar importantes giros del consumo en coincidencia con aquellos de la economía y la política, si bien es claro que sin la tecnología no habría fuentes energéticas para aprovechar.

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