Lo que piensa The Guardian del Brexit: un trágico error nacional
Una foto distribuida por el 10 Downing Street muestra el Acuerdo de Comercio y Cooperación entre el Reino Unido y la UE, el acuerdo comercial Brexit, firmado por el primer ministro británico Boris Johnson. Foto EFE

The Guardian

Gran Bretaña está fuera de la Unión Europea. Pero este día es de tristeza, no de gloria, porque siempre seremos parte de Europa

“Y la respuesta es… estamos fuera”. Cuatro años y medio pasaron desde que David Dimbleby de la BBC anunció el resultado del referéndum de Gran Bretaña y la UE. A las 11 pm del 31 de diciembre sus palabras se volvieron final y fatídicamente ciertas. El Reino Unido ya no es parte de la Unión Europea ni está sujeto a sus reglas. Cerramos la puerta y nos fuimos. Estamos solos. Estamos fuera.

Para muchos en Gran Bretaña el día es glorioso. La salida de la UE, para los que lo querían, se trata de un momento de independencia ganada, de soberanía regenerada, de recuperar el control. Quisieran que el argumento europeo saliera de la vida británica. Quieren, en palabras del primer ministro, que esto sea “un nuevo capítulo en nuestra historia nacional”, el cumplimiento del “deseo soberano del pueblo británico de vivir bajo sus propias leyes, creadas por el parlamento que ellos eligieron”.

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Para otros, el 1 de enero es simplemente un momento de alivio. Las guerras del Brexit han durado ocho largos años, desde el momento en que David Cameron comprometió a los conservadores a un referéndum en enero de 2013. Incluso a pesar de que el Covid de 2020 eclipsó al Brexit, no se podía evitar el regreso de Europa a los titulares al aproximarse el 2021 y comenzó a asomarse la posibilidad de que no se diera la separación real. Con respecto a esto, Boris Johnson y Keir Starmer hablaron al unísono el miércoles. Estos argumentos, dijeron, se acabaron.

Y de alguna manera tienen razón. Los partidos políticos tienen que mirar hacia adelante, no hacia atrás. Pero visto de otro modo, están muy equivocados. Este es un día de tristeza. La salida de Gran Bretaña sigue siendo un error  nacional trágico. Nos expulsamos a nosotros mismos de una unión que hacía bien a este país y al mundo. El papel de la prensa antieuropea para hacer que esto sucediera fue decisivo, pero es lo que de alguna manera corresponde a un gobierno que guiado por periodistas cierra una puerta. Al menos la UE ya no puede ser la depositaria de la culpa de continuar las tensiones, las desigualdades y los fracasos de gobierno.

Estas tensiones no pueden desaparecer por arte de magia. Las mayorías se oponían al Brexit en Escocia, Irlanda del Norte, Londres, y otras ciudades, al igual que la mayoría de los jóvenes y las personas con título universitario. Nada de eso va a cambiar, independientemente del veredicto de 2016 y por muy desgastado que quede el argumento. Este es un país que está dividido en su opinión sobre Europa. Lo estuvimos en el pasado y lo estaremos en el futuro. Realizar el Brexit es una fantasía. Es una supuesta solución que sólo crea mayores problemas históricos.

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En 2016, muchos de los fanáticos del Brexit esperaban que la salida de la UE provocaría su rompimiento. Pero las consecuencias más asombrosas del voto fueron la unidad de la UE 27 frente al Brexit en comparación con la creciente desunión del RU 4 sobre el tema. El rompimiento de Inglaterra y no el de la UE es ahora el prospecto más viable. Sería un precio terrible. Pero los delirios que alimentaron y fomentaron el Brexit tienen mucho del partido conservador y la prensa en la manga, como se vio en los discursos llenos de regodeos por parte de la bancada de los tories el miércoles.

La advertencia que hizo Theresa May desde esa bancada planteó una cuestión todavía más real. No debemos permitir nunca pensar que la soberanía quiere decir aislamiento o excepcionalismo, dijo la señora May. Vivimos en un mundo interconectado, agregó. El señor Johnson a veces parece entenderlo así. Su discurso en la Cámara de Comunes hablaba de Gran Bretaña como “la mejor amiga y aliada que la UE pudiera tener”, lo cual marcó tal vez un cambio de tono. Pero el movimiento que encabeza no está interesado en alianzas ni en compromisos. Se alimenta de fantasías y grandezas, lo cual es siempre del agrado del señor Johnson. De manera fatal confunde la soberanía con el poder.

El Brexit está listo, pero no se acabó. A mediano plazo deja atrás una serie de fuentes de conflicto futuro de la política británica. Estos se refieren a la letra pequeña del acuerdo, ignorada del todo en la parodia de un proceso de escrutinio del miércoles, como los nuevos controles de migración, el mantenimiento de una alineación de regulaciones, el estatus de la industria de servicios, la pesca, el acceso a las bases de datos, la cooperación en defensa y, tal vez, sobre todo, el lugar ambiguo de Irlanda del Norte dentro del acuerdo. Todo esto es la repetición de una verdad más profunda: que nunca dejaremos de ser europeos y que nunca dejaremos de relacionarnos con Europa.

En su  novela La balsa de piedra, el escritor portugués José Saramago imagina que la península ibérica se separa físicamente de Europa en los Pirineos y navega por los océanos del mundo en la búsqueda infructuosa de un nuevo hogar. Hoy, Gran Bretaña se puede sentir de alguna manera en una balsa de piedra metafórica. Pero la verdadera Gran Bretaña seguirá anclada a perpetuidad por el Canal al continente europeo, a su gente, sus economías y culturas, de las que siempre formaremos parte y a los que esperamos regresar, algún día, de alguna manera.

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