Después de 50 años, ¿podría Colombia finalmente haber despertado de su pesadilla?
Personas usando máscaras que representan al presidente de Colombia, Gustavo Petro, y a la vicepresidenta, Francia Márquez, en su simbólica ceremonia de investidura en Suárez, Colombia, el 13 de agosto de 2022. Foto: Mariana Greif/Reuters

Durante más de 50 años, Colombia ha sufrido una guerra que ha matado a casi 450 mil civiles y ha desplazado a más de 8 millones de personas de sus territorios. Mi padre, Carlos Pizarro Leongómez –que en su momento fue comandante de la guerrilla M-19– firmó un acuerdo de paz con el Estado colombiano después de años de insurgencia, y se postuló como candidato presidencial en 1990. Cuarenta y siete días después de la firma del acuerdo, lo asesinaron. Este acontecimiento cambió mi vida, destrozó a mi familia y devastó nuestro país.

Ahora, por fin, es posible que nos acerquemos al final de nuestra pesadilla nacional. El 7 de agosto, Gustavo Petro tomó posesión como presidente de Colombia, sumándose a la defensora de la tierra afrocolombiana Francia Márquez al frente del primer gobierno progresista del país. En su discurso de investidura, Petro prometió que su gobierno entrante traerá “la paz verdadera y definitiva” a Colombia. Para lograrlo, invitó a los históricos adversarios políticos a dialogar para llegar a un acuerdo común mediante el cual tanto la guerrilla como las fuerzas paramilitares dejarán las armas.

El llamado a la paz ha ido creciendo en todo el país. Tras la victoria electoral de Petro, la última fuerza guerrillera activa en el país, el ELN (Ejército de Liberación Nacional), solicitó iniciar nuevas negociaciones con el gobierno para dejar las armas. Poco después, una carta conjunta redactada por decenas de fuerzas paramilitares de derecha, cárteles de drogas y pandillas criminales pidió un alto al fuego para negociar los términos de la paz. En la ceremonia de investidura de Petro, el 7 de agosto, los gritos de la multitud que coreaba se podían escuchar a cientos de metros de distancia: ¡No más guerra!

La búsqueda de la unidad ha sido el punto central del programa presidencial de Petro. También constituye la razón por la que tantos candidatos progresistas como yo ahora están en el Congreso. En el transcurso de muchos meses de deliberaciones, logramos reunir una amplia coalición que abarcaba a trabajadores, profesionales urbanos, agricultores, indígenas y afrocolombianos. Esta alianza, conocida en Colombia como el Pacto Histórico, consiguió una victoria histórica en las elecciones legislativas llevadas a cabo en marzo y se convirtió en la mayor fuerza del Congreso.

¿Qué se necesitaría para conseguir esta paz duradera? En primer lugar, significaría el cumplimiento de los acuerdos de paz firmados en 2016. En ese entonces, el gobierno colombiano y las fuerzas guerrilleras de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) iniciaron extensas negociaciones, coordinadas internacionalmente, para poner fin al conflicto violento. Sin embargo, el expresidente de Colombia, Iván Duque, abandonó este acuerdo en cuanto asumió el cargo. Las consecuencias han sido devastadoras. Desde 2016, más de mil 300 líderes sociales y firmantes de los acuerdos de paz han sido asesinados.

Queremos cumplir la promesa de los acuerdos de 2016. Esto incluye adoptar disposiciones para la plena reintegración de los excombatientes de las guerrillas a la sociedad, proporcionándoles apoyo económico para ayudarles a encontrar trabajo en sus comunidades. También supone aplicar reformas agrarias para abordar la situación de extrema concentración de la propiedad de la tierra que existe en Colombia, que se encuentra entre las más desiguales del mundo. Por último, significa poner fin a la “guerra contra el narcotráfico”, la cual ha supuesto la entrada de armas para las organizaciones paramilitares que cometen crímenes contra nuestro pueblo en nombre del “control de las drogas”.

La paz no comienza con el simple término de la violencia. Tenemos que construir las condiciones sociales para lograr una sociedad pacífica. Esto significa, principalmente, reorientar el Estado colombiano, alejándolo de la guerra contra los enemigos internos, reales e inventados, y orientándolo hacia el desarrollo de nuestras comunidades. Supone invertir en nuestra gente a través de escuelas y hospitales públicos, no a través de la policía antidisturbios; desplegar nuestros aviones y helicópteros para construir infraestructuras, no para matar a nuestros conciudadanos; desarrollar una agricultura sustentable en el campo, no hacer llover productos químicos como el glifosato con el fin de acabar con la producción de coca. Y significa proteger y empoderar a las mujeres para que superen la violencia diariamente y ayuden a construir la paz en nuestra sociedad.

Durante el periodo de campaña, Gustavo Petro con frecuencia planteó las elecciones como una simple elección: la vieja política de la muerte o una nueva política de la vida. El pueblo de Colombia ya tomó su decisión. Nuestra labor consiste en reunirlos a todos –desde las comunidades marginadas del campo hasta los opositores políticos en el Congreso– para dar inicio a este nuevo proceso de paz.

María José Pizarro es senadora colombiana y miembro de la coalición progresista Pacto Histórico.

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