A pesar de rezagos en estrenos, el cine se alista a regresar con fuerza en 2021
Daniel Craig en 'No Time to Die'. Foto: Allstar/MGM/UNIVERSAL PICTURES\EON\DANJAQ/NICOLA DOVE

En un buen día, el negocio del cine es una apuesta. Y, en las inmortales palabras de Kenny Rogers: tienes que saber cuándo aguantar y cuándo parar. La sincronización es todo. El riesgo aumenta, igual que las cifras de vacunación. ¿El Covid está a punto de salir de escena?

Y mientras se sientan en un círculo alrededor de la mesa de poker, los dueños de los estudios se preguntan: ¿Aguantamos estas prestigiosas, caras, películas llenas de estrellas y efectos que nos pertenecen, mientras esperamos a que abran los cines, pero con el riesgo de acumular la falta de ganancias con los demás retrasos de estrenos? ¿O nos rendimos y las enviamos a los servicios de streaming, abandonando los supuestos ingresos por el estreno en cines y seguimos adelante? Disney salió del juego con sus películas Mulan y Soul, y se conformaron con estrenarlas en su plataforma de streaming.

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Pero ahora hay una preferencia por aguantar, los estudios se apegan con fuerza al modelo de los estrenos teatrales, por eso hay una racha de nuevos retrasos. Es como ver el tablero con las notificaciones de retrasos de los ferrocarriles británicos en la década de los 70.

Películas como Last Night in Soho de Edgar Wright, Ghostbusters: Afterlife de Jason Reitman, y Cinderella de Kay Cannon ya se retrasaron. Además de Morbius, la película de superhéroes de Jared Leto y la adaptación del videojuego Uncharted.

El retraso más escandaloso de todos es el de la nueva película de James Bond (y ahora es probable que su elenco esté hasta adelante en las filas para recibir la vacuna de Pfizer), que tiene el hilarantemente adecuado título de No Time to Die. La postergaron por enésima vez. Los retrasos de esta película ahora son una famosa parte de la historia británica del confinamiento, igual que los aplausos para los trabajadores de la salud, y Chris Whitty pidiendo la siguiente diapositiva. No Time to Die ahora existe exclusivamente para que los críticos hagan graciosas observaciones en Twitter.

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Esta es la paradoja. Como el final se ve en el horizonte, no tenemos nuevas películas, tenemos nuevos retrasos. Ahora, las personas se atreven a creer que la era del Covid tiene los días contados, entonces deben ser tolerantes con un modelo financiero que ha persistido durante décadas. De cualquier modo, la temporada de premiaciones de este año ya terminó, y las producciones se detuvieron casi por completo, entonces ¿por qué no acumular los retrasos?

Para los amantes del cine es enfurecedor. Y los retrasos interminables me han revelado algo más sobre lo que hemos perdido con el confinamiento. Por supuesto, nos perdimos de la emoción de estar en el cine, en la oscuridad, riendo, suspirando y gritando al mismo tiempo que los demás, respondiendo a las proporciones épicas de la pantalla. Pero también nos perdimos de los eventos que enmarcan al cine, las plataformas sociales que lo elevan y lo hacen especial.

Incluso si no vas a ver películas, se supone que tienes que oír sobre ellas cuando las premian en glamorosos festivales y cuando las estrenan en los cines. Se supone que tienes que leer entrevistas con las estrellas y los directores, consumir los emocionantes debates y las peleas. Y se supone que tienes que saber que están ahí afuera, en la cima del Monte Olimpo de la cultura popular; son una especie de premio que puedes elegir tomar o no tomar. Cuando las estrenan en los servicios de streaming, como parte de las oleadas de contenido que inflan a Netflix y Amazon Prime, bueno, pues pierden lo especial. Se acaba la emoción.

Es como reservar boletos para una exhibición en el Tate Modern y que más tarde cancelen tu orden, pero te den acceso a las imágenes de alta resolución en tu laptop.

Entonces, los retrasos son un signo extrañamente alentador de que los estudios cinematográficos no se van a rendir. Mientras tanto, sólo tenemos que soñar con mejores tiempos y pantallas más grandes.

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