Consejos para que el crimen se apodere de tu ciudad
Zona de silencio

Periodista especializado en crimen organizado y seguridad pública. Ganador del Premio Periodismo Judicial y el Premio Género y Justicia. Guionista del documental "Una Jauría Llamada Ernesto" y convencido de que la paz de las calles se consigue pacificando las prisiones.

X: @oscarbalmen

Consejos para que el crimen se apodere de tu ciudad
Guanajuato en toque de queda. Foto: Wikimedia Commons

Si me preguntaran cómo lograr que el crimen organizado se apodere de tu ciudad, yo les diría que lo primero que deben hacer es sentir un orgullo callado porque el cártel decidió ser su vecino. Inflen el pecho y cuéntenle a sus amistades que esas personas hinchadas de dinero sucio, con camionetas lustrosas, joyas deslumbrantes y ropa de marca eligió, por su buen gusto, el mismo código postal que ustedes.

Respiren hondo. Llénense los pulmones de esa falsa sensación de seguridad. Repitan tantas veces como sea posible “mi ciudad es segura porque aquí viven las familias de los narcos”. También insistan en que “no se meten con nadie porque aquí viven”. O recurran al clásico “nos cuidan porque se cuidan”.

Olviden convenientemente que sus nuevos vecinos son la pesadilla de otras ciudades. Ignoren que “allá” —como si fueran galaxias inexistentes y no otras ciudades del mismo país— ellos y ellas ordenan masacrar comunidades, reclutar niños, violar adolescentes, abrir fosas clandestinas para tirar cuerpos como si quisieran despoblar México. Que les harían lo mismo a ustedes, si vivieran “allá”, donde no tienen fachada de respetados empresarios sino de lo que son: criminales.

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Cuéntenle a sus amigos que el hijo de Don Narco estudia en el mismo colegio que sus hijos. Díganle a sus familiares que la esposa de Señor Sicario acude al mismo salón de belleza que ustedes. Presuman que cuando salen de casa rumbo a la oficina el Joven Criminal los saluda amablemente y que cuando cruzaron palabra, hasta les susurró que, si un día tienen un problema, él los ayuda. Alardeen: “Ya somos amigos”, “un día te lo presento”, “no sé, pero conmigo es buena persona”.

Y un día levántense, lean las noticias y descubran una balacera en la calle que todos los días transitan hacia el supermercado. Luego, una fosa clandestina cerca del parque donde se ejercitan. Una pila de cadáveres. Una casa de seguridad con rastros de personas torturadas. Un negocio quemado con la advertencia de que eso les pasará a quienes no paguen al cártel.

Acostúmbrense a ese golpe anímico en el estómago. Lo sentirán cada vez que les llegue una cadena de WhatsApp que, de pronto, anuncia un nuevo toque de queda. Verán rostros familiares en afiches de “Se busca” pegados en los postes de alumbrado público. Serán testigos del fin de la vida nocturna. Leerán de candidatos asesinados en sus colonias a plena luz del día. Se acostumbrarán a una vida de ciegos: “Si ves algo, te volteas y sigues tu camino”, “ya no saludes a los vecinos”, “no sé, pero me da mucho miedo ese señor”.

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Aprendan a hablar en código. Mejor: no hablen. Siéntense en silencio en la mesa con las cortinas cerradas y la luz apagada porque escucharon una balacera y añoren ese pasado en el que la ciudad era aburrida. No pasaba nada, excepto que pasaba todo: se podía jugar futbol en la calle, se podía caminar de noche, se podía hacer nuevos amigos en un bar sin temor a ser secuestrado. Piensen, ¿en qué momento nos pasó esto? Y sientan una punzada por cada vez que dijeron con orgullo: “Aquí es seguro porque viven los narcos… no nos va a pasar nada… ellos nos cuidan”.

Enseguida, póngale nombre a su ciudad: se llama Celaya, Xalapa, Ciudad Obregón, Villahermosa, Uruapan, Ciudad Victoria…

GRITO. Si las funestas predicciones se cumplen, en dos semanas les confirmaré que la elección 2024 se convirtió en la más violenta de la historia de México con el mayor número de personas candidatas asesinadas.

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