Los hombres que se rompen las piernas para ser más altos
Ilustración: Hanna Melin/The Guardian

Cuando era adolescente, Lewis llegó a medir 1.65 m y dejó de crecer. Era casi 10 cm. más bajo que el promedio de los hombres británicos; de hecho, nueve de cada diez hombres serían más altos que él. Cuando se armaba de valor para salir, usaba zapatos con tacón. Le molestaba la forma en que las aplicaciones de citas fomentaban la discriminación por altura. “Eres un gran hombre, te mereces ser más alto”, le dijo una mujer. En un momento determinado, comenzó a tomar antidepresivos.

Hablo con Lewis el día después de que Rishi Sunak, que al parecer mide 1.65 m, se convirtiera en primer ministro. Él ha visto todas las bromas habituales en Twitter y en otros lugares. “Creo que es uno de los últimos prejuicios que se consideran aceptables”, comenta Lewis. “Es interesante que las personas se obsesionen con algo que no se puede cambiar… Bueno, al menos yo pensaba que no se podía”.

Hace un par de años, Lewis le pagó a un cirujano decenas de miles de libras para que le rompiera las piernas y las hiciera más largas. Sabía que sería una cirugía riesgosa y dolorosa. Pero también sabía que, si todo salía bien, saldría de la operación con unos 7.6 cm más de altura. “El día anterior a la operación empecé a ponerme muy nervioso”, cuenta Lewis, que es británico y prefiere no compartir su nombre real ni los detalles de su cirugía, incluido su costo exacto. “Pero esto es lo que realmente quería”.

La demanda del alargamiento cosmético de piernas, también conocido como aumento de estatura, está aumentando, particularmente entre los hombres jóvenes. Gracias a los avances tecnológicos, al cambio de actitud ante los procedimientos estéticos y al creciente espíritu empresarial de los cirujanos ortopédicos, las clínicas de todo el mundo compiten por los pacientes. Sin embargo, también existe preocupación sobre esta industria en crecimiento. ¿Qué dice de la sociedad el hecho de que personas potencialmente vulnerables hagan fila para someterse a una cirugía mayor? ¿Y qué motiva a los cirujanos que la ofrecen?

“Lo que lo está impulsando, por desgracia, es el dinero”, explica el Dr. Dror Paley, cirujano ortopédico pionero en Florida y uno de los especialistas en alargamiento de extremidades con más experiencia del mundo. Ahora recibe media docena de consultas de nuevos pacientes cada día, en comparación con una al día hace solo cinco años. “Por primera vez, los cirujanos ortopédicos tienen una parte del negocio de la cirugía plástica, pero eso no significa que se haga bien”, señala. “De hecho, los pacientes son depredados y acuden a mí con horribles complicaciones”.

La operación es una extraordinaria proeza de la ingeniería médica, y no es apta para los quisquillosos. Las técnicas y los dispositivos varían. La versión de Paley utiliza clavos o varillas similares a los que se han empleado desde hace mucho tiempo para estabilizar fracturas graves. Sin embargo, cuando perfora la cavidad de la médula ósea e introduce el clavo, también rompe deliberadamente el hueso a la mitad.

La parte ingeniosa llega después de la operación en sí misma. Un dispositivo manual colocado contra la pierna en casa crea un campo magnético. Esto activa un mecanismo de atornillado magnético dentro del clavo, que es telescópico. A un ritmo típico de un milímetro al día, distribuido en tres o cuatro activaciones de unos pocos minutos cada una, el clavo separa las dos secciones de hueso. El cuerpo fabrica nuevo tejido óseo para cubrir la brecha de crecimiento.

Este proceso de alargamiento dura varias semanas e implica un periodo de relativa inmovilidad, que en ocasiones requiere un tiempo en silla de ruedas, y meses de fisioterapia para ayudar a los músculos a adaptarse. Una vez completado el alargamiento, se puede retirar el clavo.

Los pacientes suelen extender ambos fémures (huesos del muslo) hasta 8 cm. Al parecer, el dolor no proviene de la activación magnética, sino de los efectos generales de la cirugía y de la doble fractura de las piernas. También es posible extender las tibias, o huesos de la espinilla, hasta 5 cm.

Paley, que le realiza la operación a aproximadamente una docena de pacientes al año en el Reino Unido, cobra 95 mil 500 dólares por los dos fémures, y hasta 275 mil dólares por un paquete de dos años que extiende los cuatro huesos de la pierna para lograr un aumento de altura de hasta 16 cm. Varios cirujanos del Reino Unido ofrecen procedimientos de alargamiento de piernas, cobrando entre 50 mil y 70 mil libras por ambos fémures. Los precios pueden reducirse a la mitad, dependiendo del dispositivo utilizado, en lugares de “turismo cosmético” como Turquía e India.

Un hombre estadounidense de 32 años, que prefiere no revelar su nombre, quería alargar los cuatro huesos de sus piernas para pasar de 1.70 a 1.80 metros. Me cuenta que pagó alrededor de 50 mil dólares en la clínica Wanna Be Taller en Estambul, una cuarta parte del precio que le habían cotizado en Estados Unidos. “Trabajé 80 horas a la semana y pedí préstamos para pagarla”, explica.

Lo que le preocupa a Paley no es la creciente competencia internacional, sino el hecho de que los ortopedistas generales se anuncien cada vez más como especialistas sin contar con la experiencia, la infraestructura o el conocimiento adecuados de las complicaciones. Entre ellas se encuentran las infecciones, los coágulos de sangre, las dislocaciones de las articulaciones y una afección a veces mortal en la que la grasa expulsada por la varilla termina en los pulmones. “Existe la posibilidad de incapacitar a un paciente, debe ser tomado con extrema seriedad”, indica Paley. Señala que China prohibió el aumento de la estatura en 2006 tras una serie de operaciones fallidas.

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Un paciente se somete a un alargamiento de piernas en Beijing en 2005, un año antes de que China prohibiera el procedimiento. Foto: Elizabeth Dalziel/AP

Hamish Simpson, cirujano y profesor de ortopedia y traumatología de la Universidad de Edimburgo, no ofrece alargamientos estéticos, pero cada vez recibe más solicitudes de hombres de baja estatura. “Casi siempre intento disuadirlos”, comenta. Calcula que, incluso en las mejores manos, el riesgo de complicaciones es el doble que, por ejemplo, el de una prótesis de rodilla.

El alargamiento de las extremidades nunca fue concebido como una solución estética. Las técnicas modernas surgieron a principios de la década de 1950, cuando un médico soviético llamado Gavriil Ilizarov inventó un sistema de fijadores externos para los soldados heridos. Unas estructuras extensibles, parecidas a un halo, soportaban unos clavos fijados directamente en la pierna. Ilizarov alcanzó la fama nacional en 1967 después de tratar al campeón soviético de salto de altura Valeriy Brumel, pero quedó aislado tras la cortina de hierro hasta que un cirujano italiano descubrió su trabajo.

En 1983, Paley, que en aquel entonces era un joven y ambicioso residente en su Canadá natal, se enteró del método. “Era un campo ortopédico totalmente nuevo que estaba siendo ignorado”, comenta. Estudió la técnica en Italia y Rusia, y empezó a practicarla en Canadá en 1987, para después mudarse a Estados Unidos. El aparato, que se utilizó por primera vez en el Reino Unido en 1989, era difícil de manejar, antiestético, doloroso y revolucionario. Los huesos perdidos en accidentes o por infecciones podían volver a crecer como por arte de magia, salvando las extremidades de la amputación. Los niños que nacían con deformidades o discrepancias en la longitud de las piernas podían escapar de una vida de estigma y dolor.

Las personas inseguras de su estatura también mostraron un rápido interés. “Mi primer paciente de estética fue en 1988”, explica Paley. “El mercado siempre existió”. Pero se mantuvo pequeño. Paley, que valora la transformación que sus pacientes de cirugía estética manifiestan en su confianza y bienestar, realizó alrededor de 10 aumentos de estatura al año durante las dos décadas siguientes. Los primeros clavos telescópicos aparecieron en los años noventa. Funcionaban de forma mecánica: los pacientes giraban la extremidad para activar un mecanismo de trinquete en el clavo.

El gran cambio ocurrió en 2011 con el lanzamiento del clavo magnético Precice, que Paley ayudó a desarrollar, y que ahora es propiedad de NuVasive, una empresa estadounidense de tecnología médica. En 2018, NuVasive lanzó el clavo Precice Stryde, que permitía que los pacientes soportaran peso sobre sus piernas aún en proceso de alargamiento poco después de la cirugía. Con cada nuevo desarrollo, el alargamiento de piernas se parecía más a un hackeo corporal futurista que a una tortura medieval.

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FOTO: Un médico atiende a un paciente que usa el aparato de Ilizarov, que fue utilizado en los primeros procedimientos modernos de alargamiento de extremidades. Foto: Svyatoslav Lypynskyy/Alamy

Ni siquiera la retirada del clavo Precice Stryde en 2021 debido a problemas de “biocompatibilidad” –que, según me explica Nuvasive, aún se están investigando– ha logrado reducir la demanda. Paley ahora utiliza el clavo Precice 2.2, que todavía está disponible en Estados Unidos, y también está desarrollando un nuevo dispositivo vinculado a un teléfono inteligente. Todos los tipos de clavo Precice aún no están disponibles en el Reino Unido. Aunque la pandemia cerró las clínicas y el turismo durante meses, los cirujanos me dicen que no hizo más que crear una demanda reprimida, ya que las personas tuvieron más tiempo para contemplar sus imperfecciones percibidas. Paley comenta que las solicitudes de aumento de estatura pasaron de una al mes en 2013 a 40 al mes en 2017, y a 200 al mes en la actualidad. Ahora realiza 100 procedimientos cosméticos al año, y el 84% de sus pacientes son hombres.

A medida que los cirujanos se publicitan a través de las redes sociales y los resultados de las búsquedas en Google, las personas de menor estatura están descubriendo un mundo nuevo y valiente, y un campo de minas. Victor Egonu, gerente de una clínica de salud en Baltimore, se ha convertido en un imán de sus preguntas. Este fisicoculturista aficionado se alargó una pierna en 2012 para corregir una discrepancia de cinco centímetros causada por un accidente de patinaje en la infancia. Desde principios de 2020, ha entrevistado a decenas de cirujanos y pacientes para su canal de YouTube Cyborg 4 Life, que ha superado el millón de reproducciones. Ahora recibe hasta 30 mensajes al día de posibles pacientes, casi todos hombres jóvenes.

Aunque nadie contabiliza el número total de cirugías realizadas en todo el mundo, Egonu calcula que asciende a miles cada año, y que está aumentando rápidamente. Explica que los hombres representan el 95% de sus consultas, y que las mujeres que se operan comienzan a ser proporcionalmente más pequeñas, hace poco recibió un mensaje de una mujer de 20 años que mide 1.40 m y está harta de que la traten como a una niña.

Egonu quiere que los pacientes estén mejor informados. También desea combatir un estigma secundario al que se enfrentan las personas que intentan escapar de los prejuicios sobre la altura. “La gente dice que romperse las piernas para ser más alto es una barbaridad y que nunca se debería hacer”, comenta. “Pero cuando escuchas sobre la infelicidad con la que se levantan los pacientes cada día, lo entiendes”.

Hablo con un padre, que no quiere ser identificado, cuyo hijo adolescente está convencido de que necesita la cirugía. “Dice que nadie te toma en serio si eres pequeño y que no le gustas a las chicas”, dice el padre. Culpa a las redes sociales y al culto al cuerpo bello. “Los chicos quieren mentones esculpidos, no tener granitos, tener un cabello impresionante y medir 1.80 metros”, explica. “Pero el tema de la altura es lo que realmente parece ser importante para él y sus amigos. Cuando chatean por internet con chicas, la primera pregunta que les hacen después de pedirles una foto es: ‘¿Cuánto mides?'”.

“Basta con ver Love Island”, comenta Lewis. “Todo está tan centrado en el cuerpo”. En 2020, el concursante de Love Island, Nas (1.70 metros), fue objeto de burlas dentro y fuera de la villa. En ese mismo mes, la exconcursante de Love Island, Amy Hart, hizo un chiste en una entrevista sobre sus “motivos para rechazar”: “¿Cómo se le llama a un hombre de menos de 1.70 metros?”, preguntó. “Un amigo”.

Cuando hablamos, el padre espera que las radiografías muestren que su hijo todavía tiene placas de crecimiento, las zonas de tejido óseo de los niños que indican que el crecimiento está por producirse. “Espero literalmente que se le pase la idea”, comenta. “Pero te garantizo que hay muchas familias que están pasando exactamente por lo mismo”.

Los propios cirujanos se enfrentan a la ética del alargamiento de extremidades. Cuando contacto a Ian Bacarese-Hamilton, el especialista en alargamiento de extremidades más conocido del Reino Unido (se capacitó con Paley), el cirujano acepta inicialmente que hablemos antes de cancelar y remitirme a la Clínica Schoen, donde trabaja, cerca de Harley Street en Londres. La clínica me indica que nunca ha realizado alargamientos cosméticos de extremidades, a pesar de haberlos comercializado con anterioridad, y que incluso dejó de realizar alargamientos por razones médicas mientras no estuviera disponible el clavo Stryde. Ni el cirujano ni la clínica responden cuando les pregunto por qué parecen distanciarse del aumento de estatura.

Matija Krkovic, cirujano ortopédico consultor y especialista en reconstrucción de extremidades en Cambridge, me explica que siempre ha tenido “grandes dudas” respecto a esta práctica. “Los riesgos, aunque son poco frecuentes, pueden ser considerables”, señala. No obstante, eso no ha impedido una avalancha de solicitudes recientes y un cambio de opinión. “Me di cuenta de que las personas lo van a hacer, y de que yo soy muy adecuado para ello porque sé cómo tratar las complicaciones”.

Krkovic ahora espera que varios posibles pacientes se realicen una evaluación psicológica antes de llevar a cabo sus primeras operaciones cosméticas de alargamiento de piernas. Está dispuesto a decepcionar a las personas si considera que la cirugía no va a resolver sus problemas. Dimitrios Giotikas, cirujano griego y especialista que ejerce en Atenas y Cambridge, me dice que rechaza a uno de cada 15 pacientes cuando la evaluación revela dismorfia corporal, un trastorno psicológico que puede ser tratado con terapia y antidepresivos. “Me aseguro de que estoy haciendo lo correcto para la persona adecuada”, explica.

Lewis ha recibido terapia, pero no cree que haya sufrido dismorfia corporal. “Creo que tenía preocupaciones válidas”, comenta. Su propio cirujano estuvo de acuerdo. Después de un par de meses de alargamiento, Lewis era 7.6 centímetros más alto, y no estaba muy lejos de la altura promedio de un hombre en el Reino Unido (1.75 m). “Es casi un buen experimento social, en el sentido de que todo lo demás en mí es igual, pero la forma en que la gente me trata es muy diferente”, explica. “Y es difícil desentrañar la confianza que también he adquirido, pero creo que las personas generan una primera impresión en segundos”. Ahora camina con normalidad, sin ningún efecto negativo.

Cuando Lewis se encontraba con personas que lo conocían desde antes de la operación, observaba su confusión, pero no le pedían que explicara su transformación. De repente, salir con alguien se volvió mucho más fácil, aunque en una ocasión una mujer se burló involuntariamente de las personas más bajas delante de él. Lewis se quedó callado, pero posteriormente le habló de su operación. “Ella dijo: ‘¡Oh, no tenías por qué hacerlo! Y yo le contesté: ‘Literalmente, acabas de decir que no estaríamos aquí ahora si yo hubiera sido quien era'”. La relación no duró.

Si Lewis se arrepiente de algo, es del hecho de que la sociedad lo haya hecho sentir así. Por muy bien que se sienta ahora, preferiría no haber gastado una pequeña fortuna en una cirugía riesgosa. “Esto tiene tanto efecto en la gente”, comenta. “Me entristece recordar lo despreciable que me hicieron sentir. Solo me gustaría que las personas fueran, ya sabes, un poco más amables”.

Este artículo fue modificado el 9 de noviembre de 2022 para eliminar una imagen de una radiografía que mostraba un procedimiento obsoleto de alargamiento de piernas.

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