Familiares de personas desaparecidas viven con estrés postraumático, ansiedad y problemas de salud
Familiares de personas desaparecidas sufren afectaciones a su salud física y mental. Foto: Majo Vázquez/La-Lista

Cuando Zoila Gómez Nájera acudió a realizarse unos estudios de rutina, los médicos le detectaron un daño al corazón equiparable al de un infarto. Había pasado solo un año de la desaparición de su hijo Jesús Alberto Carmona Gómez (ocurrida en el puerto de Veracruz en 2011), pero ella se vio obligada a reprimir sus emociones; de ahí, dice, derivó la afección cardíaca.

“Me aguanté mucho las ganas de llorar porque en ese entonces yo vivía con mi mamá y ella quería mucho a mi hijo, como si fuera suyo. Yo temía por ella, estaba muy débil, así que yo lloraba en silencio, en los rincones donde mi mamá no me veía. Creo que esa represión fue lo que me afectó el corazón”, cuenta a La-Lista la mujer de 61 años de edad. 

El dolor en la vida de Zoila se incrementó cuando su segundo hijo, Emmanuel Flores Gómez, también fue desaparecido en el puerto de Veracruz en 2015. A este suceso le siguió el secuestro, posible asesinato y desaparición del tercer hijo (identidad resguardada), víctima en 2022. 

“No pensé que fuera a resistir. Apenas me empezaba a recuperar del primero y cuatro años después viene el mismo golpe. Después, cuando secuestraron a mi otro hijo me derrumbé (…) Ya estaba entrando en depresión, solo quería dormir, sentía que me iba a morir de tristeza, porque es una tristeza infinita”, expresa Zoila. “Tuve tres hijos y a los tres me los quitaron”, agrega.

En México hay más de 114 mil personas desaparecidas y no localizadas, de acuerdo con datos de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB). Los hombres representan el 76% de las víctimas y muchos de ellos son buscados por sus madres, esposas, parejas, hermanas e hijas, quienes, igual que Zoila, sufren graves daños a su salud.

La organización civil Idheas publicó en diciembre de 2023 un informe en el que se reporta que el 80% de los familiares de personas desaparecidas en México ha desarrollado afectaciones a su salud, tanto físicas como psicológicas. Antes de sufrir la ausencia de su ser querido, solo el 20% de los familiares tenía una salud mala.

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La salud se agravó en el 80% de las personas con un familiar desaparecido, según Idheas. Foto: Eduardo Séptimo/La-Lista

Según el informe, las mujeres con un familiar desaparecido permanecen buscándolo durante toda su vida adulta. Más de la mitad tienen entre 50 y 70 años, por lo que las afectaciones que derivan de las desapariciones se suman a las que podría tener cualquier persona de la tercera edad.

“El aumento de estrés crónico resulta en problemas cardiovasculares que, a su vez, desencadenan diversas enfermedades, siendo especialmente frecuentes en familiares de personas desaparecidas. Esta situación se debe no solo a la pérdida incierta, sino también a la búsqueda constante, la incertidumbre y los costos personales que se acumulan con el tiempo”, indica Idheas en su informe.

Por otro lado, en México hay alrededor de 2 mil 327 niños, niñas y adolescentes que también se han visto afectados por la desaparición de un familiar y quienes sufren depresión, miedo y ansiedad, lo que a su vez deriva en acoso escolar y bajo rendimiento académico, entre otras situaciones, tal como constató La-Lista en su investigación Los niños de la ausencia.

Zoila se ha agarrado de su religión y de dar consuelo a otras personas para sobrellevar su duelo. Además, de sus tres hijos, Emmanuel fue localizado en 2016 en una fosa y sus restos le fueron entregados hasta 2022, lo que aminoró su dolor. 

“Me gusta pensar que mi hijo Emmanuel ya sabía que yo estaba sufriendo por la pérdida de mi primer hijo, así que le pidió a Dios que yo lo encontrara para sufrir menos”, expresa. 

‘Siento que me va a dar esquizofrenia

Celia García atribuye los malestares físicos al mal clima en Veracruz y a un accidente de auto que sufrió en su juventud y por el cual fue sometida a 13 cirugías. Pero también reconoce que su estado de salud, sobre todo el mental, empeoró a raíz de la desaparición de su hijo Alfredo Román Arroyo García.

“Fredy” desapareció el 18 de julio de 2011 entre Las Trancas y Xalapa, Veracruz, cuando fue a recoger los papeles de una camioneta que acababa de comprar. Celia, que se describe como una mujer fuerte, se derrumbó al tercer día de no saber nada de su hijo.

“Del accidente que sufrí tardé como nueve años en recuperarme, sí tenía dolores, pero me tomaba una pastilla y se me quitaba, andaba bien. Después de lo que pasó con mi hijo me derrumbé. Al poner la denuncia yo me quedé muda, era tanto el dolor que no podía reaccionar”, cuenta la mujer de 61 años. 

Por aquel tiempo Veracruz empezaba a ser conocido por las desapariciones forzadas a manos de policías y el crimen organizado, así como por el hallazgo de fosas clandestinas. Ahí radicaba el mayor temor de Celia, que aún con una lesión en la pierna –a causa del accidente de auto que sufrió–  buscó sola a su hijo por cinco años antes de conocer al colectivo Solecito de Veracruz. 

En 2016, el colectivo había encontrado una fosa clandestina con más de 300 restos óseos, por lo que llegó a ser considerada la más grande de América Latina. El terreno estaba en Colinas de Santa Fe, colonia donde vive Celia, por lo que sin pensarlo acudió al lugar y desde entonces se unió a las labores de búsqueda en campo. Poco a poco su estado de salud mental empeoró. 

“Lo que vi ahí solo lo había visto en películas, nunca me imaginé que yo lo viviría (…) Yo me estaba volviendo loca, sentía que ya no aguantaba la desesperación. Yo creo que por eso ahorita tengo trastornos del sueño, tengo pesadillas con todo lo que vi en las búsquedas, a veces siento que me va a dar esquizofrenia, cuando me acuerdo me tiembla la quijada y las manos”, detalla Celia.

De acuerdo con el informe de Idheas, los trastornos del sueño aumentan considerablemente cuando hay ausencia de un familiar. Antes de la desaparición, el 96% de las personas dormía más de seis horas diarias, pero tras sufrir este evento solo el 8% duerme más de seis horas; 52% entre cuatro y seis; y el 40% tiene menos de cuatro horas de sueño diarias.

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El 72% de los familiares de personas desaparecidas sufre niveles significativos de ansiedad. Foto: Eduardo Séptimo/La-Lista

Idheas puntualiza que diversas investigaciones científicas han demostrado el estrecho vínculo entre el sueño y el estado general de salud física y psicológica de las personas. Cuando existen alteraciones en el patrón del sueño se pueden generar problemas digestivos, cardíacos coronarios, obesidad, envejecimiento prematuro, trastornos inmunológicos, problemas reproductivos y trastornos psicológicos, entre otros.

Por otro lado, Idheas reveló que antes de la desaparición de un familiar, el 41% de las personas dijeron tener problemas de falta de concentración; 41% sufría ansiedad; 35% desmotivación; y 37% niveles considerables de tristeza. Pero posterior a la desaparición, el deterioro a la salud mental fue considerable:

El 64% reportó lidiar con problemas de concentración: 72% con ansiedad; 67% con desmotivación; y 75% con niveles significativos de tristeza.

Durante tres años, Celia acudió a las labores de búsqueda del colectivo. Reprimía las lágrimas y los malestares físicos, pero en soledad “el mundo se me venía encima”. 

Aún después de dejar de participar en las labores de campo, Celia empezó a tener pesadillas y paranoia. En una ocasión soñó que le entregaban a su hijo en dos pescados, y varias veces tenía la sensación de que hombres armados se metían a su casa. Las pesadillas eran tan “realistas” que casi llegó a dañar a su hija. 

“Cuando más tenía alterados los nervios mi hija me tuvo que cuidar, y en una ocasión que ella iba entrando a mi recámara yo estaba soñando que un hombre se estaba metiendo, agarré las tijeras y la iba a lastimar, después me fui contra mi yerno, pero yo seguía en el sueño de que eran hombres que se habían metido a mi casa”, recuerda.

En ese tiempo, Celia no hacía más que pasearse por su casa, siempre en estado de alerta, se encerraba con llave y no salía, pues en la calle todo le recordaba a “Fredy”. Hasta la fecha le cuesta trabajo poner un pie en la calle, y cuando lo hace es solo para ir a sus consultas médicas acompañada por su hija. 

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Celia García lleva casi 13 años buscando a su hijo Alfredo Román Arroyo García. Foto: Facebook/Huellas de la Memoria

“Mi mayor temor es que me vaya a dar esquizofrenia y que me encierren (en un psiquiátrico) porque entonces ¿quién va a buscar a mi hijo? Algo que me tortura más que esas búsquedas es tener que salir y que todo me recuerde a mi hijo. Me agarra una debilidad que no puedo ni caminar. En mi casa no tengo música, no convivo con nadie, estoy completamente sola aquí, y dentro de todo me siento bien porque veo el retrato de mi hijo siempre”, expresa.

En la actualidad, Celia tiene diabetes y problemas para caminar por la afectación en su cadera y por una caída reciente que sufrió. Además, está bajo tratamiento psicológico por alteraciones del sueño y ansiedad, pero, confiesa, lo que más le duele es el corazón. 

‘Tengo estrés postraumático

Blanca Leyva tenía una vida feliz en el puerto de Veracruz hasta que el 21 de junio de 2015 su hijo Vicente Rodolfo Rodríguez Leyva, de 49 años, desapareció. Durante cinco días trató de comunicarse con él vía telefónica, hasta que el hijastro de Vicente confirmó que no sabían de su paradero. 

De inmediato, Blanca entró en shock. Las noticias de personas desaparecidas y cuerpos embolsados tirados en la calle ya eran comunes en Veracruz, pero ella pensó que las principales víctimas eran jóvenes de entre 17 y 21 años. “Nunca pensé que yo iba a vivir una desaparición”, dice. 

La mujer de 80 años lo buscó en hospitales, en penales, en calles e incluso pretendía entrar a cada casa del puerto con tal de localizar a su hijo. Su “obsesión” por encontrar a Vicente la llevó a recurrir a “charlatanes” que hacen lectura de mano.

Blanca señala que su hijo tenía un modo honesto de vivir. Era maestro en una secundaria y hacía trabajos de albañilería y electricidad, por eso, cuando un ministerial acusó a Vicente de ser sicario, se derrumbó todavía más. 

“Soy una persona que siempre he cuidado de mi salud, pero con esto me empecé a sentir muy mal, no dormía, en la noche despertaba cada hora. Era una angustia horrible”, cuenta.

Después de dos años de terapia psicológica, Blanca pidió ser canalizada con un psiquiatra, pues ella notaba que su salud mental empeoraba cada vez más. “El diagnóstico que me dio el médico fue estrés postraumático debido a la desaparición de mi hijo”, agrega.

El diagnóstico coincidió con la llegada de la pandemia de Covid-19, que causó la suspensión de varios servicios médicos. Así que cuando Blanca preguntó a su doctor por el tipo de tratamiento que llevaría por el estrés postraumático, este respondió “hasta que aparezca su hijo podemos ver cómo reaccionar”. Aún así, el psiquiatra le recetó medicamento para conciliar el sueño, pero no surtió efectos. 

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Las principales afectaciones que sufren las personas con un familiar desaparecido son a su salud mental. Foto: Eduardo Séptimo/La-Lista

En su informe, Idheas menciona que es preocupante el nivel de descontrol que tienen las personas con un familiar desaparecido sobre sus enfermedades. El 51% tiene su enfermedad poco controlada; el 16%, “nada controlada”; solo 1% dijo tenerla muy controlada.

Asimismo, sostiene que el 64% de las personas que presentaron una solicitud ante la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y las Comisiones Estatales recibió una respuesta negativa para atender su salud. Es decir, “se niega el vínculo entre el hecho victimizante (la desaparición del familiar) y la enfermedad para así deslindarse de la responsabilidad de brindar la atención médica”. 

La salud mental de Blanca estaba tan deteriorada que todos los días discutía con sus nietos y su hija. Todo y nada le causaba molestia. Perdió el gusto por cocinar y por cuidar de su aspecto físico. 

“Estaba sumida en una depresión espantosa. Yo odiaba la casa, odiaba todas las cosas cotidianas que antes me gustaba hacer. En algún momento le expresé a mi hija que ya no quería vivir , yo quería irme con mis hijos, porque un año antes de que desaparecieran a mi hijo, otra de mis hijas falleció por un tumor en el hígado”, relata.

“Desde hace más de ocho años yo me he perdido de muchas cosas porque me hundía en la amargura, en mi dolor, no me importó involucrar a los vivos, que debí de haber puesto mucha atención, solo pensaba en lo que pudo haberle pasado a mi hijo, me fabricaba historias, yo creo que estuve a punto de volverme loca”, agrega.

Blanca vivió así hasta que en octubre de 2023 otra doctora le sugirió un tratamiento distinto.  La tristeza persiste, pero por lo menos, dice, pudo ponerse de pie, mejorar la relación con su familia y con ella misma, aunque en fechas clave –como en cumpleaños o fiestas decembrinas–  el estado de ánimo vuelve a caer. 

“Emocionalmente estoy acabada”

Consuelo Pardo es una mujer resiliente, aunque se describe como la “mala madre” porque desde que su hijo Saúl Alejandro Ruiz Pardo desapareció en 2015 en el puerto de Veracruz, no se ha martirizado pensando en lo que pudo haber pasado con él. También optó por no acudir a las labores de búsqueda en fosas, pues su estado de salud física ya era malo antes de lo sucedido. 

“Yo he tenido engañado al cerebro desde que mi hijo desapareció, nunca me he puesto a pensar si lo martirizaron, si se lo llevaron, si lo enterraron vivo, si le pegaron, nada, yo no pienso nada de mi hijo. Yo abro los ojos y lo veo, porque tengo su retrato en frente de mí, lo pienso las 24 horas del día, pero distraigo mi mente. De ver a las otras mamás siento que yo soy la mala madre”, explica. 

Sin embargo, enfatiza, el daño emocional está ahí. Basta con escuchar el nombre de su hijo o ver su foto en lonas en los actos de protesta ​​para derrumbarse.

“Emocionalmente estoy acabada. Soy una persona muy resiliente porque desde los nueve años me ha dado unos revolcones la vida; por esa misma resiliencia he soportado un poco más la ausencia de mi hijo, pero oír que lo nombran me parte el alma, y pienso en los planes que él tenía a futuro, quería formar una familia y ya no lo dejaron”, expresa la mujer de 68 años.

Antes de la desaparición de Alejandro, Consuelo sufrió una fractura en una pierna, por lo que sus gastos se incrementaron. La última plática que tuvo con su hijo fue precisamente sobre dinero, pues él necesitaba pagar “derecho de piso” a un grupo que lo extorsionaba para permitirle trabajar en su taller de aluminio.

El hermano menor de Alejandro tampoco sabía de su paradero, y cuando notificó esto a Consuelo ella misma inició la búsqueda en hospitales, penales y todas las colonias posibles, incluso en aquellas que no estaban pavimentadas. 

En esas búsquedas, una hermana de Consuelo sufrió una caída y cuando ella trató de ayudarla se volvió a lastimar el pie; del esfuerzo también se le abrió la herida que dejó una cirugía en la vejiga.

“Tengo salido el intestino por una enfermedad que se llama rectocele (una hernia entre el recto y la vagina), lo que me ha traído muchos problemas, porque ese pedazo de intestino que se me sale debo acomodarlo para poder hacer del baño, a veces me dan incontinencias fecales. Todo esto me lo dejó la búsqueda de mi hijo, pero psicológicamente estoy peor”, afirma. 

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Las lesiones en labores de búsqueda afecta al 30% de las personas con un familiar desaparecido. Foto: Eduardo Séptimo/La-Lista

De acuerdo con Idheas, el 30% de las personas que dijeron llevar a cabo labores de búsqueda señalaron haber sufrido un accidente que afectó su salud o integridad, tales como fracturas, lesiones y/o disloques en los huesos por caídas en fosas, afectaciones y dolores en las articulaciones por las largas jornadas de búsqueda, choques automovilísticos en camino a las búsquedas e infecciones en vías respiratorias bajas, entre otras.

Asimismo, de las personas que buscan a un familiar desaparecido, 27% vive con una discapacidad psicosocial, física, visual, auditiva o motriz.

Durante dos años Consuelo buscó por su cuenta. Se había negado a presentar una denuncia ante la Fiscalía del estado porque confiaba en que su hijo regresaría. Además, temía que al hacer el reporte las autoridades lo dieran por muerto y no lo buscaran. 

El hermano de Alejandro la convenció de presentar la denuncia por la desaparición. Pero en poco tiempo Consuelo perdió la esperanza de hallarlo con vida, pues afirma que tenían una relación tan cercana que es imposible que en casi nueve años no se comunicara con ellos. 

Todos los días Consuelo le habla a su hijo Alejandro. A veces le reclama por haber desaparecido y otras lo tranquiliza. No sabe qué hará cuando le entreguen los restos de su hijo –convencida de que lo hallarán sin vida– y una ironía ronda su cabeza:

“Por parte de la autoridad no dejan que uno incinere los restos, pero se me hace incongruente darle sepultura porque será como volverlo a meter a la tierra. Solo sé que el día que me lo entreguen lo voy a recibir como el día que nació: feliz de tenerlo de regreso y tranquila porque lo encontramos”.

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