14-F | Twitter, un pastel de zanahoria y el ingrediente del amor

Por Mariana Orozco, como se lo contó a Beatriz Gaspar

Esta es la segunda entrega de nuestra serie de podcasts El Amor en Pandemia. Lee y escucha la primera entrega: Un motor llamado Leo.

Después de nueve años soltera no pensaba ni bien ni mal del amor. Me daba flojera la gente, mis amigos me hacían citas y me decían ‘Mariana sal con tal’. Una vez descargué Tinder y duré tres horas porque pensé que era para otras personas y no para mí. Pero me llenaba de ilusión cuando mis amigos se enamoraban, siempre les decía que confiaran en las personas. El amor no era algo particular que yo quisiera.

Javier (Martín Reyes) al igual que yo tenía claro que amor y pandemia eran igual que mezclar agua y aceite, especialmente en un momento tan difícil y estresante, donde las prioridades de todos cambiaron. Él, que ya llevaba un año soltero, estaba seguro que quería y tenía que estar solo.

Pero Javier y yo nos conocimos de una manera particular. Ambos somos muy activos en Twitter, cada uno en su negocio: él en la abogacía y yo en la cocina, pero no nos teníamos en el radar.

El día de mi cumpleaños, el 16 de marzo, inició nuestra cuarentena por Covid. Me quedé en mi departamento un par de meses, pero el encierro aún tardaría y me fui a casa de mis padres. Durante las noches después de la cena mi papá y yo nos tomábamos una cuba, en una de esas pláticas nocturnas le pregunté: “Pá, ¿crees que algún día me vaya a enamorar?”, y él fue directo: “Claro, en octubre estarás saliendo con alguien”.

Las noches transcurrieron hasta que se nos acabó el ron. Pedí uno por Amazon y publiqué un tuit que decía: “El semáforo ya está en negro aquí”, con la captura de que a la casa llegaba un Bacardi de dos litros. 

Uno de mis seguidores respondió “Perfectamente pudo ser un SS (screen shot)” arrobando a sus amigos Javier y a Tito. Lo que desencadenó en un follow inmediato entre Javier y yo. Así, en junio aparecimos en nuestros radares. Comencé a leer su timeline que era muy crítico de derecho y de política, yo pensaba que era listo, serio, amargado y que siempre estaba enojado. Mientras que yo soy muy happy en mi cuenta.

Una mañana de agosto, tan solo unos meses después de habernos seguido, caí en la cuenta de que ya me metía a buscar su perfil y pensé “creo que este wey me gusta”. En automático escribí en Twitter “Tengo un crush tuitero y es abogado, no aprendo”… porque mi última pareja también fue abogado. No le había contado a nadie de mi atracción hacia Javier salvo a una amiga que coincidió conmigo: él era súper serio. Le aseguré a mi amiga que no pasaría nada porque estábamos ¡en una pandemia!

Las interacciones fueron pocas y yo trataba de ser cuidadosa para que no viera que era su fan, pero vi que sí tenía sentido del humor. Una mañana al despertar vi que puso un tuit aguerrido contra el presidente y dije “le tengo que escribir”, y entonces le mandé “Oye, tú andas de un filoso últimamente… que todos los días me despierto a ver qué tuit lanzaste para ver el mundo arder… you never disappoint“.

La conversación comenzó a fluir suave y bien. Javier terminó por darme su número de teléfono y los siguientes días no paramos de platicar. Bromeábamos sobre que yo era muy centrada en mis tuits, que mi timeline era muy bonito y bello, algo así como “toma esta receta de waffles que va a hacer que tengas la mejor mañana de tu vida”; sobre si él sería mi peor alumno porque no le gusta cocinar… le compartí en una nota de voz la anécdota que siempre comparto en mis clases sobre un alumno de terror que tuve.

Hablamos de Nueva York, del libro de Larousse donde aparecí, que muchos de mis alumnos de cocina eran abogados y muchos de ellos amigos de Javier, pasamos de un tema a otro y la plática terminó a las 2 de la mañana. Durante ese fin de semana nos escribimos mucho. Le mandé comida que me sobró de las clases que había dado, así como lo hacía con mis amigos por la pandemia. Todo sin intención de ligar ni de nada más.

Y pensaba “este cuate y yo no nos vamos a ver hasta que haya vacuna en 2045”. Mi papá sospechaba que algo pasaba y para despistarlo le dije que toda la comida que iba a enviar era para mi mejor amigo, Sergio. Seguro no me creyó la mentira. De repente el teléfono empezó a sonar y me puse muy nerviosa, era Javier. Hablamos durante una hora y yo me decía: “¡Chin!, este cuate me va a gustar”.

Cinco días habían transcurrido entre largas pláticas que terminaban en la madrugada. A los pocos días viajaba a Monterrey y decidí poner una prueba de fuego: no escribirle y ver si esto moriría. Mis amigos se percataron de que para mí Javier ya era algo más. Me recomendó lugares para ir a comer porque podía no saber cocinar, pero sí comer. Entre sus recomendaciones estaba un pastel de zanahoria.

Le expliqué que el secreto de ese pastel era comerlo un día después. Debía probar el mío. Me ofrecí a enseñarle. Cuando volví de Monterrey mi papá me dijo: “Traes cara de que alguien te gusta”, su profecía se estaba cumpliendo.

Mis amigos no dejaban de insistir en que debía verlo, pero aunque era pandemia ellos decían que se veía prudente. Me lancé: “Te invito a cenar y te enseño a hacer pastel de zanahoria”, pero aventé la fecha para las siguientes tres semanas, el 17 de octubre. Cuando todos se enteraron de la fecha me dijeron que era una tonta por esperarme tanto tiempo. Pero yo estaba convencida de que ese hombre me gustaba, que era inteligente, tenía sentido del humor y con él era yo misma.

Mi madre me dijo: no te esperes tanto, dile que el siguiente fin de semana, el 3 de octubre. No lo pensé dos veces y me dijo que sí. La cita estaba hecha. Intenté no escribirle en esos días en lo que llegaba el día de conocernos. Fue imposible. Nos escribíamos a diario y hablábamos por teléfono.

Ese sábado, el día en que nos veríamos la cara por primera vez, quedamos para cenar a las 6 pm en mi departamento. No había pisado mi casa desde hacía cinco meses y mi mejor amiga me ayudó a limpiar, a ver qué me ponía y cómo me maquillaba. Yo sólo le decía que se relajara, que nada más quería estar cómoda.

El reloj ya marcaba las 6 en punto y el teléfono sonó, era Javier explicando y ofreciendo disculpas porque se había quedado dormido. Mientras lo escuchaba del otro lado de la bocina solo pensaba que eso era la friendzone porque cuando alguien llega tarde a la primera cita es porque no le importa. Me quité los zapatos de tacón, me serví un vino y me puse a leer.

Le pedí al policía de mi edificio que me avisara cuando Javier llegara, algo que no hizo. Hora y cuarto después escuché sus pasos en el pasillo, su respiración fuerte y que venía quejándose. “Es él”, pensé. Abrí la puerta y al verlo supe que era buena persona. Se sentó y empezó a hablar tan rápido, tan nervioso, tan apenado… y no escuché nada de sus explicaciones de que se había levantado muy temprano para terminar sus pendientes, dormir un poco para llegar fresco y que solo se equivocó al poner la alarma en el celular.

Mientras lo veía escupir un montón de palabras lo supe: es el ingrediente que me faltaba, me voy a casar con él. Aquí es.

Tanto Javier y yo nos sentimos como en un ambiente familiar, y aunque nunca nos habíamos visto en persona era como si ya nos conociéramos. Le conté algo que nunca me había gustado que mis citas supieran: mi padecimiento de esclerosis múltiple, enfermedad de la que soy vocera, pero cuando Javier se enteró, tomó muy natural algo que era tan importante para mí.

Toda la madrugada platicamos sin cansarnos. Partió a las 7 de la mañana de mi casa, pero no había vuelta atrás, ese era nuestro lugar y no queríamos separarnos más. Nos bastaron cuatro días para mudarnos juntos. Hacíamos trampa diciendo que cada dos días cumplíamos un mes para que la gente pensara que llevábamos más de dos meses juntos porque a nadie le hace sentido el tiempo más que a nosotros.

Conforme pasó el tiempo aprendimos que aunque nuestros mundos eran distintos, nuestros universos estaban empalmados y encontraban distintos puntos de conexión: lugares, amigos, personas y gustos, lo que hizo más fácil todo. Nunca había pensado en casarme pero con él me veo toda mi vida.

Hemos conocido a la familia de ambos a través de Zoom, pese a que todos se sorprendieron de que ambos nos hayamos enamorado coinciden en que nos vemos felices. Javier se había mentalizado en que mientras hubiera pandemia no iba a estar con nadie, pero lo que vivimos fue rápido e intenso. Nos encontramos en un momento en nuestras vidas donde hay cosas más importantes como el amor, en dos personas que creyeron nunca tener una relación. Mi papá dijo: “Te lo dije”.

Historia, Narración y Guión: Mariana Orozco, María Fernanda Navarro y Beatriz Gaspar
Coordinación de Narración: Héctor Illanes
Edición y mezcla: Angélica Escobar y Arturo Luna
Arte: @lakleta
Dirección: Arturo Luna

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